[dropcap]A[/dropcap]ndaba yo por Ferreira de Valadouro cuando oí que en el concello de al lado, Alfoz, había una Pena Abaladoira («peña bailarina»). El Ayuntamiento había publicado un díptico con las maravillas de su entorno, de modo que me encaminé hacia el sitio donde, con aproximación, figuraba. Había estado allí –cerca de la aldea de Pereiro– muchas veces, subyugado por el misterioso paisaje de las penas cabaleiras, con extrañas formas labradas por la lluvia y las heladas, sugerentes de leyendas y tradiciones, de una vida vaqueira rústicay milenaria, brumas casi diarias, bosques de pinos y enebros, yeguas y vacas montaraces pastando y trotando libres como el viento, soledad y silencio…
Bloques gigantescos, cuarteados, formas graníticas de todo tipo, extraños manantiales en los puntos más insospechados, verdor por todas partes penetrando y venciendo a la roca. Pese a la hoy abundante red de caminos asfaltados y molinos eólicos, sigue fascinando a quien hasta allí llega. No es raro encontrar huellas de la cultura castreña, monumentos funerarios megalíticos y restos de muy antiguos cercados. Yo mismo hallé un posible enterramiento, inédito, que comuniqué a los arqueólogos locales.
Sigo. Por más que la busqué no di con la Pena Abaladoira. Eso sí, jamás di el tiempo por perdido, rodeado de tanta belleza pétrea y forestal.
Hasta que un día me tropecé con dos vaqueiros de San Pedro de Labrada y de Pereiro. Éste era sordomudo. Fueron ellos los que me llevaron a la Pena y la hicieron bailar. Tiene unos 8 o 9 metros de largo y 3 en su altura máxima, con forma visceral. Arriba tiene unas grandes concavidades conectadas, que deben ser el resultado de una erosión diferencial sobre xenolitos más blandos. Su apoyo es leve. El movimiento no es muy grande, pero podía serlo más si la vegetación lo permitiese, y sólo se consigue si presionamos en un único punto.
Pero a mí lo que más me sorprende no es que se mueva, sino que alguien descubriese que podía hacerlo en un sitio tan laberíntico. ¿Quién sería? Quizás algún sacerdote de las desconocidas deidades célticas. Puestos a suponer ¿porque no le damos un carácter ancestral o mágico a tan extraña Pena? Quizás las concavidades del techo fuesen cuencos rituales. Todo puede ser.
Poco después supe de otra piedra oscilante en la asturiana Boal, pero me enteré por un suceso lamentable: unos desaprensivos la habían volcado perdiendo para siempre su facultad de moverse.
Aprovechando una visita de mis hijos Pedro y Cristina quisieron ver la Pena Abaladoira y les llevé allá. Nada más llegar Cristina fue derecha al único punto en que se podía empujar. ¿Quién se lo dijo?
Pero otro suceso marcó aquella jornada. Cerca de donde habíamos aparcado el coche había un potrillo al que habían matado y medio comido los lobos. Ello nos hizo prestar más atención al ganado libre de la sierra del Xistral. Pudimos observar un hecho anómalo. Tanto el vacuno como el caballar, que normalmente se encuentran muy dispersos por las fragas y brañas, se habían reunido en grupos alrededor de una gran pena. No formaban exactamente un anillo o rueda, pero estaba claro que lo harían rápidamente a la menor ocasión de peligro. ¡No me lo contaron. Lo vi!
Antes de conocer estas yeguadas y vacadas montaraces, tan abundantes en Asturias y Galicia, me imaginaba que eran como las salvajes de las películas del Oeste –quiero decir del norteamericano– en las que llega el cowboy y apresa con su circense lazo al cimarrón más fuerte y hermoso, lo doma con muchas costaladas y luego salva a la chica del acoso o rapto de los malvados forajidos.
Pues en Galicia no es así. Los entrañables vaqueiros son gente normal, que una vez al año se reúnen para agrupar el ganado montaraz y al día siguiente celebran la fiesta campestre de la Rapa das Bestas. Consiste en ir aislando a las yeguas jóvenes, una a una; un atrevido mozo se lanza al cuello y entre todos la derriban y sujetan mientras les cortan las crines y, si no está marcada, la divisean con un hierro al rojo. Previamente a la rapa se hace combatir a los machos, poderosos animales, todo fuerza, que se dan unos cuantos mordiscos y coces para demostrar su potencia. Es como una ceremonia en la que nunca llega la sangre al río.
Todo se hace en unos recintos empalizados, los curros, que se pueden ver por todas partes de las brañas, pues se aprovechan para hacer labores veterinarias. Aunque la quieren hacer turística, la rapa das bestas es una tradición campesina, que los lugareños aprovechan para festejar comiendo en el campo en las rústicas mesas y saborear el pulpo, sardiñas, chorizos o chuletas que se preparan allí mismo. ¡La verdad es que cuando has visto el espectáculo dos veces, a lo que vas allí es a buen yantar!
Bueno. Os dejo, que con este final se me ha hecho la boca agua. Otro día os contaré más cosas de mi querida Galicia.
8 comentarios en «A Rapa das Bestas»
Querido Emiliano,
Muchas gracias por contar todas estas historias tan interesantes. Te sigo, aunque en agosto con menos disciplina y rigor.
Un abrazo y hasta pronto,
Gracias a ti, querido casi-tocayo, por no olvidarte de mí en tu descanso veraniego.
Un abrazo
Pues efectivamente ahora parece que se hace solo para el turismo, aunque como muy bien explicas sea una tradición de hace muchos años. Un abrazo
Afortunadamente, en muchos lugares lo que perdura son las ganas de pasarlo bien en el campo, que tienen siempre los gallegos. Sorprende que los vaqueiros hagan esta fiesta tan dura para ellos, sin pedir ninguna subvención ni declaración de bien cultural. Lo hacen porque lo hacían sus padres y sus abuelos e, igual que sus garañones, tratan de demostrar su hombría con estas demostraciones de fuerza y coraje.
¡Qué siga así muchos años!
Buenos días, Emiliano: renovada la actividad laboral, es especialmente grato volver a saber que estás ahí, y disfrutar al leer tus historias. Gracias.
Un fuerte abrazo,
Muchas gracias, Adolfo. No sé de donde he sacado inspiración para escribir mis ocurrencias este verano, con el calor que hemos tenido que soportar día y noche. Y problemas, que no sólo no faltan, sino que se acrecientan.
En fin, que se va pasando. Y espero seguir distrayéndoos mucho tiempo.
Un abrazo muy fuerte
despues de un agosto sin internet, leo tu crónica sobre la rapa das bestas y la pena
Tratare de reenviarla a los Ferreira, lugar citado. Preciosa la prosa la poesía va dentro
Marcelino