[dropcap]A[/dropcap]cabo de leer un libro sobre el Camino Franciscano, escrito por mi amigo Alfonso Ramos de Castro.
Hoy se están recreando muchos Caminos. No ya los ramales del archifamoso de Santiago –me refiero al Francés, el que pasa por Roncesvalles, Burgos…– ni los del también de Santiago, quizás algo más antiguo, el Mozárabe, que muchos confunden con la Calzada Romana de La Plata (más correcto sería llamarla de La Balata, la «Bien Hecha») o con la Cañada pecuaria de La Vizana. A estas dos vías principales del Camino por antonomasia se han sumado el Portugués, el del Norte, el de Levante y muchos más, algunos de nueva creación, como el Teresiano, que se está intentando poner de moda por aquello del V Centenario de la Santa.
El de San Francisco ha sido redescubierto por mi gran amigo Alfonso, siguiendo los pasos de aquel que intentó conciliar el Cristianismo con el Islam.
No me parece mal esta proliferación de rutas jacobeas, franciscanas o teresianas, pero en la mayoría de los casos parecen estar promocionadas con unos intereses poco… espirituales. Copiando a Alfonso, con este pensamiento de diversión los peregrinos dejan de serlo para quedarse como » turigrinos».
¿Quién no ha querido, quién, no ir a Santiago andando? En mi ocasión, por el Mozárabe, conocí a todo tipo de gentes entrañables. Había quien lo hacía en sentido místico. ¡Sí, lectores míos, místico! ¡Que lo querían hacer poco menos que rezando! También están los que parecían como penitentes, con jornadas maratonianas y pies sangrantes. Y quien, como yo, como motivo de confraternidad con buenos amigos que compartían la alegría de marchar juntos y sentir lo mismo que infinidad de personas durante siglos. ¡Saborear la Historia, en la que te introducías!
No es lo mismo, ¡no!, lo que te ofrecen las agencias de viajes, todo comodidades, todo organizado al milímetro, sin sorpresas, pero sin sentir el aliento de las gentes que viven en el Camino –no del Camino.
Pondré, como un ejemplo de los muchos que viví, lo que me ocurrió en Réfega, en el entrañable Portugal.
Allí llegamos los Amigos del Camino, de Zamora, cansados de aquella dura cuesta desde Quintanilha. Comimos al raso en una placita, compartiendo las viandas, como siempre, entre bromas y risas. Después alguien dijo que conocía a alguien y fuimos a visitarle 7 u 8 peregrinos de aquel día. Nos invitó a tomar unos vinos en su rústica bodega, donde bebimos y cantamos en portugués, gallego y español. El anfitrión, entusiasmado, dijo que tenía una barrica de oporto y que qué mejor ocasión que aquella para empezarla. Julia, la única mujer de aquel grupo (q. e. p. d.) le regaló su bastón de peregrino, un simple palo trabajado con la navaja.
La cabeza empezaba a darnos vueltas, pero al subir los escalones y salir a la calle sentíamos que aquellos vinos portugueses eran tan exquisitos que el alcohol se disipaba súbitamente.
Pero no podíamos llegar a la placita donde nos esperaban los compañeros. Por donde íbamos pasando todas las puertas se abrían para festejarnos con lo que tenían, pastas, rosquillas, licores, con una alegría que nos hermanaba a españoles y portugueses.
Tuvieron que venir a buscarnos. Resultó que se había corrido la voz de nuestra presencia y las buenas gentes de Réfega se habían vestido con sus trajes regionales y estaban bailando para nosotros y con nosotros. ¡Fue una jornada inolvidable para todos los que la vivimos! ¡Y nadie, absolutamente nadie, se emborrachó!
Podría contar muchas más cosas de aquellas convivencias jacobeas, pero para muestra «basta un botón».
Sólo añadiré que algunos años más tarde tuve ocasión de pasar cerca de Réfega y me di una vuelta por el pueblo. En una calle estaban sentadas a la puerta de una casa cuatro mujeres y un hombre, todos de edad avanzada. Él me reconoció. Era el dueño de aquella bodega. No hubo forma de negarle otra visita. ¡Y allí tenía, en una pared, el palo que le había regalado Julia, como recuerdo de aquella tarde tan entrañable y limpia, en la que disfrutamos de la amistad, de la confraternidad que el Camino de Santiago produce en quien verdaderamente penetra en él!