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Opinión

Las Conversaciones de Salamanca cumplen 60 años

Carlos Saura fotografíó así en las escaleras del atrio de la catedral a parte de los participantes en las Conversaciones.
Carlos Saura fotografíó así en las escaleras del atrio de la catedral a parte de los participantes en las Conversaciones.

[dropcap]L[/dropcap]as Conversaciones Cinematográficas Nacionales, referencia destacada en el cine español, comenzaron en Salamanca hoy hace 60 años. Hasta el día 19 se plantearon y debatieron los grandes problemas de la cinematografía del momento, lo que permitió establecer unas conclusiones que, de haberse puesto en práctica –lo que nunca ocurrió– las situaciones del cine español hubieran sido bien diferentes. En aquel 1955 el régimen dictatorial se negó a dar paso a unas posiciones que en bastantes puntos del planteamiento rasgaban la costra del sistema en busca de libertades que ese régimen ni soñaba conceder a los ciudadanos. Y es que durante las sesiones que acogió la Universidad de Salamanca se procedió con debates democráticos que se desarrollaron en público por primera vez tras la guerra civil, con el intercambio de diferentes posiciones tanto ideológicas como de intereses. Allí, donde no se trataba de pronunciar las habituales conferencias y discursos grandilocuentes, sino de exponer problemas y hablar sobre ellos con distintos criterios, se plantearon “ideas diferentes” a las habituales.

[pull_quote_left]En las Conversaciones se habló de cine, cierto; pero también de la política del momento que encenagaba al cine español y de la política necesaria para modificar esa situación.[/pull_quote_left]En las Conversaciones se habló de cine, cierto; pero también de la política del momento que encenagaba al cine español y de la política necesaria para modificar esa situación. Las ideologías, en aquella España, asomaron su cara por primera vez. Además, fueron “un acto político” frente a la dictadura, y allí latían estrategias que se buscaba aplicar en seguida para seguir avanzando en el territorio de las libertades. Cuando en el paraninfo se comunicó el famoso pentagrama que leyó Juan Antonio Bardem: “El cine español actual es políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo, industrialmente raquítico”, no se puede olvidar otro párrafo que reflejaba de qué habían ido las sesiones. Señaló que “voluntariamente, hemos hablado con libertad absoluta, mostrando un vivo ejemplo de independencia y unidad. Aunque las opiniones y criterios individuales hayan podido ser diferentes, ha habido siempre, en todo momento, un sustrato común sobre el cual ha podido nacer un acuerdo colectivo: nuestro amor al cine, nuestra insobornable actitud crítica, nuestra terminante disconformidad con el cine español que se ha hecho hasta ahora y con las condiciones de todo orden que lo han hecho así”. Tras la guerra, nunca se había señalado tan claramente en público tal disconformidad ante el régimen y desde posiciones plurales pero convergentes.

En esos debates se marcaron abiertamente dos posiciones. Por una parte, la oficial, planteada en la ponencia “Cine político”, a cargo de E. Salcedo, impuesta por el gobernador civil, donde se señalaban decididamente los bordes del marco del 18 de Julio como terreno de juego para el cine español, lo que determinó la oposición a otro tipo de cine y, en concreto, un pronunciamiento claro contra el reflejo del tipo de cine que se consideraba adecuado en España, el neorrealismo “porque corremos el peligro de caer en la versión agria y deprimente de una España en la que todo va mal”, según destacó el ponente. Pero éste se encontró prácticamente solo e, incluso, la respuesta contraria más contundente llegó desde las propias filas del falangismo mediante M. Arroita-Jáuregui. Y esas ideas no tuvieron reflejo en las conclusiones.

La otra posición, que encontró acogida general, aunque abriera un debate movido, fue la presentada por Ricardo Muñoz Suay en torno a los caracteres del cine español, porque no se anduvo por las ramas con sus referencias al planteamiento de los problemas en función de su situación real y temporal y de buscar soluciones, en torno a las cuales apuntó que “rechazamos, para problemas materiales, soluciones espirituales o sentimentales simplemente. Rechazamos, para problemas sociales, soluciones individuales”. No dejó de apuntar que el espejo para el cine español se encontraba en el realismo, el neorrealismo al modo italiano. Esos criterios con ideas diferentes en aquellos momentos sí quedaron plasmadas a la hora de las conclusiones.

[pull_quote_left]Allí se encontraban gentes claramente identificadas con el régimen franquista, otras con tono independiente y, desde luego, gentes al margen del sistema, encabezadas por Muñoz Suay, el republicano entonces dirigente del PCE clandestino en el campo de la cultura.[/pull_quote_left]Los muros de las aulas salmantinas dieron acogida a debates que confrontaron ideas porque allí se encontraban gentes claramente identificadas con el régimen franquista, otras con tono independiente y, desde luego, gentes al margen del sistema, encabezadas por Muñoz Suay, el republicano entonces dirigente del PCE clandestino en el campo de la cultura. Y como se encuentra debidamente documentado, la base nutricia de las Conversaciones –llamamiento, ponencias, ponentes– partieron de ese grupo, el “grupo Objetivo”, la revista que editaban, compartiendo esa preparación con los dirigentes del Cine-club del Seu de Salamanca, que convocaron las Conversaciones. Estos jóvenes, encabezados por Basilio Martín Patino –Joaquín de Prada, JMª Gutiérrez, Manuel Bermejo, JL Hernández Marcos–, mostraron su habilidad para instrumentalizar el sindicato estudiantil obligatorio de modo que se pudieran montar las sesiones que nunca hubiera podido establecer Objetivo por el control sobre ellos: E. Ducay, JA Bardem, P. Garagorri, aparte de Muñoz Suay, que –como señaló– “vi el cielo abierto” cuando llegaron los jóvenes salmantinos con un proyecto al que se le dio la vuelta.

Pero terminadas las Conversaciones, la unidad que se había registrado y el tono que habían regido –conocido como “el espíritu de Salamanca”– no tardaron en saltar por los aires como consecuencia de matizaciones, descalificaciones, rupturas, una vez que desde posiciones afectas al régimen se cayó en la cuenta de que lo establecido en Salamanca requería superar los bordes del régimen. Fue así cómo, con el correr de los días, lo aportado de las Conversaciones quedó en vía muerta, hasta llegar al recuerdo arqueológico que hoy suscitan. Y otro tanto ocurrió con la cuña de la misma madera que eran los movimientos ligados al proyecto de Salamanca, plasmado en lo que iba a ser en 1956 el Congreso de Universitario de Escritores Jóvenes. Porque el régimen en ese caso ya no consintió la salida, abortó el movimiento, detuvo a los dirigentes y se originaron las algaradas encajadas dentro de lo que se ha denominado los “sucesos de febrero de 1956”, cuya consecuencia más resonante fue la destitución de Joaquín Ruiz-Jiménez como ministro de educación, considerado responsable por haber abierto una leve vía de libertad cultural.

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