17 de enero. San Antón. Fecha inolvidable para mí por muchos motivos.
Era la fiesta de mi barrio, no había colegio y con mis amigos veía la bendición de los animales en un ventanuco de su iglesia, en la madrileñísima calle de Hortaleza, a tres manzanas de mi casa natal; disfrutábamos de los preparativos de los traperos de Madrid, que engalanaban primorosamente sus carros de la basura y sus borricos. ¡Por eso se llama a esta fiesta, «la de los burros»!
Luego, al comenzar la tarde, gozábamos con la gran cabalgata con los animales recorriendo la calle y volviendo por la de Fuencarral; sus puestos ambulantes, con su tipismo característico, que dicen gustaba tanto a la Infanta Isabel, «La Chata». No se me olvidará nunca un recortable de un dromedario que me regaló mi querido hermano Pepe.
En una de sus últimas celebraciones, cuando ya la fiesta declinaba, participó el Circo Americano, con sus elefantes desfilando por Madrid.
El inmenso aumento del parque automovilístico hizo desaparecer esta fiesta tan tradicional en la capital, conservándose sólo la bendición de los animales y de los «roscos de San Antón», que degusté siempre mientras vivió mi madre. Decía ella que si los comía no me faltaría el pan en todo el año.
Hacia 1980 coincidí un día de San Antón en Zamora, donde se celebra una procesión, seguida de bendición de animales y subasta a beneficio de la Hermandad. Durante muchos años no me lo perdí mientras pude. ¡Benditos zamoranos, que tanto luchan por conservar sus tradiciones!
San Antón se sigue festejando en muchos pueblos de España, no con tantos animales, dada la imparable mecanización del campo, pero sí con el ancestral cariño de siempre.
Da gusto hoy ver la cara de los niños, con sus mascotas –algunas son de peluche– en la procesión zamorana o en la bendición en el salmantino Campo de San Francisco. Los animalitos, nerviosos por no saber de qué va la cosa, se dejan asperjar con el hisopo, para «que sean buenos».
Y hablando de mascotas permitidme ahora que os hable de las mías.
Muy de pequeño me regalaron un corderito, muy mono, blanquito, que iba llenado la casa de bolitas. ¡Hubo que ponerle una bolsa, a modo de orinal colgante! ¡Pero ni por esas! Yo no me enteré entonces, pero… ¡qué rico debió estar!
Luego tuve un pollito, amarillito, que me seguía a todas partes. Pero de él ya os conté lo que pasó (ver «El pollo ma…»).
Después vinieron los periquitos, a los que amaestré y andaban –mejor diré que volaban– por toda la casa, dejando sus «huellas coproides», con el consiguiente disgusto de mi madre y, después, de mi esposa.
¡Hasta que llegó Nena, mi –nuestra– queridísima gatita siamesa. No; era de raza birmana. Cuando nos la dieron, tan pequeñita, su madre no podía alimentarla –murió a los pocos días– y tuvimos que cuidarla como padres adoptivos. Pili le daba biberón con uno de juguete. Y yo me encargaba de lavarla el culete como a un bebé que era, con agua tibia que comprobaba con el codo y secándola con cuidado.
¡Así salió ella, de buena y cariñosa! Se crió con mis hijos, que la adoraban. Jamás hizo nada malo, siendo su muerte, a los 17 años, el único disgusto que nos dio.
¡Qué gatita! ¡Qué lista era! Sabía cómo hacernos comprender lo que quería, sin hablar. ¿Telepatía? No lo digo yo sólo; muchas personas han pensado lo mismo.
Pues… ¿y la sensación relajante que producen los gatos con su ronroneo, cuando los acaricias? Ya lo dijo el Cardenal Richelieu, al que gustaba tener uno en su regazo.
Se habla hoy mucho de una zooterapia para las deficiencias mentales. Yo estoy convencido de su eficacia.
Y creo que en los animales no hay maldad, como no la hay en los niños. Surge con la mala educación.
Y si eso es así ¿por qué no se educa bien a la especie humana? ¿No será que la maldad es un atributo que diferencia a Homo de las demás especies?
¡Piensa…! ¡Piensa…!
7 comentarios en «San Antón»
Como todas tus ocurrencias, me gusta.
Recuerdo los panecillos de San Antón, mi madre los compraba en La confitería Pablo Rodríguez, plaza mayor 13. En mi largo exilio voluntario en Madrid, no participe en la bendición de animales.
Buscaré hoy panecillos de San Antón, con su Cruz y sus virtudes.
En el pueblo de mi mujer y en su Ermita de San Antón, se hace una subasta con las aportaciones de los que luego pujarán, hay garantía de éxito. Las puertas de las casas en la cuesta están abiertas y se nos invita a torrijas y otras exquisiteces. Tus crónicas suplen ventajosamente nuestros olvidos.
Una ocurrencia mía es haber descubierto que vivo en una Villa Romana rural o … , necesito tus conocimientos como humanista, 2000 años es ayer.
Trataré de adjuntar mi escrito, como hipótesis, con ciertos datos e indicios, dejó a tu crítica y será motivo para vernos.
Si va a este club culto, espero nuevas visitas de amigos
Parece que tengo que enviarlo en otro correo.
Encantado de ayudarte, Marcelino. Ya me contarás.
Un abrazo
¡Pues sí! Hay un desliz provocado. Donde dice»… que diferencia a Homo de las demás especies.», el error está en que Homo es género, no especie. Debería haber escrito «al Hombre», o bien «Homo sapiens». Pero… ¿las demás especies de Homo, eran Hombres con maldad?
He visto que ayer la iglesia de San Antón en Madrid estaba abarrotada con personas acompañadas de sus mascotas o animales de compañía. También había café caliente y bocatas para los necesitados. La calle Hortaleza estaba cortada para el tráfico rodado. El padre Ángel de Mensajeros de la Paz quiso unirse en esta iglesia a la tradición. San Antón es un lugar que hoy acoge a todos sin distinción. 24 horas al día, 365 días al año.
Un abrazo
Querido amigo David. Lo que me dices me ha dado una gran alegría, al comprobar que MI Madrid aún sigue vivo.
Un abrazo
He leido con atención tu narración ,de aquel lejano ayer.Ese Madrid, y ese barrio tan castizo,donde transcurrió tu niñez,me parecen preciosos,e interesantes.
Yo también he tenido como tú,cuando mis hijos eran pequeños,alguna mascota, y la verdad le coges cariño.Ayer he visto ,la bendición de algunas,a través de los medios.Deseo siga esta tradición,no perdamos el pasado,nuestra España ,¡tiene tantas y tas bellas!.Un abrazo,y hasta la próxima ocurrencia.
Querida Azucena. Siempre, el día de San Antón me trae hermosos recuerdos de mi infancia y de aquella fiesta tan tradicional, la de los traperos o de los burros. ¡Ay, como borra el tiempo todo, o casi todo! Pero ahí queda eso: mis recuerdos por escrito que, junto a otros, harán que permanezcan. Anímate y escribe los tuyos.
Un abrazo muy fuerte, querida Azucena