Opinión

Locuras contagiosas

Trump recibe en la Casa Blanca al jeque de Arabia Saudi Mohamed bin Salmán.

Pongamos que el jefe del imperio se llama Donald Trump, y que su catadura moral, aunque solo sea por una razón de jerarquía, se contagia irremediablemente al mundo Occidental y civilizado, empezando por el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, admirador de «papi» Trump, y con un foco especialmente intenso en Madrid, representado por la subdelegada local del trumpismo Díaz Ayuso, entusiasta también del Gran Timonel.

Perdonen si para algunos de ustedes esa combinación de conceptos consignada más arriba: «occidental» y «civilizado», es una redundancia innecesaria, pero es que para mí, y sobre todo a partir de Donald Trump y compañía, empieza a ser un oxímoron. No se puede ser al mismo tiempo trumpista y civilizado, y para justificar este aserto no es necesario recurrir a la lógica de Aristóteles.

Mientras Trump sigue haciendo negocios turbios, que es el eje motor de su vida, sea en el sector inmobiliario, sea en el sector de las criptomonedas, juega también de paso a la geopolítica, un negocio más, en sus manos, turbio también.

Ahora bien, quien interpreta el mundo como su cortijo privado o como su negocio personal (y así lo hace Trump), no entiende de fronteras, ni entre países ni entre sus negocios particulares y la geopolítica. Andarán mezcladas ambas cosas, como andan mezcladas en su despliegue publicitario las razones de Maquiavelo y las oraciones a Cristo.

Porque Trump reza mucho ante las cámaras y en sede oficial, acompañado habitualmente de otros fanáticos que hacen lo propio apoyando sus manos en la espalda redonda del gánster máximo, como si todos ellos confiaran en que el flujo de las criptomonedas se transmitiera de unos a otros, vía mesmerismo, como antiguamente el espíritu santo lo hacía en forma de paloma.

Las cosas han cambiado mucho desde luego: aquellos apóstoles de entonces eran pobres. Estos otros de ahora son desalmados plutócratas que le rezan todos los días al dólar y a Maquiavelo. O sostienen, contra el derecho internacional, un genocidio, dando su bendición al genocida.
Si San Pedro tenía una espada, que enseguida le ordenaron enfundar tras cortar la oreja a un siervo del Templo constituido (se ve que Pedro era «antisistema»… de aquel sistema de entonces), estos otros tienen bombas atómicas con las que nos amenazan a diario.

Por cierto, a Putin, que tiene igualmente un temible arsenal atómico con el que reparte amenazas similares, también le ha dado por rezar, al menos ante las cámaras y durante los ritos oficiales (como Trump), ya que en las horas libres confecciona venenos.

Entre Trump y Putin no hay solo una semejanza de estilos e ideologías, sino una compenetración de espíritus. Coinciden también casualmente en su inquina contra Europa.

Cuando cierto Occidente (Rusia incluida) y de cierta forma, empieza a rezar, hay que ponerse a temblar. Seguro que el diablo anda por medio.
El espíritu de «cruzada» suele ser el mayor desencadenante de crímenes contra la Humanidad.

Me referí hace poco a aquellos artículos de prensa que en cada momento mejor describen -a mi juicio- nuestro tiempo. Un tiempo disparatado y trufado de personajes inauditos, tal que los ya famosos Donald Trump, Bolsonaro, Putin, Ayuso, o Milei (alguno de ellos estaba estos días intentando quemar su tobillera de presidiario con un soldador), combinación de sujetos que no hace tanto nos habría llevado a la conclusión de que el mundo se había vuelto definitivamente loco.

¡Cómo hemos cambiado! Con fecha 23 de noviembre del presente mi atención lectora (y mi nominación) en este ámbito de «artículos imprescindibles» recayó en el texto firmado por Íñigo Domínguez con el título «Cosas que pasan», publicado en El País, medio periodístico que, dicho sea de paso, sigo con fidelidad desde hace tiempo, aunque últimamente nos tiene un poco hartos a sus lectores (o al menos a algunos) por la
avalancha publicitaria, comercial, mercantil, gastronómica, y monárquica que inunda sus páginas.

Íñigo Domínguez, cuyos artículos son siempre estupendos y están guiados por una ironía de raíz humanista, o erasmista, intenta denunciar en sus textos la oscuridad creciente y muy preocupante de algunas locuras contemporáneas. Con ese objetivo reflexionaba en el artículo citado («Cosas que pasan») sobre el asesinato burocrático y salvaje de un conocido periodista, Jamal Kashoggi, que acabó descuartizado en una embajada a la que entró caminando y de la que salió hecho trozos en una maleta, suceso que causó en su momento un enorme escándalo, pero que por razones geopolíticas que casi siempre andan mezcladas con razones del mercado (sumadas ambas razones se obtiene una gran irracionalidad), acabó siendo arrojado al saco del olvido.

Pues bien, ese suceso criminal sádico y salvaje, Donald Trump lo acaba de describir como «cosas que pasan», quitando así hierro al asunto ya que quiere hacer negocios con el instigador del mismo. ¡Ven ustedes como el mercado siempre tiene razón! ¡Y ven ustedes como Ayuso siempre escoge bien a sus ídolos y colegas!

En pocos días Donald Trump ha insultado groseramente a dos periodistas (las dos mujeres) cuando le hacían preguntas, que como saben es parte del oficio de periodista. A la primera la llamó «cerdita», y a la segunda «estúpida». En estos casos suele amenazar también al medio al que pertenece el o la periodista, bien con su cierre o con algún otro tipo de chantaje marca de la fábrica. Esto pertenece propiamente al guion y a la película de las dictaduras en sus primeros avances.

¿Seguiremos mirando para otro lado y colaborando con este sujeto? ¿Continuaremos ciegos ante el peligro que representan sus admiradores locales? No sé a ciencia cierta si reflexionando sobre estas locuras contemporáneas y contagiosas, las de aquí y las de allá, se nos curará la melancolía, o será peor el remedio que la enfermedad.

En cualquier caso, y siguiendo el consejo de Javier Cercas, confiemos en que al menos (y no es poco) la verdad nos hará libres… aunque melancólicos.

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