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Opinión

Tierra sin pan

[dropcap]N[/dropcap]os quedamos sin gente. Nos quedamos sin jóvenes. Nos quedamos los que ya arrastramos años. Salamanca es tierra sin pan.

Ya sé que hay gentes encantadas de la vida en Salamanca. Ya sé que hay autoridades en Salamanca, y en Valladolid, y en Madrid, poseídas de sí mismas que se sienten satisfechas. Ya sé que, si alguno llega hasta aquí, me estará poniendo verde porque eso de que Salamanca es tierra sin pan es una boutade y, además, copiada de Luis Buñuel con su “Tierra sin pan”. Claro, copiada adrede, con sentido y quisiera que con sensibilidad. Tomada del aragonés universal porque la miseria hurdana que él reflejaba en su tiempo –salvadas las diferencias del tiempo y del marco– nos sirve para encuadrar la miseria que se acentúa en Salamanca. La Salamanca desgastada, que se queda sin gente. Esa es la gran miseria, eso es ser tierra sin pan.

No me interesa mentar números, porque datos y estadísticas los conoce sobradamente todo quisque y los maneja a su antojo la autoridad de aquí y de allí. Pero sí quiero aludir al último dato que ha salido a la alforja de los estudios, aunque me parece que aún no a escena. En el ámbito de la diócesis de Ciudad Rodrigo residen poco más de 38.000 personas. Esas gentes, además, en cerca del ochenta por ciento son mayores, que riegan con generosidad los cementerios…, y eso que, como son de fibra resistente, duran muchos años.

[pull_quote_left]Se marcha en la dirección de censos cargados de personas mayores y escasez de jóvenes. En la capital, también. Y que no nos engañen. Los censos los engordan los mayores mientras los jóvenes tienen que salir de los núcleos rurales y de la propia capital[/pull_quote_left]Seguramente en otros puntos de la provincia la situación no es tan extrema. Pero también, no se necesita más que recorrer los pueblos, se marcha en la dirección de censos cargados de personas mayores y escasez de jóvenes. En la capital, también. Y que no nos engañen. Los censos los engordan los mayores mientras los jóvenes tienen que salir de los núcleos rurales y de la propia capital. Se dispone de datos recientes donde esa situación de sangría juvenil es bien patente. Y eso supone que nos hallamos inmersos en una tierra sin pan. Antaño, en la obra buñueliana, el pan era pan, pan real. Hoy, aparte de que a muchas gentes también les falta el pan real, cuenta otro pan simbólico que se encarna en la posibilidad de disponer de futuro, el futuro que encarnan los jóvenes con su formación, su talento, incluso su fuerza bruta y, claro, su capacidad reproductiva. Ese es el pan del que carecemos. Por eso Salamanca es tierra sin pan. Y también es tierra de misión.

Durante décadas, autoridades locales, provinciales, regionales, nacionales nos han salido permanentemente con pamemas y mentiras. No ha faltado quien ha creído esas prédicas vacías, tan huecas en la retórica como vacías en los presupuestos. ¿Cuántos planes, cuántos programas han desfilado ante nuestras narices? Mis carpetas han engordado con tanto anuncio estéril. Porque nunca se han afrontado los problemas con su cara real.[quote_box_right]Las autoridades locales, provinciales, regionales, nacionales nos han salido permanentemente con pamemas y mentiras, porque nunca se han afrontado los problemas con su cara real. [/quote_box_right] Y tengo la impresión de que, en función de los antecedentes, tampoco se van a encarar tales situaciones que supondrían remover esencias que no se van a tocar. ¿Qué se me tilda de derrotista? Ya estoy calificado como tal desde hace muchos años y por gentes que han demostrado su inutilidad al no poner coto a lo que debería haber sido su dedicación intensiva. Esas situaciones son las que, desgraciadamente, me llevan a proclamar que Salamanca es tierra sin pan, y también tierra de misión. La misión que requiere una intervención inmediata.

Quien quiera datos, que acuda a las carpetas, los hay en abundancia y bien elocuentes. Quien quiera mirar y ver, no le falta un panorama bastante estremecedor. Pero no pasará nada. Salamanca seguirá siendo una ciudad encantadora y Salamanca seguirá siendo una provincia cargada de atractivo. Cierto. Pero también, tierra sin pan.

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