– ¿Qué? ¿Encontró el libro infantil del que se acordó ayer?
– Pues no. Pero sí algunos de los dibujos que le adornaban. ¡Son una maravilla! ¡De Emilio Freixas, nada menos!
-¿Emilio Freixas?
– Sí. Sí. Había en aquella época de la posguerra unos dibujantes extraordinarios, que se tenían que dedicar a hacer de todo… Además de Freixas estaba Jesús Blasco y una pléyade de grandes artistas, hoy olvidados, que recreaban y llenaban, con sus dibujos, las horas de descanso de chicos y grandes… Fue la época dorada de los tebeos, en la que los nuestros competían con los grandes ilustradores norteamericanos
– Sí. Yo recuerdo las aventuras de Tarzán, de Mandrake el Mago, de Jorge y Fernando, del Hombre Enmascarado, de Flash Gordon y, sobre todo, del Príncipe Valiente.
– Vale. Todos ellos son producto de la invasión yanqui. Pero nosotros teníamos nuestro propios héroes: el Guerrero del Antifaz, Cuto, Roberto Alcázar y Pedrín, y las revistas Flechas y Pelayos, Mis Chicas, Chicos, DDT, TBO y muchas más…Y estaban los cuentos ilustrados…
– ¿Y el que buscaba?
– Como no lo encontraba llamé a mi hermana, que lo recordaba perfectamente, y me lo contó…
– ¡Ah, síi! ¿Y no me puede repetir lo que le dijo?
– ¡Claro que sí! Se trata, por lo visto, de un cuento japonés antiquísimo, con el nombre del protagonista, Urashima-taro, como un clásico de su cultura. Yo lo voy a adornar un poco, con su permiso. Verá usted…
«Hace mucho, muchísimo tiempo, en una isla del sur del Japón, vivía un honrado pescador con su mujer y sus dos hijos, Un día sorprendió a unos niños que estaban martirizando a una gran tortuga marina, que probablemente había salido a la playa para poner sus huevos. Estaba panza arriba y gozaban viendo como intentaba, sin éxito, darse la vuelta.
«Urashima les reprendió y, apiadado del animal, la ayudó a volver al mar. Ya en el agua, la tortuga volvió la cabeza y dijo al bondadoso pescador:
«-¡Gracias, Urashima! ¡Te aseguro que serás recompensado por tu noble acción! ¡Has de saber que yo soy una princesa del mar y mi padre, el rey, no olvidará lo que has hecho hoy por mí!»
«Y desapareció entre las olas antes de que aquel hombre pudiese responder que no la había ayudado para obtener recompensas, sino porque no podía verla sufrir…
– También es casualidad que precisamente le leyesen este cuento cuando era niño. ¿No sería una premonición?
– Pues no. No creo. Pero… ¿Sigo?
– ¡Continúe, continúe! ¡Y perdón por la interrupción!
– Pues sigo… «El caso es que la princesa tortuga no paraba de hablar a su padre, el rey, de la bondad del pescador, de modo que éste decidió dar una fiesta en su honor en su palacio, allá en el fondo del mar.
«Y ella, muy alegre, volvió a aquella orilla, acompañada de un numeroso séquito de todo tipo de seres del mar: peces, calamares, pulpos, crustáceos, delfines… de todo había. Y un pulpo, muy sabio, llevaba la fórmula magistral y la tinta mágicas, un misterioso hechizo que tenían que beber los humanos para poder respirar bajo el agua.
«Algo les costó convencer a Urashima para que tomase aquella pócima secreta, pero una vez probada su eficacia, montó en el espaldar de un gran macho de tortuga y emprendieron un rapidísimo viaje hasta el palacio real del océano.
«Una vez allí todo se transformó para deleite de Urashima. Paredes y muebles iridiscentes de nácar y coral, cortinas de algas multicolores… ¡La princesa tortuga era ahora una bellísima joven, alhajada con unos vestidos y unas joyas deslumbrantes, nunca vistos fuera del agua…! ¡Todo era de un lujo inenarrable! ¡Y qué exquisitos los manjares que se prepararon!
«Entre fiesta y fiesta pasaron tres días, que eran el límite de duración de la pócima mágica. ¡Urashima tenía que volver a su hogar!
«Pero antes de partir, la princesa, con lágrimas en los ojos, le entregó una preciosa caja de laca, con incrustaciones de perlas y coral, como recuerdo de aquellas tres maravillosas jornadas. Pero…
«-Por nada del mundo -le dijo a Urashima- debes abrirlo. ¡Sería horrible si lo hicieses!»
«Muy triste por las despedidas, el pescador fue conducido a la orilla de donde había partido tres días antes. Regresó a su aldea. Pero la encontró totalmente cambiada. Su casa no era la misma. Volvió a desandar y repetir el camino… No. ¡No se había equivocado de lugar!
«Llamó a la puerta y salió una anciana desconocida a recibirle. ¿Quién era aquella mujer? ¡Dijo que había nacido en aquella casa hacía más de setenta años y que antes había sido de sus padres y de sus abuelos!
«Cuando Urashima le pregunto la fecha en que estaban supo, horrorizado, que su ausencia había durado TRESCIENTOS AÑOS.
«Dando traspiés, como si estuviese borracho, volvió a la playa y gritó al viento que le devolviesen aquel tiempo que se fue. Pero sus palabras se perdieron entre las olas.
«Al día siguiente se preguntó que qué habría dentro de aquella preciosa caja que le dio la princesa del mar. ¿Qué secreto escondería? ¡Quizás la forma de volver a ser como antes! No pudo aguantar la curiosidad y forzó el cierre…
«Instantáneamente pasaron por Urashima los trescientos años. ¡De golpe! ¡Sus carnes, sus huesos y su sangre se ajaron, encogieron y pulverizaron, volviendo a la eternidad!
-Y como dijo usted ayer: ¡Colorín, colorado, este cuento se ha acabado!
– ¡Bravo! ¡Me ha gustado mucho más que el que le conté yo ayer!
– Bueno ¡Pues mañana más!
2 comentarios en «El pescador»
Hermoso relato del paso del tiempo y de lo más humano que habita en nuestro interior. Gracias Emiliano!
Un abrazo
David
Celebro que te haya gustado, David. Para mí ha sido abrir una puerta de una habitación que estaba cerrada desde hacía mucho tiempo. Encontrar los dibujos de Freixas, de quien aprendí a dibujar, ha sido muy vivificante.
Un abrazo