– Así que le gustó Mondoñedo.
– ¡Cómo no! Es una ciudad cargada de historia, con su Catedral, su plaza donde ajusticiaron a aquel conde bandido…
– El mariscal Pedro Pardo de Cela. ¡Ahora resulta que le quieren mostrar como un héroe de las libertades gallegas, sin tener en cuenta la Historia ni las circunstancias de aquella época en que vivió! ¡Disparates oportunistas!
– ¿Será cierto lo que dicen de su cabeza cortada, que rodando ya por el suelo, aún pudo decir «Credo»?
– ¿Usted cree que eso es posible? Yo no. ¡Más bien sería su última palabra, justo antes del golpe!
– ¡Claro! Magnífico Seminario. Y encantador el Ponte do Pasatempo, con su romántica leyenda. Y tantas y tantas cosas que hacen de Mondoñedo un lugar muy especial, tan gallego por todas partes…
– ¿Estuvo en el cementerio?
– Sí. Una magnífica idea la de transformarlo en parque. ¡Qué preciosa escultura la de la triste dama velada! ¿Cómo se puede conseguir la transparencia del velo en la piedra?
– Pues ya ve. Yo conozco otro busto también con velo transparente, el de Isabel II, obra de Camillo Torreggiani, que se conserva en el Museo Municipal de Madrid. ¡Sí; en el antiguo Hospicio! Pero creo que la estatua de Mondoñedo es mejor… ¿Quién sería su autor?
– No me extraña la fama que tiene de ser uno de los cementerios más bonitos de España. Algo así como el del Père-Lachaise de París.
– Pues sí. Merece la pena preguntar por todo lo que se puede visitar… ¿Y había mucha gente en la ciudad?
– Mucha. El albergue de peregrinos de Santiago estaba lleno hasta arriba, preparando su marcha hacia la Terra Cha.
– ¡Es que es una buena subida! ¿Vio el Cristo do Fiouco?
– ¿O Fiouco? ¿No es un puerto en la autovía que va a Vilalba?
– Ya veo que no se detuvieron allí. ¡Pues es una lástima, porque se ven unas vistas maravillosas, si es que no hay niebla…!
– ¡Es que la había! Y me dijeron que muy peligrosa. No hace mucho hubo un terrible accidente mortal.
– Cuando yo estuve allí, mucho antes de que la construyesen, era un paraje solitario de la Serra de Lourenzá, en lo más alto de la carretera entre Mondoñedo y Pastoriza, Bretoña o Cadavedo. Hay un cruceiro, de mediados del XIX, que es el único que he visto protegido por una caseta. Seguramente lo harían así para que sirviese de refugio de caminantes.
«¿Qué habría antes allí? Los cruceiros gallegos servían, aparte de por su devoción, como puntos de demarcación, o de sustitución de altares de antiguas creencias, o porque allí había ocurrido algo…
«Hacia el sur se sube por un camino que lleva a una loma alargada sin un solo árbol, con brezos y pastos en los que había unos pocos caballos y vacas montaraces. Un día estábamos Pili y yo caminando por aquellos solitarios parajes, cuando vimos llegar a dos vaqueiros, jinetes en sus típicas yeguas, con el trotecillo característico de su raza. Les preguntamos si por allí había habido alguna vez lobos. Respondieron que no, que el sitio no era muy propicio por la ausencia de bosques.
«Nos dijeron que habían oído contar a sus abuelos que el Cristo do Fiouco había sido testigo de un crimen, hacía mucho tiempo. El asesino estaba esperando a su víctima entre la niebla, agazapado detrás de la imagen. Le abrió la cabeza de un garrotazo.
-¿Y le cogieron?
– Parece ser que no. Es más, no se supo nunca quien lo hizo.
– ¿Y eso fue antes o después de que hiciesen la capilla o refugio?
– No lo sabían. Verdaderamente el sitio es sobrecogedor por su soledad. Y en noches de niebla, ¡terrible! En un atardecer, viniendo de Bretoña a Mondoñedo, me pilló la más negra que he vivido. ¡No se veía a dos pasos! Bajando por aquellas curvas cerradas, no te quedaban ganas más que de rezar para que no viniese nadie delante o detrás. ¡Qué gran alivio sentí cuando salí de aquel apuro! ¡No me quedaron ganas de repetirlo! ¡No!
– Pues ahora, con la autovía, no se ha resuelto el problema, porque son frecuentes los choques…
– ¡Es que hay mucha imprudencia! Muchos conductores creen que porque ya hay una maravillosa carretera, en la que no puede venir nadie de frente, pueden correr como unos locos, sin pensar que otros pueden ir delante de ellos, más despacio, y que cuando los vean no les va a dar tiempo a frenar. ¡Insensatos! ¡La Máquina se ha apoderado del Hombre, llegando a anular su inteligencia! ¡Lo malo es que suelen pagar justos por pecadores! ¿Y llegó a Vilalba?
– Al salir de la espesa niebla nos detuvimos en un lugar donde había un curioso cementerio con agudas crestas neogóticas…
– ¡Ah, los cementerios del norte gallego…! Si le parece hablamos de ello mañana…
– ¡De acuerdo!