Opinión

Simbiosis

Ultraderechistas irrumpen en la plaza de la Bolsa de Bruselas, este domingo.

[dropcap]E[/dropcap]ntre hinchas de pelo en pecho y elegantes de medio pelo hay una simbiosis muy particular, parecida a la que existe entre gerifaltes y guardaespaldas. Se retroalimentan.

Tener una fuerza bruta y lerda en la reserva y siempre a mano, ha sido una constante histórica en el modus operandi de los poderosos. Poderosos que si en tiempos más feudales eran tan brutos como su tropa, en estos tiempos postmodernos que nos ha tocado vivir, aparentan elegancia -pero de medio pelo- made in tarjeta black y paraíso fiscal.
Fíjense, por ejemplo, en algunos presidentes de club de fútbol.

Uno, que se ha pasado parte de su alegre infancia en la cima de los árboles escudriñando nidos, atrapando ranas en regatos y charcas, y pegándole a un balón «de reglamento» en los barrios de la periferia, o incluso levantando porterías con postes de la Renfe manchados de brea, nunca ha podido entender que un futbolista gane más dinero que un maestro o un sanitario, o sea, más celebrado y regalado que un premio Nobel.

Quizás el factor dinero es aquí el germen de la corrupción, como en tantas cosas. Y es que este negocio mueve mucho dinero (incluso de los que solo tienen deudas), arrastra masas aburridas (“el aburrimiento no es sino otro nombre de la domesticación”, decía Thoreau) y ofusca no pocas mentes que insultan mucho pero sudan poco, como no sea el alcohol que trasiegan.
Es el ejemplo máximo de la tormenta perfecta, en forma de simbiosis, entre dinero y deporte, política y espectáculo, incultura y rebaño, en cuya genealogía directa hay que situar el circo romano y el espíritu de pezuña.

Es una simbiosis muy parecida a la que existe entre políticos y empresas privatizadas, de ahí que al tratar con estas tengamos a menudo la sensación de estar tratando con matones y hooligans.

El trato especial que recibe este negocio por parte de los medios de comunicación, lo dice todo en cuanto a que medios de comunicación gozamos y sus verdaderos dueños. Y dice mucho de la Hacienda que somos todos (al menos en la publicidad), el trato privilegiado que se concede a este gremio, muy parecido al que se otorga a otros titulares del cotarro.

[pull_quote_left]La barbarie no se combate con la barbarie, porque además no está claro quién empezó esta dinámica de violencia y muertos, aunque las víctimas son siempre las mismas[/pull_quote_left]Habrá quien piense que es preferible tenerlos ahí, en el estadio de fútbol, entretenidos llamando «mono» impunemente a algunos jugadores de color, antes que pegando tiros en un despacho laboralista, pero alimentar a esta fiera es siempre jugar con fuego. Aunque quizás a alguien le interesa tener ese fuego siempre encendido, y que las banderas de los que piensan poco o nada no se oxiden.

Se les consiente que recorran las calles como si fuesen suyas y acaban vejando mendigos en las plazas públicas y orinando sobre mujeres pobres en las calles de ciudades cultas y europeas. Puede que acaben, si se tercia o se aburren, quemándolos vivos en cajeros automáticos repletos de euros, porque según dicta su delirio salvaje, los pobres son «chusma».

O se les guía como rebaño propio marcado con cruces muy poco cristianas, hasta la Plaza de la bolsa de Bruselas, donde se homenajea a las víctimas del terrorismo yihadista, para que repartan mamporros y coces, bajo el amparo de un ministro bastante insensato.

La barbarie no se combate con la barbarie, porque además no está claro quién empezó esta dinámica de violencia y muertos, aunque las víctimas son siempre las mismas.

Quiero suponer que hay en las altas instancias de nuestro poder personas poco recomendables -es obvio- pero aún con sentido práctico del negocio, que a estas alturas de la película están preguntándose si no se habrán pasado de dosis, o si el negocio de la guerra, al final no es tan buen negocio como decían sus asesores.

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