-¿Conoce la iglesia de San Julián y Santa Basilisa?
– ¿La que está entre la Plaza Mayor y la Gran Vía? Sí. La visite hace no mucho.
– A mí me invitaron a verla hace unos días. No pensaba que fuese tan instructiva. ¡Me impresionó sobre todo el Camarín!
-¿Y no le llamó la atención que para subir a él hubiese que bajar primero a la antesacristía?
– Bueno, pues sí. Aunque me imagino que sería por problemas de espacio cuando se edificó.
– No sé exactamente la historia del edificio, pero claramente se aprecian varias etapas de construcción y me da la impresión de que el Camarín se hizo en la última. Quizás, en fases anteriores, pensaron hacer una cripta y se encontraron con problemas de humedad. De la fase más antigua, la románica, se conserva la portada norte, la que se abre a la Plaza de los Sexmeros y, sobre ella, la «bicha», un león con el rabo entre las patas. Sin duda hubo otro león al otro lado de la puerta, pero le suprimieron al añadir un contrafuerte, tapando además parte de las archivoltas, supongo que en el siglo XVII. La modificación usó, para las basas, la piedra basta que alguien ha llamado «piedra de Salamanca», que se estaba empleando por aquella época para la reconstrucción de la parte inferior del puente.
– Pero ¿la «piedra de Salamanca» no es lo mismo que la «arenisca de Villamayor»?
– No. No. Son de muy distinta edad y calidad. La arenisca de Villamayor es muy porosa. No se debe emplear para las zonas muy húmedas o sumergidas…
– ¿Porosa? ¿Es que las rocas tienen poros?
– En petrología se llama porosidad al espacio que queda entre los granos o cristales, que se rellena con aire o con agua. Este espacio puede estar cementado por arcilla, carbonatos, sílice u óxidos. Cuando cementa por completo impermeabiliza la roca.
– ¿Y la de Villamayor…?
– Puede tener hasta un 30% de porosidad. En cambio, la «de Salamanca», que sería mejor llamarla «celestina», sobre la que se asienta la ciudad, está muy cementada y resulta impermeable, pero es muy basta para adornos. Se utilizó mucho para el puente y para las basas de los edificios, después de la «riada de San Policarpo», en 1626.
«Por aquella época en la zona del Pozo Amarillo y la Plaza de los Sexmeros debía haber un gran problema de humedades y emplearon este tipo de roca, para evitar que ascendiesen. El arroyo que corría por donde ahora está la Gran Vía, debía estar a veces en pleno funcionamiento y hasta puede que se desbordase.
«Después, ya en el siglo XX, el problema de las humedades se recrudeció al dejar de usarse los numerosos pozos que había en los patios, no sólo en esa zona. También en el Barrio antiguo, alrededor de la Catedral y de la Universidad se daría este problema.
– ¿Y cómo lo ha deducido usted?
– Pues verá. En 1989 acompañé a un querido amigo a preguntar algo en la Cámara de Comercio, en la Plaza de los Sexmeros. El edificio tiene un patio ajardinado y, en él, un pozo con un brocal bajo rectangular, con una tapa metálica. Por curiosidad levante la tapa y vi, muy sorprendido, que la superficie del agua estaba a unos 30 cm, casi al mismo nivel del patio. ¡Comprobé que la humedad en las paredes debía subir muy arriba! ¡Más de un metro de altura!
«Al salir comprobé que ocurría lo mismo en la iglesia de San Julián: paredes muy húmedas en los intersticios de la piedra basta, donde se habían depositado sulfatos. Y el suelo de la plaza de los Sexmeros solía estar húmedo. ¡Y no era por la fuente, no! Allí afloraba el nivel freático cuando estaba muy recargado.
«Inmediatamente pensé en la solución: ¡rebajar el nivel de los pozos mediante bombas! ¡Así de simple!
«Como por entonces podía hablar con las autoridades sin intermediarios me fui directamente a ver al alcalde, que tuvo la deferencia de acudir conmigo a la plaza de los Sexmeros donde le expliqué mi deducción. También quedamos un día para ver la Sala de las Tortugas, en el Claustro de la Universidad, en cuyas paredes había el mismo problema.
– ¿Y se resolvió?
– Pues no. Después me vinieron otras preocupaciones y «aparqué» aquello. ¡Yo ya había cumplido, informando! Pero lo recordé no hace mucho, cuando visité el interior de la iglesia de San Julián, especialmente en la antesacristía. Supuse, acertadamente, que en algunas ocasiones aquello debió ser como un estanque. Ahora estaba completamente seco y habitable. Y lo mismo pensé al volver a ver, hace unos días, el pozo del patio de la Cámara de Comercio. ¡Alguien, no sé cuándo ni quien, había tenido la misma idea y rebajado el nivel de agua, eliminando, con ello, el problema de las humedades en las paredes!
– Y cuando no se habían inventado las bombas de extracción ¿cómo se resolvía?
– Evidentemente, drenando los pozos a mano. Es de suponer que tendrían mucho trabajo diario, porque si vaciaban los cubos al pie del pozo el agua formaría un circuito…
– ¿Y qué me dice del Pozo Amarillo y el milagro que allí ocurrió?
– Eso, si le parece, se lo explicaré mañana…