[dropcap type=»1″]Y[/dropcap] seguimos con nuestro recorrido unamuniano. Volvemos al cementerio católico de Salamanca. Pertenece al seminario de la diócesis y fue expropiado por el Ayuntamiento presidido por don Casto Prieto Carrasco en 1936. Sentó muy mal la expropiación en la jerarquía de la Iglesia salmantina. El primer decreto del gobierno rebelde referido a la ciudad de Salamanca fue la devolución a la diócesis, entonces presidida, como es conocido, por el obispo Pla y Deniel, autor de la famosa pastoral, “historia de dos ciudades”, editada en el boletín del obispado de Salamanca y mandada leer en todas las parroquias de la misma y, con posterioridad, en todas las iglesias del bando nacional.
En este cementerio, construido en la que fuera finca de recreo de los jesuitas, en la galería de la izquierda según se entra por la puerta principal se encuentra un nicho en el que reposan los restos de don Miguel rodeado de otros en los que están sepultados algunos de sus familiares directos. Un sencillo y bello epitafio escrito por Unamuno nos dice mucho de este hombre, autor de La Agonía del Cristianismo, de sus angustias, de sus creencias y, por supuesto, de sus dudas de fe:
- Méteme Padre Eterno en Tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí pues vengo deshecho del duro bregar.
Desde hace unos años, unas horas antes de que se produzca la ofrenda floral ante el monumento a Unamuno en la plaza de las Úrsulas, los amigos del rector de Salamanca y los procedentes de otras ciudades de España, especialmente la Asociación Salamanca Memoria y Justicia, se concentran ante la tumba del insigne profesor para hacerle un homenaje de recuerdo. Uno de ellos lee unas sentidas palabras y alguno de los familiares contesta. Se trata de un sencillo y entrañable acto que precede al más oficial ante la estatua de Pablo Serrano.
— oOo —