[dropcap]E[/dropcap]l fragor de la actualidad y el relajo de las jornadas festivas pasadas tengo la impresión que han llevado a que pase inadvertida la noticia de que el convento de las Úrsulas echa el cierre, que se marchan las escasas y envejecidas monjas que lo han habitado últimamente. En la provincia han cerrado cinco conventos de monjas y, además, se anuncia que podría sumarse otro a ese rosario de candados a las clausuras: nada menos que el de las Claras, el más antiguo de la ciudad.
Que cierre el convento de las Úrsulas –no hace mucho lo hizo su vecino de la Vera Cruz– creo que debería significar una situación importante para Salamanca. Y que conste que no lo planteo desde el punto de vista religioso y lo que supone de vida monacal (esa parcela tiene su propio ámbito, donde deberá afrontarse, si así se considera adecuado), sino que lo que señalo encaja dentro de lo que ese espacio –el convento y la iglesia– representa para Salamanca desde que el recinto del convento de la Anunciación comenzó a construirse en 1512 con destino a las religiosas terceras de la orden de San Francisco, con la Casa Fonseca por medio. Es muy destacado el patrimonio monumental que se acoge a esos muros, al igual que lo que significan convento e iglesia como aportación histórica a la ciudad. Las Úrsulas son una parcela notable en el recorrido histórico de Salamanca, y eso hay que reconocerlo aunque no se sea creyente, porque ese ábside poligonal rematado por la hermosa puntilla pétrea que simboliza la presencia del conjunto va más allá de motivos religiosos.
Es de esperar que ya se haya comenzado a pensar y estudiar salidas para lo que va a requerir ocuparse de esos ámbitos contenidos hasta ahora por la clausura y que, de repente, se convierten en territorios que podrán estar abiertos a otros destinos cívicos y laicos.
El cierre de ese y de otros conventos pienso que debería haber despertado ya las sesudas máquinas de las autoridades municipales porque esta ciudad tendrá que afrontar, más pronto que tarde, el futuro de esos edificios singulares, sin que ello suponga entrar en el terreno de la propiedad de tales recintos. Pero con esos conventos se plantearán problemas que terminarán afectando al municipio y, desde luego, lo que desde el Ayuntamiento no se puede hacer es dejarlos a su suerte. Eso es elemental, porque son patrimonio valioso integrado en nuestro territorio. De modo que, a estas alturas del camino, es de esperar que ya se haya comenzado a pensar y estudiar salidas para lo que va a requerir ocuparse de esos ámbitos contenidos hasta ahora por la clausura y que, de repente, se convierten en territorios que podrán estar abiertos a otros destinos cívicos y laicos. Mejor será meterse a darle vueltas al asunto con tiempo con el fin de tener previstas salidas y soluciones que no hacerlo de sopetón y de mala manera. Función, desde luego, que también compete a la Iglesia, que evidentemente lo que no deberá hacer es abandonar esos edificios y tampoco tratar de sacar beneficios subidos por los espacios que se van cerrando.
O sea, que el cierre de conventos como consecuencia de la falta de vocaciones (la superiora de las Úrsulas afirma que se ha tirado ahí dentro nada menos que 78 años, ¡cielos!) ofrece también otra cara diferente al aspecto religioso. Ya sé que si éramos pocos…, ahora caen encima los conventos, pero dejar que se deslice el tiempo sin pensar en ello sería una torpeza que una ciudad como Salamanca no debe permitirse.
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