[dropcap]C[/dropcap]reo que le debo algo a Cervantes. ¡Mucho! Me refiero no a mi entrañable amigo Emilio, sino al gran escritor que representa a nuestra lengua inmortal, Miguel de Cervantes Saavedra, que permanece vivo y siempre lo estará mientras se hable español por el mundo.
Y voy a aprovechar que en estos días se cumple el Cuarto Centenario de su fallecimiento, para darle las gracias y decirle por qué.
Yo, como muchísimos niños en España, tenía en mi casa un Quijote infantil, con unas preciosas ilustraciones, que muchos años después supe, cuando ya no tenía aquel librito, que eran miniaturas de los famosos grabados de Gustavo Doré. Y, ¡cómo no!, me divertí con las aventuras del Caballero de la Triste Figura, marcándose en mi mente su imagen embistiendo las aspas del molino de viento o alanceando las ovejas.
Pero nada más. Oía hablar de Cervantes, ¡quién no!, de su importancia en la Literatura Mundial, etc., etc. Pero no me dio por leerle. ¡Y eso que estudié todo mi bachillerato y el preuniversitario (siete años en total) en el Instituto de su nombre, en Madrid!
Pues bien, entre las asignaturas no básicas del preuniversitario que yo hice en el curso 1959-1960 había una titulada «Cervantes y el Quijote».
Estas asignaturas no básicas cambiaban en cada curso. A mí me tocó estudiar esa. Y otras de las que hablaré en pronta ocasión. Puede que muchos piensen que fuesen unas «marías», es decir –para los que no sepan que es eso– sin ninguna importancia; que con asistir a clase ya era suficiente para aprobar. Quizás en muchos casos fuese así. Todo depende de la categoría del profesor que te lo explica. ¡Cómo en todo! ¡Cuántas vocaciones nacieron de la habilidad o sabiduría del docente! ¡Ahí está la grandeza, hoy tan olvidada, de esa profesión, la más importante en la Historia del Hombre!
Yo tuve la gran fortuna de disfrutar de un profesorado extraordinario, no sólo en las asignaturas básicas, sino también en las «marías».
Aquel profesor –¡bendito sea!– supo traspasarme su gran amor por la literatura de esta gran lengua que es el castellano. Y lo hizo nada menos que con las palabras vertidas en el Quijote y otras obras de aquel gran hombre, cuya cuna se disputan tantos lugares.
No se conformó con explicar los capítulos de siempre. No. Aún recuerdo la velada de lectura de aquel en el que se enumeran las obras de la Caballería Andante, que puede parecer un «rollo», pero no lo es. Y admiré entonces la erudición y bien hacer de don Miguel en unos detalles tan ajenos a lo que era el plan general de la novela. Y leí con interés las aventuras autobiográficas del cautivo y otras que lo sazonan. Era tan apasionada la palabra de aquel profesor, que no se limitó a hacernos discutir tal o cual capítulo, sino que nos habló y nos hizo desear conocer los Entremeses, las Ejemplares, la Galatea, el Persiles y tantas y tantas obras de aquel portentoso genio, que no me atrevo a decir si fue el más grande de aquella constelación de escritores en nuestra amada lengua española.
¡Sí! ¡Amada! ¡Lo confieso, la amo! ¡Y me duele ver como la maltratan tantos y tantos que deberían estar orgullosos de hablarla! ¡Y me duele más aún ver el mal uso al sustituir palabras comunes por otras anglosajonas, más propias de una cultura extraña que de la nuestra! ¡Puro papanatismo, tan de moda hoy!
Bien está saber la lengua de Shakespeare, pero hay una línea roja que no debemos traspasar. ¡Eso lo tengo bien claro!
¡Gracias, don Miguel, muchas gracias!
4 comentarios en «Cervantes»
Querido Emiliano,
Gracias por la mención y por recordarnos hoy esa escena tan entrañable del escrutinio de los libros. Ah! ¿Cuántos escrutinios tendríamos que hacer hoy en la literatura científica? Incluso en la literatura en general…
Pero claro, ¿cómo vas a decir hoy que te gustaría echar al fuego algún libro? Anatema ¿Verdad? Herejía. Pues… ¿Acaso no son los libros cultura? Pues no señor, amigo Emiliano, muchos libros hoy son contra-cultura y contra-civilización. Y algunos de ellos son tenidos en la más alta estima.
Hale ahi te queda. Con un abrazo de tu cuasi-tocayo cervantesco,
Emilio
¡Efectivamente, amigo Emilio! ¡Cuántas veces, cuando releo aquel capítulo pienso en la barbaridad que supone el quemar aquellos libros de Caballería Andante! Deberían haberlos enterrado en una sala aislada de la humedad y que en el futuro alguien los descubriese como unos fósiles! Siempre que oigo que se queman libros pienso en el mayor desastre de la historia, que fue la destrucción de la Biblioteca de Alejandría. Y pienso que los mayores héroes fueron los monjes benedictinos copiando aquellos libros para la posteridad. Y que el mayor invento, después de la escritura, fue la imprenta. Y que nuestro mejor rey fue Alfonso X. Y nuestra mejor Universidad, la nuestra.
¡Bravo Emiliano!…Comparto todo lo que nos dices hoy,yo también bebí en esas fuentes de nuestra literatura,la amo y disfruto con ella. ¡ Cómo vienen a mí memoria obras leídas,versos etc. .aprendidos con ilusión,esa que nos motivaban aquellos profesores que recuerdo con cariño y nostalgia!.Yo en mi andadura profesional ,creo he trasmitido a mis pequeños alumnos ,gusto por la belleza de las letras,qué bonita es esta profesión.Rindo homenaje a la literatura,a nuestra lengua y a Cervantes…Felicidades y un abrazo…
Sólo puedo decirte que tu alma es igual que la mía; que sentimos lo mismo. Que mi amigo más fiel es un libro. ¿Cómo puede alguien pensar en quemar a un amigo? ¡Está claro!¡Es porque no puede tenerlos!