Salamanca y la prostitución tienen una historia común. La fiesta más salmantina, El Lunes de Aguas, está íntimamente relacionado con las meretrices, la mancebía, el negocio… A lo largo de los domingos veraniegos se pasearán por La Crónica de Salamanca, San Lucas, las Tabernas del vino blanco, las brujas, hechicera, putas literarias, además de la Celestina… Salamanca y las meretrices tienen una historia común y eso que la capital charra pudo ser ‘Ciudad de Dios’.
Vayamos al origen y al porqué de la vinculación de Salamanca con el ocultismo en el más amplio sentido de la palabra.
Salamanca acoge en 1396 el sínodo de Diego de Anaya y Maldonado en el que se arremete contra adivinos, hechiceros y encantadores.
Pero, ¿cuándo entra en juego la Cueva de Salamanca? La leyenda la sitúa en el siglo XV. La Cueva de Salamanca era donde se impartían los conocimientos de las artes mágicas, “que es el referido a Don Enrique de Aragón, conocido popular y equívocamente como el Marqués de Villena y reconocido en la época como mago y nigromante. La localización de esta famosísima cueva es uno de los vértices de un triángulo de nigromancia renacentista. Los otros dos son Toledo y Córdoba. Todos ellos, probablemente producto de la reclusión en la clandestinidad de ciertos conocimientos y enseñanzas alquímicos y astrológicos”, apunta Francisco Blanco en su libro Brujería y otros oficios populares de la magia.
Tenemos Cueva de Salamanca, vayamos a por Celestina. “En el Renacimiento se produce en Europa, además de un intercambio de ideas estéticas entre los diversos países, el de los diferentes aspectos relacionados con la hechicería, rompiéndose así los muros de contención medievales y originándose un desbordamiento hacia lo vital humano y placentero. Es aquí donde tiene cabida una magia especializada en asuntos amorosos, personificada en la figura de la hechicera-alcahueta, cuyo arquetipo más conocido es el de Celestina”, subraya Blanco.
A partir del Renacimiento, las artes mágicas aplicadas al amor y al goce sexual se diluyen prácticamente en la sabiduría popular comunal y quedan unificadas hechicera y bruja en este último personaje, asociando a en adelante con exclusividad a la magia maléfica.
En femenino
La bruja es, por lo general, una mujer. No lo decimos nosotros, ni siquiera Francisco Blanco en su libro Brujería y otros oficios populares de la magia, que también, lo aseguraba a finales del siglo XV, el manual de inquisidores Malleus Maleficarum.
El manual asegura que las mujeres son más crédulas, de donde, como el demonio intenta, sobre todo, corromper la fe, las ataca con preferencia. La segunda razón es que las mujeres son, naturalmente más impresionables y están más dispuestas a recibir las revelaciones de los espíritus separados. Y, la tercera, es que tienen una lengua mentirosa y ligera: aquello que aprenden en las artes mágicas lo ocultan difícilmente a las otras mujeres amigas suyas, y como son débiles, intentan una venganza fácil por medio de los maleficios.
Sin palabras.
Si en el siglo XV eran tres, en el XVI doblan las razones para justificar el misterio femenino de la brujería. Esto dice Fray Martín de Castañeda:
Destos ministros al demonio consagrados y dedicados más hay mujeres que hombre. Lo primero, porque Cristo las apartó de la administración de sus sacramentos, por esto el demonio les da autoridad más a ellas que a ellos. Lo segundo, porque más ligeramente son engañadas del demonio. Lo tercero, porque son más curiosas en saber y escudriñar las cosas ocultas. Lo cuarto, porque son más parleras que los hombres, y no guardan tanto secreto, y así se enseñan más unas a otras. Lo quinto, porque son más sujetas a la ira, y más vengativas, y como tienen enojo, procuran y piden venganza y favor del demonio. Lo sexto, porque los hechizos que los hombres hacen atribúyense a alguna sciencia o arte, y llámalos el vulgo nigramánticos y no los llaman brujos. Más las mujeres como no tienen excusa para alguna arte o ciencia, nunca las llaman nigramánticas salvo megas, brujas, hechiceras, jorguinas o adivinas.
Sobre los rasgos de conducta, Francisco Blanco en su libro Brujería y otros oficios populares de la magia expone que la mentalidad popular veía a la bruja como asocial. “No quiere cuentas con nadie; anda por ahí de noche, sin que nadie sepa a dónde van ni qué hacen. A estos rasgos se le añaden otros que la perfilan aún con más detalle: son envidiosas, rencorosas y vengativas, lo que se pone en relación directa con aquel ejercicio de sus poderes más temidos de todos: el mal de ojo”, puntualiza en su libro Blanco.
Pero, ¿cómo saber si una mujer es bruja o no? Blanco da algunas fórmulas: “Poniendo una escoba invertida, salía dando escobazos la bruja y una muy común en toda Salamanca. Colocar la escoba invertida, apoyada sobre la puerta, cuando la sospechosa entre en nuestra casa, si es bruja, al querer salir, no podrá hacerlo hasta que no la retiren, repitiendo insistentemente: Bueno, me voy, me voy. Otra clave es que miraban fijamente a los ojos”.
Pero, si algo caracteriza a las brujas es el vuelo. Blanco recoge en Brujería y otros oficios populares de la magia, como lo describían en el siglo XV.
En cuanto al modo de transporte, resulta ser este: Las brujas, por instrucción del diablo, fabrican un ungüento con el cuerpo de os niños, sobre todo de aquellos a los que ellas dan muerte antes del bautismo; ungen con este ungüento la silla o un trozo de madera. Tan pronto como lo hacen se elevan por los aires, tanto de noche como de día, visible o invisiblemente, según su voluntad. A veces transporta a las brujas sobre animales que no son animales verdaderos, sino demonios que han adoptado su forma; o incluso ellas se transportan sin ninguna ayuda exterior, simplemente por el poder del diablo que actúa invisiblemente.
Los pueblos y sus brujas
En Salamanca han existido varios pueblos reconocidos como de las brujas: Garcihernández, Cipérez y Villarino son los más importantes. En este último utilizaban el Valle Zarapayas, cerca de la confluencia de Duero y el Tormes para sus reuniones. Se cuenta que en una ocasión robaron un niño a su madre, mientras esta dormí, y lo llevaron al aquelarre, arrojándoselo unas a otras mientras bailaban y decían: Tíralo para allá, tíralo para acá.
No fueron las únicas localidades, también se dice que en la finca La Nava, próxima al balnerio de Retortillo, se juntaban las brujas del entorno.
El Campo de Argañán ofrece tres lugares. En Castillejo de Martín Viejo; en Villar de la Yegua y en Villar de Ciervo.
En Calzada de Béjar, las brujas se desplazaban hasta el tranco del diablo o en cruces de caminos y descampados.
En Ledrada se reunían la noche de San Juan; en Aldearrubia, los días de la semana con r; en Masueco de la Ribera, los sábados; en Valero, en el camino del cementerio y así en un sinfín de pueblos.
Rara es la localidad que no tiene entre sus ancestros una bruja… Y, menos mal.
**** Brujería y otros oficios populares de la magia, de Juan Francisco Blanco. Ed. Ámbito.
**** La ilustración es obra de Chema Martín, responsable de la academia de pintura Cibeles, situada en la calle Rosario, 32
Chema Martín trabaja por encargo… Una caricatura, un retrato, una escultura suya… siempre será una obra que embellece su casa o un buen regalo para que os recuerden.






















1 comentario en «Las brujas de nuestros pueblos»
Fabulando sobre la materia, «Las brujas de Zarapayas» es una novela escrita por Daniel Cruz Sagredo y publicada por Diputación, finalista en el último Premio de la Crítica de Castilla y León. Muy oportuna por cuanto ha logrado que los vecinos de pueblos de brujas recuperen el interés por su propio patrimonio cultural.