[dropcap]A[/dropcap]ntonio es un padre de familia de un niño de cuatro años.
En mayo pasado le efectuaron un trasplante medular por padecer una aplasia. Ha estado incomunicado en dos ingresos hospitalarios y estas circunstancias cambiaron su vida.
Para este hombre, que hasta hace apenas un año era vital, puro nervio, un trabajador infatigable y siempre de buen humor, de repente un día su mundo se vino abajo. Se quedó sin defensas en su cuerpo y en su alma. En su mente y corazón se agolpaban emociones de tristeza, rabia, impotencia y hasta de culpa. Sentía que le había fallado a su hijo.
No es fácil asumir este revés que le ha dado la vida, como no lo es, estar aislado sin caricias, sonrisas y besos de los seres queridos, sobre todo de su pequeño al que adora por encima de todo.
El día a día ha cambiado y ahora sus prioridades son otras. Antonio ha aprendido a cuidarse más porque en un momento se puede volver a derrumbar todo su mundo. Ahora disfruta cada minuto de vida junto a sus seres más queridos que son su mujer y su hijo, como él dice: “Lo más importante es sobrevivir a la enfermedad y valorar a los que más quieres”.
Su pequeño ha sido el motor para luchar y vencer a esta enfermedad y aunque, aún no está del todo curado, los deseos tan grandes de darle a su hijo una oportunidad de progresar, estudiar y tener una vida familiar como la de la inmensa mayoría de los niños de su edad.
El día que le anunciaron que había un donante compatible, sus primeros pensamientos fueron para el niño. El deseo de poder jugar cada día, salir a pasear y montar en bicicleta con él, le subía el ánimo y sin duda fueron su mejor medicina.
Desde estas líneas deseamos que se acabe de sanar y pueda volver a ser el torbellino positivo que conocimos y nos contagie con su alegría y buen humor y alentamos a las personas a que se hagan donantes.