Opinión

Café con bomba

Cartel que debería colocarse en la entrada de todas las Residencias de Enfermos de Alzhéimer.

 

[dropcap]A[/dropcap]ntes de la «Cuarentena 2020» de vez en cuando me reunía con un grupo de amigos para celebrar unas jornadas gastronómicas. ¿Cómo llamar a estas reuniones, cuando de lo que se trata no es comer un suculento menú, sino de disfrutar de la mutua compañía? ¿Cofradía, club, grupo, o simplemente por el nombre que queramos darle?

 

No es necesario que en esos grupos haya muchos integrantes. Si son demasiados se generan varios subgrupos, como islas de un archipiélago. No; es preferible restringir su número a un máximo de 8, para que no se fragmente la tertulia. ¡Aunque si van cincuenta o más, también se pasa de maravilla!

Os podría hablar de varías hermandades de las que me siento muy satisfecho, pero hoy me voy a limitar a sólo una de ellas, la de los «comensales de Carlos«.

Como ya saben mis queridos lectores, mi esposa, mi alma, padece la terrible enfermedad de alzhéimer, esa pandemia que cada día se extiende más y más por el mundo. Primero la atendieron en el Centro de Día y hoy en la residencia «Boni Mediero», ambas de la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzhéimer (AFA) de Salamanca.

Allí los enfermos de ese mal reciben todas las atenciones que requieren, entre las que figuran –por supuesto– las comidas. No padecen las atenciones de un «holding»; no. En AFA disfrutan del mejor cocinero que conozco, Carlos Renedo, con la ayuda de un equipo competentísimo que forman Reme y Loli. Y no se trata sólo de alimentar a los enfermos de la manera más adecuada para cada uno. Es que, además, lo hacen con un cariño digno de admiración, hablándoles, animándoles cuando no quieren comer algo, u ofreciéndoles suculentos premios si comen bien.

Un día alegre de los «COMENSALES DE CARLOS» (enero, 2013).

Un día de 2012 se convocó en el Centro de Día a los familiares para que Carlos nos ofreciese la posibilidad de comer en un comedor apartado de la Residencia el mismo menú que a los enfermos. Su fin era puramente terapéutico, para que nuestro atribulado espíritu tuviese un desahogo con la convivencia.

El primer día solamente Pili y yo aceptamos ese generoso ofrecimiento, al que se podía asistir con nuestros conyugues si aún podían hacerlo. Al siguiente ya disfrutamos de más compañía y en poco tiempo formamos una fortísima hermandad en la que, no sólo teníamos la comida más sana, sino que confraternizábamos muy profundamente durante el buen yantar y, sobre todo, después. Éramos los «comensales de Carlos«.

Allí se organizaron muchas cosas, todas muy beneficiosas para AFA: visitas, charlas, compartir libros… Un día propuse a Ambrosio ir a recoger endrinas a un  sitio que conocía. Fuimos y allí mismo, en el improvisado comedor, hicimos nuestro «pacharán trínguili«.

De vez en cuando nos visitaba algún invitado, que siempre quedaba maravillado al ver la gran alegría que reinaba entre nosotros. ¡Era y es tan necesaria para sobrellevar la pesada carga del mal que nos aqueja en donde más duele: en el alma!

Entre todos compramos una cafetera, de esas sencillas, con filtro de papel. Y en ella apliqué un sencillo invento mío que hoy quiero compartir con vosotros.

Es costumbre en muchos sitios acompañar al café con una copita de aguardiente o de otra bebida espirituosa. Muchos lo añaden a la taza, parcialmente o en su totalidad, según sus gustos, dándole un variable sabor a alcohol.

Para hacer el «CAFÉ CON BOMBA» el licor se echa en el filtro con el molido, antes de encender la cafetera; no después, ya en la taza.

Pues bien, yo inventé otro modo de añadir el aguardiente, que consiste en no verter el licor en la taza de café recién salido de la cafetera, sino sobre el molido que hemos depositado en el filtro, antes de encender el aparato. Hay que procurar que el aguardiente no moje el filtro, pero si lo hace tampoco pasa nada. Con ello damos un sabor nuevo y no demasiado alcohólico al brebaje. La cantidad de aguardiente era de una cucharadita pequeña por cada comensal. Lo podíamos hacer con «blanca», pero gustaba más cuando era «de hierbas».

A ese invento lo llamaron «CAFÉ CON BOMBA» y era muy peculiar de los COMENSALES DE CARLOS. Pero cuando había alguien al que no le gustaba lo hacíamos como siempre, SIN BOMBA.

Como a mí me gusta experimentar, en mi casa he probado a hacer «la bomba» con tequila y con ginebra y no queda mal. Es… diferente.

Por diversas causas aquellas beneméritas veladas finalizaron algún tiempo antes de comenzar la cuarentena del coronavirus. ¡Pero todos esperamos que todo vuelva a la antigua normalidad, aunque algunos hayan sufrido la marcha de su esposa! ¡Será posible!

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