Don Diego, un prelado muy activo

Sepulcro de Don Diego de Anaya en la capilla de los Anaya de la Catedral Vieja.

[dropcap type=»1″]D[/dropcap]on Diego fue un obispo que hizo honor al momento histórico en el que vivió. Eran años en los que los jerarcas de la Iglesia mantenían amantes y tenían hijos sin tener que ocultarlos. Pertenecía a dos de las familias más influyentes de Salamanca: Anaya y Maldonado. Así se puede explicar que este salmantino, nacido en 1357, ocupara sucesivamente los obispados de Tuy, Orense, Salamanca y Cuenca. Eligió la Catedral Vieja para su última morada, respondiendo a sus orígenes salmantinos, por haber ostentando la mitra de su Iglesia de 1392 a 1407, y porque residían en Salamanca la mayoría de los miembros de su familia.

Vinculado con la Corte desde muy joven, fue preceptor de los reyes de Castilla y Aragón: Enrique III y Fernando I respectivamente. Las buenas relaciones que mantuvo con los monarcas le valieron para alcanzar el arzobispado de Sevilla. Presidió la delegación castellana en el Concilio de Constanza, celebrado entre los años 1414 a 1418, donde tuvo que bregar con los problemas del Cisma de Occidente.

[pull_quote_left]Vinculado con la Corte desde muy joven, fue preceptor de los reyes de Castilla y Aragón: Enrique III y Fernando I respectivamente.[/pull_quote_left]En 1378 el papa Clemente VII se instaló en Aviñón, y cuando Anaya llegó a Constanza tres cardenales se hacían llamar Papa: Gregorio XII, Juan XXIII y Benedicto XIII. Benedicto XIII, conocido como Papa Luna, era amigo de Anaya y benefactor de la Universidad de Salamanca. Anaya intentó que renunciara al papado, pero no lo consiguió, y el aragonés se autoproclamó Papa hasta su muerte, acaecida en 1423. No cedió en su posición, a pesar de haber sido considerado hereje, cismático y perjuro.

El arzobispo salmantino destacó en Constanza por defender los intereses de Castilla y por promocionar la candidatura de Martín V al papado. Favores con favores se pagan, y el Papa y el rey de Castilla premiaron su trabajo concediéndole el arzobispado de Sevilla en 1418. Intrigas palaciegas, de las que no estuvieron ausentes el rey Juan II y el antipapa Álvaro de Luna, lograron que el Papa Martín V revocase su nombramiento de arzobispo. Recuperó la mitra sevillana en 1423, una vez demostrada su inocencia y la falsedad de la acusación.

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