Opinión

El populismo, del que tanto se habla (VI)

Alexis Tsipras.

[dropcap]A [/dropcap]principios de marzo empezamos la publicación del presente artículo, del que hoy libramos la sexta, pudiendo decir que he recibido una serie de comentarios sobre el tema. Y más que cabe esperar, si se considera por los lectores de La Crónica, que en España hay partidos antisistema y populistas, con no poco riesgo de una cierta estabilidad política.

B. El caso de Syriza en Grecia

Que Syriza, la actual coalición de izquierdas de Grecia, es un partido populista, no ofrece dudas. En cuanto a su emergencia, ha de recordarse que cuando la crisis del euro comenzó hace media década, los economistas keynesianos predijeron que la austeridad que se imponía a Grecia ahogaría el crecimiento y aumentaría el desempleo, y que incluso fracasaría en su propósito de reducir la relación deuda y PIB. Y como consecuencia de eso, dicen los mismos keynesianos –sin detenerse para nada en lo que había sido la situación económica en Grecia desde mucho antes de llegar a la austeridad—, las elecciones del 31 de enero de 2015 dieron el triunfo a Syriza, por su empeño en luchar contra lo que llaman «consecuencias de la crisis económica» y de su tratamiento por la Eurozona.

Pero en tales historias, hay mucha literatura, y en realidad, la crisis griega que incide con tantos altibajos en los mercados europeos últimamente es ya una cuestión que viene de más lejos: empezó, casi con el comienzo del siglo XXI, cuando los helenos ingresaron en la Eurozona, falseando su gobierno los datos presentados a efectos de demostrar que cumplían los criterios de Maastricht, como paso indispensable para ingresar en la Unión Monetaria. Y casi en paralelo a ese trance de engaños y fraudes, se celebraron los primeros juegos olímpicos modernos de Grecia, en 2004, a lo largo de los cuales,el ejecutivo de Atenas se embarcó en una fase de gastos disparatados y derroches múltiples, entreverados de toda clase de corrupciones, hasta crearse una situación financiera que acabó estallando en la que llamamos «crisis de nunca acabar», que comenzó en 2008.

Así las cosas, ya en 2010, la Unión Europea hubo de crear instituciones ad hoc para asistir a Grecia en sus políticas de caída dramática de ingresos públicos y endeudamiento. Nació de esa forma, primero, el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), así como la tan denostada Troika que integran la Comisión de la UE, el BCE y el FMI para vigilar los memorandos de entendimiento previamente acordados. Y de ese modo se produjo el primer rescate: la ayuda de la Eurozona a la moderna Hélade que alcanzó la cifra de 110.000 millones de euros, además de una fuerte quita de su deuda soberana.

Pero esos males, abordados para su pretendida solución en 2010, lejos de resolverse con las euroinyecciones, se agravaron aún más. Entre otras cosas, porque, como dijo Papandreu antes de dar paso en 2011 al gobierno tecnocrático de Lucas Papademos: «aquí nadie paga impuestos, todo el mundo defrauda, tenemos la productividad más baja de la UE, la oligarquía se lleva los capitales, y sufrimos el Estado más burocrático e ineficiente». Y ahí sigue todo eso y mucho más, sin apenas haberse tocado nada: y esa es «la madre del cordero» de una crisis inacabable e insoluble de forma convencional… porque los griegos de hoy no se parecen tanto a los de la Hélade de Pericles.

[pull_quote_left]La razón de ese estado de cosas, insistimos, es que los sucesivos gobiernos griegos incumplieron todo lo que prometieron. Por eso, más que reivindicar ante la Unión Europea, el dúo agónico de Syriza, el presidente del Gobierno, Tsipras, y su ministro de Finanzas, Varufakis, tendría que identificar a los responsables del caso[/pull_quote_left]Inevitablemente, llegó el segundo rescate, en 2011, con el cual se ha acumulado al día de hoy la impresionante cifra de 340.000 millones de euros de aporte desde la UE: la suma de los 110.000 millones de la primera ayuda, 130.000 de la segunda, y 100.000 de quitas. A pesar de lo cual, Grecia sigue teniendo hoy un débito estatal del 176 por 100 de su PIB; con un déficit de dos dígitos (12 por 100), un 27 por 100 de paro, un Estado que gasta el 58 por 100 del PIB (España el 44), y el doble de funcionarios que España en términos comparativos. Con todo eso, y sin llevar a cabo las reformas, el pueblo sufre por los recortes, en tanto que la recuperación no se vislumbra de manera firme.

La razón de ese estado de cosas, insistimos, es que los sucesivos gobiernos griegos incumplieron todo lo que prometieron. Por eso, más que reivindicar ante la Unión Europea, el dúo agónico de Syriza, el presidente del Gobierno, Tsipras, y su ministro de Finanzas, Varufakis, tendría que identificar a los responsables del caso, para que sobre ellos recayeran las sanciones de la política y de la ley. Pero es mucho más fácil inventarse un fantasma de «Europa nos oprime»para atribuirle las graves penurias por las que pasa el pueblo griego.

No vamos a extendernos aquí y ahora en las propuestas del gobierno de Syriza, hechas con arrogancia impropia de la situación tras la victoria electoral de 31-I-2015,y con un análisis pro domo sua que no aclaró nada, y que lo oscureció todo, con la más total «demagogia». Término, este último, acuñado hace 2.400 años por Aristóteles en los mismos pagos helenos de hoy. Y se trata de «demagogia», porque el partido triunfante en Atenas, Syriza, «se ha inventado una película» cuyo guion no podría pasar por el mínimo escrutinio de los conocedores de la historia reciente.

Tampoco vamos a detallar ahora lo que exige el Eurogrupo a Grecia, puesto que en la Comisión Europea (que en las negociaciones de febrero de 2015 desempeñó el papel del «policía bueno») están representados todos los países de la Unión, de los que siete aún no han acogido la moneda común. Y es, por tanto, el Eurogrupo el que tuvo que negociar para que, por lo menos por un tiempo, Grecia no salga de la Unión Monetaria, una hipótesis que se ha dado en llamar «Grexit» (por el término anglosajón exit, salida).

Y es que con la Grexit se crearía una situación de desastre, volviendo a la dracma como moneda nacional, con una devaluación de la misma de por lo menos el 50 por 100 frente al euro, de modo que de la noche a la mañana la deuda pública se multiplicaría por dos. Y los bancos del país, sin liquidez proveniente de la ayuda comunitaria o directamente del BCE, tendrían que cerrar o establecer un corralito para frenar la retirada de depósitos de las cuentas bancarias. Y sin ingresos provenientes de la Eurozona, el Estado griego estaría abocado a la bancarrota. Al final, y para abreviar la secuencia de negros augurios, resultaría que de los 11,12 millones de griegos, no sería impensable que en dos o tres años por lo menos un tercio acabaran emigrando al resto de Europa; porque Grecia se iría del euro, pero no de la UE.

[pull_quote_left]¡Qué poco queda de las promesas electorales de Syriza! Y es que los hechos son tozudos, algo que Podemos tendría que aceptar expresamente, acabando con la falsa idea de que Syriza ha sido un revulsivo para terminar con la opresión de la «casta» del Eurogrupo.[/pull_quote_left]La única opción plausible, pues, era llegar a un acuerdo entre el Eurogrupo y el nuevo gobierno griego surgido de los comicios del 31-I-15, reconociendo el nuevo ejecutivo de Atenas, con un lenguaje más eufónico que el de antes, los incumplimientos y las obligaciones. Y eso es lo que permitió, a la postre, el acuerdo con el Eurogrupo alcanzado el 21-II-2015, por el que Grecia se comprometió a no adoptar «ninguna medida ni cambio unilateral que pueda afectar negativamente a los objetivos fiscales, la recuperación económica o la estabilidad financiera, según el análisis de las instituciones». Esto impide, sobre el papel, que el gobierno de Syriza apruebe la legislación para revertir la reforma del mercado laboral y su paquete de medidas sociales.

Atenas también reiteró su compromiso inequívoco de honrar sus obligaciones financieras con todos sus acreedores de forma completa y puntual; lo que alejó al Gobierno griego de la demagogia de Syriza durante la campaña electoral de aplicar una quita o canjear la deuda por bonos ligados al PIB. En cuanto a los objetivos fiscales, las autoridades griegas «garantizan superávit fiscales primarios apropiados o las ganancias financieras necesarias para garantizar la sostenibilidad de la deuda en línea con el comunicado del Eurogrupo de noviembre de 2012».

Ese acuerdo es muestra del fracaso del populismo de Syriza en sus planteamientos electorales de doblegar al Eurogrupo. Y la mejor expresión de ello es que el 22-II-2015 el legendario político Manolis Glezos, cabeza de la lista radical de Syriza a las elecciones europeas, publicó una declaración en la página web de Movimiento de Ciudadanos Activos (que forma parte de la Coalición de la Izquierda Radical que es Syriza), para pedir perdón a los griegos por las últimas cesiones realizadas por el Gobierno de Tsipras al Eurogrupo, concretando lo siguiente: «El anuncio del gobierno de que iba a empezar su andadura poniendo fin a la Troika y sus reformas, no es realidad», para acto seguido advertir que «el cambio de los nombres de la “Troika” por la palabra “instituciones”, y del “memorando de entendimiento” por la palabra “acuerdo”, y de los “prestamistas” por la palabra “socios”, es algo así como bautizar la carne como pescado; perdiéndose el objetivo de Syriza de anular la austeridad, «que no es únicamente la estrategia de la oligarquía de Alemania y de los demás países del rescate, sino también de la oligarquía griega».

¡Qué poco queda de las promesas electorales de Syriza! Y es que los hechos son tozudos, algo que Podemos tendría que aceptar expresamente, acabando con la falsa idea de que Syriza ha sido un revulsivo para terminar con la opresión de la «casta» del Eurogrupo. Pero de eso cabe poca esperanza: en la perversión del lenguaje, los populistas hispanos de Pablo Iglesias seguirán erre que erre diciendo que Syriza es un ejemplo a seguir. Estaríamos aviados en tomar a Syriza y Grecia como modelos: España no es Grecia.

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