[dropcap]L[/dropcap]o que estamos haciendo con el planeta no es muy normal que digamos. Sin embargo el único «sistema» que consideramos «normal» (neoliberal y por tanto extremista) lleva a ese resultado. Hasta la ceguera sobre este asunto ya está normalizada. Todo lo que se salga de este paradigma egoísta y antropófago, se considera “anormal” o “antisistema”.
Creemos estar devorando el planeta, pero solo nos estamos devorando a nosotros mismos y a nuestras posibilidades de futuro. Antropófagos.
El planeta se recuperará. Nosotros malamente.
Escuchaba estos días en las ondas de radio a un popular (¿populista?) conductor de programa, a la sombra de los obispos, llamar «niñata» y «enferma» a Greta Thumberg.
Como unía ambos epítetos en su perorata fácil he de suponer que el segundo lo pronunciaba con la misma intención que el primero.
Claro que por iguales méritos podría haber llamado «niñata» también al Papa Francisco, que con su brillante encíclica ecológica ha rejuvenecido y reconciliado la Institución que dirige (tan retrógrada) con un principio de sensatez humana y una mínima información científica.
He ahí el Papa que necesita nuestro tiempo.
Y «enfermo» de la misma enfermedad que Greta Thumberg (Asperger) era también, por ejemplo, Glenn Gould, uno de los grandes genios de la música, con cuyo talento tanto disfrutamos los que nos creemos sanos o más «normales», por mera presunción estadística.
Escuchen las “Variaciones Goldberg” de Bach en manos de este niñato enfermo, que se sentaba ante el piano en una silla pequeñita y con guantes recortados (extravagante) y aprecien la singular calidad de su arte.
Decía Hans Asperger respecto de los niños que padecen el síndrome descrito por él, que son como “pequeños profesores”. Es decir, pueden enseñarnos mucho.
Otros de la misma barra negacionista que el campechano locutor decían, haciendo alarde de modernidad y sincronía en el ataque (todos contra ella), que la adolescente sueca tiene el diablo en el cuerpo.
Sin duda, unos y otros echan de menos aquellas hogueras purificadoras de su santa Inquisición, algo así como una nueva caza de brujas.
Todo esto nos retrotrae a aquello tan siniestro y perturbador de Marcelino Menéndez Pelayo cuando pontificaba sin complejos, en su Historia sobre los heterodoxos españoles: “y mil muertes merecían”, referido a algunos inocentes quemados vivos.
Lo que este locutor parece creer firmemente (está en su derecho) es que lo que él hace tiene más mérito y valor para el mundo que lo que hace esta niña. Y lo cree tan firmemente como Menéndez Pelayo creía en las virtudes de la hoguera.
Es razonable sin embargo (y también estamos en nuestro derecho) que muchos dudemos de tal cosa.
Que una niña menor de edad se embarque en un velero hacia un viaje incómodo, largo y peligroso, solo para subrayar su mensaje de alarma sobre la agresión que sufre el planeta, debería ser motivo de elogio y no de burla. De agradecimiento y no de desprecio.
Solo desde unos valores bastante averiados, tanto como el planeta, puede ejercerse esa burla y ese desprecio.
No deja de ser significativo que una chica (niña aún), frágil por su edad y por su condición, se haya convertido en el símbolo mediático de una Tierra frágil también y amenazada, y en el foco de todos los ataques de esa derecha rancia.
Y luego están esos gerifaltes «sin complejos», obtusos, ciegos voluntarios o simplemente analfabetos, que se sienten fuertes e implacables ante esa fragilidad.
Deprimente.
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