Sin un cigarro no soy nadie. Fumo, luego existo

Este no es un blog de autoayuda al uso. Tampoco es un texto de consejos médicos. Ni siquiera es una conversación entre médico y paciente. Son, por encima de otras cosas, las reflexiones personales de una fumadora impenitente de cigarrillos, Lira Félix Baz, y de un médico, Miguel Barrueco, que trata de ayudar a los fumadores a dejar el tabaco como jefe de la Unidad de Tabaquismo del hospital Clínico de Salamanca.

Siempre hay un momento en el que un fumador quiere dejar el tabaco. Aprovéchalo, porque es como los trenes… (9º Post)

[dropcap]V[/dropcap]olvamos a los meses previos antes de dejar de fumar. La primera vez que piensas en dejarlo, destierras inmediatamente la idea de la cabeza, porque son muchos los soldados que manda Endriago a acribillarte con toda la artillería pesada haciéndote creer que sin un cigarrillo no eres nadie. El tabaco te mina la autoestima hasta tal punto que piensas y piensas y piensas que sin tabaco no existes. El Pienso, luego existo, de Descartes, se transforma en el Fumo, luego existo.

Al día siguiente vuelves a pensar que a lo mejor no pasa nada si lo dejas. De nuevo el ejército ataca. Eso sí, a medida que los días pasan, cada vez las balas que disparan aciertan menos o su puntería resulta menos ofensiva o tu retaguardia se muestra más resistente y bien armada. No sé, pero cada momento que piensas que deberías dejar de fumar, es una batalla ganada. No la guerra, que se sigue ganando día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, década tras década.

Lo malo de esta contienda es que mientras luchas en esa guerra de guerrillas, sigues fumando, y en parte le das argumentos a Endriago para que siga atacando. Parece un galimatías, luchas por dejar de fumar y lo combates fumando, pero es así este enredo.

Al fin y al cabo no podemos olvidar que estamos representando un drama.

En estos momentos, en los que ya te planteas que no puedes seguir fumando, te puede pasar como a mí, situaciones contradictorias que solo se pueden explicar desde la mente de un drogadicto. Sales con unos amigos. Te tomas algo en un bar, te enciendes un cigarrillo. Lo fumas y justo cuando lo apagas, es cuando piensas: Tengo que dejarlo. Tengo que dejarlo. No puedo seguir fumando. Pero al rato enciendes otro cigarrillo.

Otra sinrazón es cuando comienzas a hablar con personas cercanas a ti de la posibilidad de dejar de fumar. Y empiezas a decirlo justo cuando te estás encendiendo uno. La otra persona te dice: ‘Pues apaga el que acabas de encender’. Y ese comentario te sienta como una patada en el culo. ‘No -dices- ¡Este no! Lo que quiero decir es que tengo que dejarlo, pero todavía no’. Así de golpe no, necesito tiempo.

Eso es cierto. Tiene que haber un momento determinado. Un clip que suene en tu cerebro, como la rama que se rompe cuando caminas por un bosque. ¡Qué bucólico me ha quedado esto! Aunque es cierto. Es un, no sé qué, que sé yo, que dicen los franceses, pero que tiene que pasar para que suprimas de tu vida el vicio.

En mi caso, la primera señal de aviso siempre se materializaba en mi garganta. Me quedo sin voz. Me dolía hablar. Era horroroso intentar mantener una conversación y no poder. Es increíble que en estos momentos siguas fumando y justificando que el tabaco te suaviza la garganta. Es así. Luego me dijo mi médico que esa es una falsa idea de las muchas que nos autoadministramos los fumadores; con tal de seguir fumando nos inventamos cualquier cosa. El tabaco no suaviza, rasca.

Un día, sin saber por qué, te pasas todas sus horas con un único pensamiento. Tengo que dejarlo. No puedo seguir así. Quizá porque estás cansado de dormir mal, de encontrarte agotado, de tener que levantarte a beber agua todas y cada una de las madrugadas, de no poder hablar, de respirar mal o simplemente de que dejas una buena parte de tu presupuesto en el cenicero… ¡Vamos!, que descubres que aquellos otros pensamientos que ocupaban tu mente, del tipo no soy nada, si no enciendo un cigarrillo se esfuman, nunca mejor dicho.

Precisamente en uno de estos momentos tuve que ir a hacer un reportaje a una asociación; mientras esperaba para que me atendieran, me puse a mirar el tablón de anuncios. Allí había un cartel del Ministerio de Sanidad que acaparó inmediatamente mi atención decía así:

Sorprendentemente, una vez que dejas de fumar el organismo comienza a curarse en cuestión de minutos. La tensión arterial y el pulso se normalizan a los pocos minutos.

24 horas. El monóxido de carbono ha desaparecido del organismo y los pulmones empiezan a trabajar para eliminar las partículas acumuladas. A estas alturas, ya se respira mejor.

48 horas. Las terminaciones nerviosas se ajustan a la ausencia de nicotina y las habilidades y sensaciones del gusto y del olfato empiezan a volver.

72 horas. El paso del aire que va hacia los pulmones se facilita, ya que los conductos que lo llevan se relajan, haciendo que la respiración se haga más fácil y que aumenten los niveles de energía.

De 2 a 12 semanas. La circulación y la tolerancia al ejercicio comienzan a mejorar.

De 3 a 9 meses. La función pulmonar aumenta un 10% y la tos y la dificultad para respirar comienzan a disminuir. Se está más en forma y más fuerte.

1 año. El riesgo de enfermedad cardiaca desciende a la mitad del de un fumador. Eso significa que has reducido a la mitad las posibilidades de sufrir un ataque al corazón.

10 años. El riesgo de cáncer de pulmón disminuye a menos de la mitad de aquellos que continúan fumando y disminuye la incidencia de otros cánceres (de boca, de garganta, de esófago, de vejiga, de riñón y de páncreas).

15 años. El riesgo de ataque al corazón es igual al de una persona que nunca ha fumado.

Cuando ya te paras a leer este tipo de carteles, echas una ojeada a estadísticas y a leer artículos que salen en los periódicos acerca de lo dañino que es el tabaco, es cuando el personaje sensato ocupa ya casi todo el escenario. Es en este instante cuando estás preparado para coger el toro por los cuernos y armarte de valor. La mente dispuesta –o eso crees-, y el cuerpo pidiendo a gritos que no lo envenenes más. Por lo que, viniera lo que viniera –Endriago -a modo de síndrome de abstinencia- lo vencerás.

Cuando llega ese momento y tomas la decisión de verdad, tienes un subidón de autoestima que te hace vencer las que tú crees que son las últimas resistencias. Pero no bajemos la guardia. No nos descuidemos, en cualquier momento pueden entrar por un lateral del escenario personajes que encarnan un mal día, un disgusto, un nerviosismo o infinidad de circunstancias que infunden la falsa creencia de que si enciendes un cigarrillo, se soluciona todo.

De todas las ocasiones en las que lo he dejado no recuerdo ninguna en la que no se haya repetido este ritual. Unos meses antes piensas que es una bobada fumar, que no conduce a nada. Aunque sigues, pero es el primer indicio de que quieres abandonar el tabaco.

Continuará…

Este blog está protegido por los derechos de autor. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este texto. (SA-79-12)

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