[dropcap type=»1″]F[/dropcap]rancisca Hernández había nacido en una familia de labradores, y desde pequeña realizaba grandes prodigios. Ya de mayor, dentro de los alumbrados, acogió en su entorno a un numeroso grupo de adeptos, entre los que destacaban algunos nobles. Todos ellos la reverenciaban, besaban sus manos e incluso imploraban su bendición. Tenía poderes para curar enfermedades y para leer sin presencia de lo escrito y sin haber aprendido nunca la lectura. Todos estos supuestos milagros le granjearon amistades e incontables donaciones y, por supuesto, un claro enriquecimiento.
Mantuvo relaciones amorosas con un clérigo y bachiller, Antonio de Medrano, siguiendo las enseñanzas de los alumbrados que mantenían que el contacto entre ellos era una forma de unión con Dios. Las relaciones entre Francisca y Antonio no llegaron nunca a mayores como lo demostró el examen médico al que fue sometida cuando se encontraba en la cárcel de la Inquisición. Antonio, que era hijo de un hidalgo con dinero, ayudó a Francisca a superar las contrariedades. Cuando venía de Navarra, donde era beneficiario de la iglesia de Santa María, se trasladaba a la casa de Francisca, en las inmediaciones de San Juan de Barbalos, donde pernoctaba.
La fama de Francisca crecía día a día. Su clientela, especialmente clérigos y frailes de la ciudad, se dejaban dirigir por una mujer sin ninguna cultura. La Inquisición tomó cartas en el asunto y ordenó que Francisca y Antonio se presentasen ante el tribunal de Valladolid, prohibiéndoles que vivieran bajo el mismo techo. Los frailes sortearon la prohibición alquilando la casa de enfrente. Desde la ventana se pasaban el día implorando la bendición de Francisca. Antonio, por las noches, pasaba a la vivienda de la alumbrada y la colmaba de caricias y de obsequios. Enterada la Inquisición de las transgresiones y desmanes desterró a Antonio, pero el fraile se trasladó a un pueblo limítrofe con Valladolid desde el que conectaba con ella a través de alumbrados amigos. Se citaban en monasterios acordados previamente.
Viendo la conducta irredenta de la pareja, la Inquisición desterró a Antonio. El inquieto fraile se trasladó a Salamanca, desde donde volvió a Navarrete, su pueblo de nacimiento. Allí acudió Francisca para convivir con él y convertirse en su ama de llaves. La Inquisición de Navarra expulsó a Francisca, que volvió a Valladolid, ciudad en la que fue recibida con grandes halagos y hospedada en palacios y casas nobles.
[pull_quote_left]El final de Francisca fue patético. Cuando se vio perdida comenzó a delatar a sus seguidores. Fue entonces cuando la mayoría de ellos se dieron cuenta de que estaban siguiendo a una embaucadora y farsante.[/pull_quote_left]Cuando se desencadenó la peste en la ciudad del Pisuerga, la alumbrada salmantina marchó a Villabaquerín invitada por la esposa del noble del lugar. En 1529 comenzaron las primeras condenas de alumbrados en autos de fe, muchos de ellos pertenecían al círculo de Francisca. Pasado un tiempo, fue arrestada en Valladolid y trasladada a Toledo. En la ciudad primada ingresó en prisión. En 1530 Antonio también fue detenido y condenado, retractándose de sus errores. Los partidarios de Francisca la defendían públicamente, haciendo llevadera su vida en la cárcel regalándole comida, vestidos e incluso poniendo a su disposición una persona a su servicio para que la cuidase. Llegó a convencer de sus ideas al alcaide de la cárcel, logrando libertad de movimientos fuera de su celda.
El final de Francisca fue patético. Cuando se vio perdida comenzó a delatar a sus seguidores. Fue entonces cuando la mayoría de ellos se dieron cuenta de que estaban siguiendo a una embaucadora y farsante. Comenzó entonces su imparable desprestigio que terminó con su fama de santa en poco tiempo.
Para finalizar las referencias comuneras de San Juan de Barbalos debemos hacer mención a dos miembros de la orden de San Juan: fray Diego de Almaraz, comendador de Zamayón, comunero destacado, y fray Lope Fernández de Paz, bailío del Negroponto, agente de la Administración Real, hermano de otro destacado comunero, Francisco de Miranda y Paz, primer señor de Fuente Roble.
— oOo —