Opinión

Pozo Amarillo

La plaza donde se puede leer el milagro realizado por San Juan de Sahagún, patrono de la ciudad. Foto. Pablo de la Peña.

 

– Entendí muy bien lo que me explicó ayer sobre el nivel freático. Y creo que estoy intuyendo la relación que tiene con la humedad en las paredes.

– ¡Claro! Ahora le resulta fácil comprenderlo.

– Supongo que será algo parecido a lo que ocurre con las famosas fuentes artesianos, que funcionan por un fenómeno similar al de los vasos comunicados. ¿Noo?

Esquema de pozos artesianos.

-¡Efectivamente! Algo parecido. Todo está siempre en función de las presiones que se ejercen sobre los líquidos.

«Imagínese que el pozo de la Cámara de Comercio está con un nivel de agua muy bajo, y que no hay sótanos ni cavidades en el subsuelo. ¡Como si lo acabásemos de construir!

«Tendríamos el pozo y el nivel freático con su cono de depresión alrededor, que quedaría, fuera del cono, a una cierta profundidad. Llamémoslo nivel 1. ¿Estamos?

– Sí. Sí. Como en los esquemas que me enseñó ayer.

– ¡Eso es! Pues imaginemos que, por la razón que sea –una gran tormenta, muchas lluvias–, la zona de saturación va creciendo más y más, hasta que queda muy cerca del suelo. ¿Dónde estará el nivel de agua del pozo? Habrá formado un nuevo cono de depresión y el agua del pozo habrá subido, pero no hasta arriba. Vamos a llamarlo nivel 2.

«¿Y si el nivel de agua sigue subiendo hasta quedar cerca de la boca del pozo, digamos, en el nivel 3? ¿Qué pasa con su freático y su cono de depresión? Pues que también suben. ¿Por dónde? Por donde pueden. ¡Por las paredes! ¿A qué ahora sí que lo entiende?

Esquema de un pozo en un patio. Cuando el nivel de agua está entre 1 y 2, no hay humedades, pero cuando está entre 2 y 3 las habrá en el patio y en las paredes. La humedad subirá hasta 4.

– ¡Perfectamente! ¿Y qué se puede hacer para evitarlo? ¿Impermeabilizar el suelo y las paredes, como si fuese una piscina, pero no para llenarla de agua, sino todo lo contrarío?

– Se ha hecho así en muchas ocasiones, pero lo que ocurre entonces es pasar el problema al vecino, y además agudizándolo, porque la humedad está a presión y tiene que salir por donde sea… La humedad en las viviendas se combatió desde la más remota antigüedad, cubriendo los suelos con baldosas y poniendo en las paredes materiales impermeables en la base o zócalo. En Salamanca se han empleado, como vimos ayer, rocas ígneas, como los granitos y similares, o la piedra basta, un conglomerado de cemento silíceo. Pero en cuanto hay una fisura, la humedad, que está –digamos– comprimida, la aprovecha y sale.

– ¿Y entonces?

– Pues mi opinión es que hay que rebajar el agua del pozo, colocando una bomba de extracción a una profundidad apropiada para que baje el nivel del agua y de todo el freático. Y si no hay pozo, abrir arquetas que hagan una función similar. Por supuesto, el agua extraída debe evacuarse directamente al alcantarillado; nunca al patio, porque se reciclaría.

– Es de suponer que es lo que habrán hecho. Pero pienso que eso será válido para un área muy concreta…

– ¡Efectivamente! Si se quiere sanear todo el barrio habría que hacer un estudio muy completo, aprovechar los pozos existentes y poner nuevas arquetas de desagüe donde haga falta. Por otra parte, la estratigrafía de la zona de los Sexmeros es algo compleja, con numerosas capitas o lentejones impermeables que se engarzan unos con otros. Precisamente uno de ellos, ferruginoso, debió dar origen, por su color ocre, al nombre de «Pozo Amarillo»…

– ¡Hombre! ¡Por fin me va a hablar del milagro! ¿Qué ocurrió en realidad?

– Ya sabe usted como dicen que fue. Corría el año 1475. Un niño cayó al pozo y a los gritos de su madre, que no podía sacarle, llegó Juan de Sahagún. El fraile se quitó el cíngulo e intentó llegar con él hasta las manos del niño, sin conseguirlo. Púsose entonces a rezar y el nivel de agua subió rápidamente en el pozo y no hubo ninguna dificultad en el salvamento, ante la admiración de toda la gente que había alrededor. Eso nos dice la tradición.

Relato del milagro ocurrido en la calle Pozo Amarillo.

– ¿Y usted qué opina?

– ¡Pues verá usted! Analicemos la cuestión. Primero, si el agua estaba casi al nivel del suelo, como vi que estaba la del pozo de la Cámara de Comercio hace 30 años, la madre no hubiese tenido más que coger a su hijo y sacarle. Por otra parte, si hubiese estado profunda– vamos a suponer que el cíngulo del fraile midiese metro y medio–, el nivel del agua pudo ascender, pero no en un plis-plas, sino lentamente. El niño se hubiese ahogado.

«Vamos a pensar que hubiese una gran tormenta repentina, de esas que producen grandes inundaciones. En Salamanca he visto alguna. De ser así, el agua se canalizaría por el arroyo que iba por donde hoy está la Gran Vía — ahora no recuerdo su nombre–, pero no por los altos, donde estaba el pozo. Y además, si tanto diluviaba, ¿qué hacía el niño al lado del pozo, en lugar de estar a resguardo? Le repito que la subida del nivel de agua en el pozo no podía ser tan repentina. ¡Sí; yo creo que fue algo nunca visto; algo que conmocionó a los que lo vieron, e inmediatamente a toda la ciudad!

– Claro que, como todos los milagros, o crees en ellos o no crees. Más de uno piensa que todo es una patraña, inventada por alguien…

– Por supuesto. Y también pueden pensar que no existieron Colón, ni Napoleón, ni Jesucristo o Mahoma, y que la Historia no es más que cómo ellos creen que fue, tergiversándola a su conveniencia. Es lo de siempre. O tienes fe, o no la tienes. ¡Cada cual, que opine lo que quiera, y que deje vivir en paz a los que no piensan lo mismo que ellos! Yo, como geólogo, opino que el relato nos habla de un hecho excepcional. ¿Por qué dudar de que ocurrió? Esa es mi opinión sobre el Milagro del Pozo Amarillo. ¿Por qué dudar de que San Juan de Sahagún detuvo al toro enloquecido, con su famoso «¡Tente, necio!»? ¡Qué pena! ¡Qué pena que no haya hoy un Santo como él, que apacigüe tantos bandos como hay ahora a la greña por todas partes! ¡Aunque quizás con uno no fuese suficiente!

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