[dropcap]A[/dropcap] principios de marzo empezamos la publicación del presente artículo, del que hoy libramos la tercera, pudiendo decir que he recibido una serie de comentarios sobre el tema. Y más que cabe esperar, si se considera por los lectores de La Crónica, que en España hay partidos antisistema y populistas, con no poco riesgo de una cierta estabilidad política.
3. SIMÓN BOLÍVAR Y SUS POLÍTICAS. DE LA REALIDAD AL MITO
Históricamente, el sustento de Chávez es la exaltación bolivariana, que carece de verdadera base, por ser mitología orquestada ad hoc, en línea similar a lo que Wagner representó para el nazismo con sus mitos importados de Escandinavia. Porque en realidad el Bolívar de Chávez es un transformado del personaje que fue el Libertador; como cabe apreciarlo al leer una de las mejores biografías a él dedicadas, la de Salvador de Madariaga.
Más en concreto, en 1811, las elites criollas de Caracas decidieron proclamar la independencia del país frente a una España invadida por las fuerzas napoleónicas, y para ello promulgaron la que fue la primera Constitución de la América hispana; y en propiedad la primera de todo el mundo hispánico, pues se adelantó en tres meses a la de Cádiz. Y todo ello se hizo sin disparar un tiro y con pretensiones de establecer pacíficamente un orden civil bajo la tutela de instituciones liberales.
Sin embargo, la reacción armada de España tras liberarse de la invasión francesa (1814), logró descalabrar aquel intento transitoriamente, sobre todo porque la metrópoli contó en Venezuela con el apoyo de las clases más pobres, a las que no les valía que la nueva Constitución extendiera, sólo teóricamente, los derechos ciudadanos, y estableciera la soberanía nacional: los más desposeídos desconfiaban de aquella república gobernada por la oligarquía criolla. Bolívar comprendió entonces que era necesario recurrir al enfrentamiento armado para conseguir la independencia y procedió a la incorporación a los distintos grados del ejército republicano los más pobres.
Por lo que toca a la lucha armada, el Libertador promulgó en 1813 su célebre Decreto de Guerra a Muerte, en el que planteaba el conflicto con la mayor crudeza: «Españoles e isleños (canarios), contad con la muerte si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables».
[pull_quote_left]Bolívar, de rancio abolengo, y miembro de una de las mayores fortunas de la Venezuela española, tuvo siempre una concepción aristocrática del gobierno. Lo cual se apreció con toda claridad en 1826, al diseñar la Constitución del nuevo país bautizado con su nombre, Bolivia. En cuya primera Carta Magna, el Libertador se propuso a sí mismo como presidente vitalicio[/pull_quote_left]Como recuerda Xavier Reyes Matheus, Bolívar sentía verdadera repugnancia por el enfrentamiento entre clases sociales, que identificaba con la anarquía. Y escarmentado por la experiencia de la Revolución Francesa -que llegó al terror, y que llevó a la guillotina a tantos de sus primeros dirigentes-, estimó que la democracia corría el riesgo de degenerar en tiranía de las masas; hasta el punto de pensar que era un derecho conducente al despotismo. De modo que, incluso en su etapa más revolucionaria, el Libertador clamaba contra «las elecciones populares hechas por los rústicos del campo, y por los intrigantes moradores de las ciudades, pues los unos son tan ignorantes que hacen sus votaciones maquinalmente y los otros tan ambiciosos que todo lo convierten en facción».
Aunque su genio auténticamente romántico le hizo sacrificar todo interés material al deseo de gloria, Bolívar, de rancio abolengo, y miembro de una de las mayores fortunas de la Venezuela española, tuvo siempre una concepción aristocrática del gobierno. Lo cual se apreció con toda claridad en 1826, al diseñar la Constitución del nuevo país bautizado con su nombre, Bolivia. En cuya primera Carta Magna, el Libertador se propuso a sí mismo como presidente vitalicio con unas prerrogativas no muy distintas a las de un rey, pues aunque desconfiaba de la conveniencia de restablecer una corona en América, lo cierto es que se mostró favorable a la función integradora y moderadora de la monarquía, al decir: «Esta suprema autoridad debe ser perpetua; porque en los sistemas sin jerarquías se necesita más que en otros un punto fijo alrededor del cual giren los magistrados y los ciudadanos, los hombres y las cosas», explicó.
En conexión con lo anterior, se ha recordado como, Ernesto Giménez Caballero, en un ensayo titulado El parangón entre Bolívar y Franco, afirmó sin empacho: «Éste fue el gran triunfo político de Franco al encarnar tal pensamiento: presidente o jefe de Estado vitalicio, con un senado o Cortes orgánicas». Parecido al precedente de Bolívar en la recién nacida Bolivia, el antiguo Alto Perú.
[pull_quote_left]El Libertador se empleó a fondo para conjurar todas las fuerzas que estimaba disolventes de la estabilidad del Estado: persiguió a la prensa disidente, aumentó las prerrogativas de la Iglesia y prohibió las doctrinas de Bentham en la Universidad sobre la búsqueda de la felicidad a través del liberalismo, y se decidió, por fin, a establecer la dictadura militar[/pull_quote_left]Y para terminar con la referencia a Bolívar: al tomar las riendas de Colombia, la gran nación que él quiso consolidar con los territorios de Venezuela, Nueva Granada y Quito, el Libertador se empleó a fondo para conjurar todas las fuerzas que estimaba disolventes de la estabilidad del Estado: persiguió a la prensa disidente, aumentó las prerrogativas de la Iglesia y prohibió las doctrinas de Bentham en la Universidad sobre la búsqueda de la felicidad a través del liberalismo, y se decidió, por fin, a establecer la dictadura militar, que sólo abandonó cuando se sitió mortalmente enfermo. Desengañado y alertando siempre sobre la «anarquía», en una de sus últimas cartas concluyó que «quien sirve una revolución ara en el mar».
Esa fue la verdadera historia de un Bolívar, convertido por obra y gracia del chavismo en el gran héroe de la democracia y en el defensor de las clases populares, en una nueva e inaudita reescritura de la Historia.
Continuaremos la semana próxima, y como siempre, el autor se pone a disposición de los lectores en castecien@bitmailer.net
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