[dropcap]E[/dropcap]l Barrio Antiguo comenzó a ver inversiones en los accesos a San Blas en 1981. La calle Fonseca, la plaza de la iglesia y la fuentecilla de San Blas se urbanizaron con aportaciones de los vecinos. A través de contribuciones especiales abonaron el 60% del coste, aportando el Ayuntamiento el 40% restante.
Mención aparte merece la urbanización de la calle Ancha. Era la primera vez que recibiría hormigón y betún. Fue el acceso al barrio Chino, el histórico y famoso barrio de prostitución de Salamanca, que estuvo en funcionamiento hasta finales del siglo XX. Todavía se suelen ver algunas pupilas, pero nada parecido a los años de mayor auge, la Guerra Civil y la larga postguerra.
Otro acceso más sombrío al barrio Chino era a través de la calle Cañizal. Eran entradas discretas, sin urbanizar, en barro, sin luz, o acaso se podía observar una bombilla que aportaba más misterio que visión al ambiente. Aquella oscuridad daba discreción a cuantos ciudadanos se adentraban buscando el placer. Aquellas transgresiones estaban muy mal vistas en la España ultracatólica del momento. Don Miguel Pereña, cura párroco de la Purísima, criticaba desde el maravilloso púlpito de la Purísima a los que aprovechando la oscuridad se colaban en el barrio prohibido y exclamaba a todo pulmón:
¡Creéis que no sé que por las noches, de tapadillo, sin que nadie os vea, os deslizáis por la calle Ancha hacia el Barrio Chino buscando vuestra perdición, el pecado con esas mujeres de mala vida. Ahí, ahí es donde el señor obispo y yo vamos a meter mano!
Una carcajada del auditorio contestaba la parrafada del engolado sacerdote. Cura que se hizo famoso por otra homilía en la que incitaba a sus feligreses a someterse al precepto de cuaresma de no comer carne los viernes de ese largo periodo con aquella sentencia rotunda:
¡No digáis que no podéis renunciar a comer carne un día a la semana, agarraos a los huevos como hago yo!
Ni que decir tiene que otra carcajada invadía la iglesia tras oír aquella soflama.
La calle Ancha se urbanizó, conoció el cemento y el asfalto y perdió para siempre la oscuridad. La luz iluminó el camino peligroso que denunciara en su día don Miguel Pereña, virtuoso párroco que murió en la más estricta pobreza, ya que todos sus bienes los entregó a los pobres de su parroquia entre los que se encontraba el barrio de la Palma y un buen número de prostitutas.
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