Opinión

Mi viaje a ninguna parte

Otra vez en la calle del Bierzo, en Salamanca.

 

[dropcap]D[/dropcap]ecíamos ayer… que parecía como que el Bierzo ejercía una influencia nociva en mí. Como si rechazase mi presencia en sus hermosos paisajes. Me hablaban del oro de las Médulas, del vino de Cacabelos, de la belleza de Villafranca, de Ponferrada y sus leyendas templarias, y leía historias de cuando se pagaba tanto por los minerales de volframio, que incluso se aprovechaban los bloques que se habían empleado para hacer cercas en el campo…pero siempre aparcaba el viaje para más adelante…

En el 93 tuve que cambiar de coche, precisamente por un siniestro en Ponferrada. Con él nuevo, un Opel Astra, seguí programando excursiones con Pili en cuanto disponía de algún tiempo. No sé si soy de una raza aparte o de otro planeta, pero es que no me gustan las aglomeraciones turísticas. ¡Las he probado; sí, pero no…! Me recuerdan aquel número del gran Gila, cuando relataba cómo visitó un montón de países en muy pocos días… ¡Qué diferente es llegar a un lugar, con Pili, por supuesto, y gozarlo sin nadie que interrumpa, ni meta prisa, disponiendo de todo nuestro tiempo! Claro que hay que ir a ese sitio bien documentado, para extraer de él todo lo que te puede dar.

Iglesia de Santiago de Peñalba, que no pude ver en 1996.

Por fin, en 1996 me decidí a visitar el Bierzo en un viaje que planifiqué para cuatro días. El impulso me lo dio una querida amiga ponferradina, Esther, que me facilitó unas fotocopias muy sugerentes de lo que se podía ver en su tierra además de las Médulas, y no pudimos resistir la tentación de conocerla más a fondo. ¡Fue la excursión que yo llamé del «todo cerrado»! Para simplificar lo voy a contar como si lo hiciese con fichas, paso a paso

Santiago de Peñalba. Me acerqué a esta pedanía movido por la fascinación por el arte visigótico, tan evocador de un pasado tan poco conocido. Pero al llegar a la apartada iglesita me encontré con que estaba cerrada, en obras. Incluso habían colocado un muro y no se veía la entrada si no te subías en algo. ¡Qué decepción! Menos mal que el pueblo era una delicia etnográfica. Me encontré con unos geógrafos holandeses que estaban disfrutando de un viaje de estudios. ¿Cómo se encontrará hoy este pueblecito medieval? ¿Estará estropeado por el Moloch turístico, ávido de visitas multitudinarias?

Valle del Silencio y Cueva de San Genadio. No voy a relataros lo que podéis leer en cualquier guía sobre la leyenda del famoso eremita. Pero sí os diré algo que no viene en ellas: hay en la cueva un altar en el que los seguidores del santo celebraban sus ritos. Pues bien, si enciendes una vela, o una lamparilla, colocas bajo ella una petición escrita en un papel, y no se lo dices a nadie, es probable que el santo te lo dé. Pili lo hizo así. Nunca quiso decirme que pidió, pero yo siempre lo supe. Y que san Genadio se lo concedió. ¡Estoy seguro! ¡Él terminó su carrera!

Monasterio de Carracedo: Estaba cerrado por obras.

Interior de la Cueva de San Genadio, en el Valle del Silencio. En el 96 no estaba tan arreglada. No lucía adornos.

Cacabelos: Por entonces siempre llevaba en el maletero una garrafa para llenarla en las poblaciones en que había buen vino. En esta famosa villa berciana no nos pudieron atender. No encontramos quien lo hiciese…

Herrería de Compludo. Como estábamos encontrando todo cerrado, nos informamos antes de llegar hasta ese apartado paraje, por si ese día también lo estaba. No. No era el semanal de descanso del encargado. Pero al llegar allí había un papel en la puerta que decía que por fallecimiento de un familiar se había tenido que marchar. Suma y sigue…

Las Médulas. En Carucedo, al comienzo del camino que conduce a este famoso yacimiento minero romano, había una cadena que impedía el paso en coche. Como teníamos ansia por visitar algo que estuviese abierto lo dejamos y fuimos andando unos 4 km. ¡Al fin pudimos ver a nuestras anchas tan fantástico paisaje! Al volver, unos recolectores de castañas –era el mes de octubre– nos llevaron hasta el pueblo. Nos dijeron que el camino estaba cerrado para impedir el paso a furtivos ladrones de castañas, las mejores de España, dicen. Al llegar a nuestro coche nos regalaron un saquito. ¡Los lugares que queríamos visitar estarían cerrados, pero sus gentes eran de lo más abierto!

Ponferrada. También estaba cerrada la visita al castillo templario, lugar emblemático de la población. Pero no importaba mucho, porque ya lo conocíamos. Después de cenar nos dimos una vuelta por la ciudad y, sin saber cómo ni por donde, nos encontramos metidos en un suburbio sórdido y lóbrego que nos causó muy mala impresión. Después nos enteramos de que era algo así como un «barrio chino», en el que era peligroso entrar en las noches sabatinas. ¡Un lugar lúgubre, de triste fama!

Herrería de Compludo, que tampoco pude visitar en 1996.

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¿Comprendéis ahora por qué lo llamé la «excursión del todo cerrado»? ¿O mejor «mi viaje a ninguna parte»?

La última vez que estuve en Ponferrada fue en 2007 para visitar «Las Edades de Hombre» con los Amigos del Camino de Santiago, de Zamora. Aquél día sí estaba abierto el Castillo, pero se había hecho muy tarde y emprendimos la vuelta. Pero durante ella me puse malísimo y llegué a Salamanca en muy malas condiciones. Este viaje fue el último con mis amigos jacobeos de Zamora.

Y llegamos con esto al final de esta «ocurrencia». Si habéis leído ésta y la anterior estaréis de acuerdo conmigo en que parece como si el Bierzo y su capital ejerciesen sobre mí una influencia nefasta. Como ya os dije, fui a la salmantina calle de su nombre para hacer alguna foto con una cierta prevención. ¿Metería el pie en algún agujero? ¿Se me estropearía la máquina? ¿Me atropellaría algún coche? ¿Me…? Pero hice las fotos y no pasó nada. ¿Se me habría acabado el maleficio berciano que, parece ser, tenía? ¡En cualquier caso, no me hagáis mucho ídem! ¡Deben ser tontas aprensiones mías! ¡Y que vivan siempre felices el Bierzo y los bercianos!

2 comentarios en «Mi viaje a ninguna parte»

  1. Muchas gracias. El Bierzo es una más de las maravillas de España. ¡Hay tantas! Y los bercianos son encantadores. ¡Cuando salen buenos, que es en la mayoría de los casos!

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