[dropcap]H[/dropcap]ay en el barrio salmantino del Puente de Ladrillo una calle, muy corta, llamada de don Heliodoro Morales.
En pocas ocasiones he visto una dedicación más merecida con el nombre de una persona a una calle. Porque aquel sacerdote, párroco de la iglesia del Nombre de María, en el Alto del Rollo, luchó y consiguió para dicho barrio unas «mejoras inmejorables» y un respeto y cariño imborrables por parte de los que allí vivían.
Pero no trato de repasar éste y otros logros pastorales suyos, sino de recordar otros hechos poco conocidos de este gran sacerdote, que supongo desconocen muchos de sus amigos y feligreses: su afición a los fósiles, que plasmó en las paredes de su parroquia.
Mantuve con el padre Helio una intensa relación por los años 70. Tenía muchas ganas de conocerme, y lo logró gracias a los colaboradores que yo tenía por aquellos años, Eduardo Carbajosa y Rosario Carril. Congeniamos inmediatamente.
Tenía un gran instinto, o vista especial, para localizar indicios paleontológicos y recorrimos juntos el valle de Los Caenes, donde después se construyó el circuito de motocrós.
Le di su nombre a uno de los sitios que él encontró, con restos de plantas fósiles. No ha sido aún suficientemente estudiado, por más que se ha intentado en varias ocasiones. Muchos otros puntos de interés paleontológico contenían escasos restos de quelonios, generalmente desmembrados, pero algunos dieron, si no caparazones completos, al menos parcialmente conservados, que fueron rescatados con endurecedores y pegamentos.
Me viene a la memoria uno de aquellos puntos en las cercanías de la famosa Aceña de la Fuente, en el término municipal de San Morales, lugar que fue, hace 112 años, el segundo yacimiento fosilífero del Paleógeno o Terciario Inferior español, después del hallazgo de Sanzoles (Zamora) en 1873. La cita se debe a Manuel Miquel (1906), certificando una edad «Ludiense».
La determinación de los fósiles de San Morales fue constatada nada menos que por Charles Depéret, alcanzando una enorme fama internacional. Pero -¡ay!- aquellos fósiles y el lugar donde se encontraron eran de un sacerdote coleccionista, que no quiso desprenderse de ellos donándolos a un museo. En 1921 el gran paleontólogo José Royo Gómez visitó la Aceña de la Fuente, con resultados negativos. Informado allí de que el propietario había sido nombrado canónigo de la Catedral de Sevilla, le buscó algún tiempo después en la capital hispalense. ¡Había fallecido y su amada colección de fósiles desaparecido! ¡Unas piezas de incalculable valor científico, e incluso histórico, se habían perdido por no estar donde debían! De las supuestas fotos que vería Depéret tampoco se sabe nada.
El paraje fue posteriormente visitado por ilustres paleontólogos (Clemente Saenz García, Eduardo Hernández Pacheco, Miguel Crusafont y Jaime Truyols) y por arqueólogos. El agustino César Morán contó una divertida anécdota que le ocurrió en 1946, cuando fue a ver un mosaico romano que había allí. Cuando le preguntó a la guardesa de la finca, ésta le respondió que sí, que en ese lugar se habían encontrado hacía muchos años restos de animales «de antes del fin del mundo«.
Hicieron falta más de 60 años para que el lugar recobrase su puesto de honor entre los yacimientos de vertebrados fósiles españoles. En 1969 Eduardo Carbajosa encontró una mandíbula que fue determinada en 1991, por Miguel Ángel Cuesta, como Lophiodon sanmoralense, una nueva especie de perisodáctilo del Eoceno medio. El holotipo, es decir, el ejemplar que sirvió para crear la especie nueva, está depositado en la Sala de las Tortugas de la Universidad de Salamanca, con el número 2.563.
Pues bien, cerca de la cantera de La Aceña de la Fuente, en medio de un camino de tierra, el padre Helio me mostró los restos de una tortuga con «muy buena pinta». Debimos de haberla sacado entonces, como fuese, porque al ir varios días después, con material adecuado para extraerla, había sido aplastada y no quedaba nada aprovechable de ella.
Aparte de su afición paleontológica, el padre Helio era un gran conocedor del campo. Me enseñó a coger cardillos, espárragos trigueros y otras verduras para ensalada. Otro día le vi excavar en unas arenas para sacar agua, que bebió.
Vivimos juntos muchas anécdotas. En cierta ocasión le regalé un terrario con un lagarto que había cazado. El animalito se escapó y fue a parar a un convento cercano, motivando un gran pánico entre las monjitas.
Después, nuestros encuentros se fueron espaciando más y más, pero nuestra amistad no decayó nunca. En 2005 pregunté por él a un amigo común, que me dio la triste noticia de su fallecimiento.
¡Pero ahí quedó su obra, en su amado barrio del Puente de Ladrillo!
(Nota: Para saber más de don Heliodoro Morales Hernández puede consultarse el libro «Callejero histórico salmantino «, de Ignacio Carnero (2008), pg. 436)
1 comentario en «El padre Helio»
Felicidades a Monserrat y un recuerdo cariñoso a Don Heliodoro Morales- aí le llamábamos. Además de sus aficciones paleontológicas, guardaba miles de folios que escribía en su casa en una pequeña maquina. ERA SUMAMENTE CULTO, sabía de todo pero no era fácil saberlo porque además era una persona humilde y a muy pocas personas desvalaba su oculta sabiduría. ¿Dónde estarán todas aquellos folios que aontonaba en la estancia contigua a su apartamento, en la casa parroquial del Nombre de Maria? Con él no se acababa la conversación y era fácil trepar a su lado por los montículos de la carretera de Aldealengua, donde nunca faltaban hallazgos que daban contento a los aficcionados a la Arqueología.