Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Opinión

El arriero

"Arreglando la rueda". (Dibujo de E. Jiménez, enero 2021)
"Arreglando la rueda". (Dibujo de E. Jiménez, enero 2021)

 

[dropcap]A[/dropcap] la mañana siguiente los viajeros dejaron Augas Santas, deteniéndose para ver a la sanadora de Armeá. No añadió nada nuevo a lo que ya sabía Catorcena sobre el yelmo del Mariscal Pardo de Cela; nos volvió a recomendar que visitase a su «cofrada» de Mondoñedo y no tuvo que hacer nada en el brazo de Pepiño, que ya estaba completamente curado.

Para probarlo sacó de la bolsa su honda y demostró a todos su habilidad con acertados lanzamientos a gran distancia.

Antes de partir definitivamente hacia Ourense, Pepiño encomendó a don Rosendo que hablase con sus padres, pues había decidido acompañar a Catorcena hasta Mondoñedo para servirle como guía y traductor.

Y así, llegaron a la capital orensana, donde, después de lavarse en las Burgas, visitar la Catedral y cuanto era digno de ver, los tres peregrinos se despidieron, para seguir su Camino.

Catorcena y Pepiño aprovecharon que una galera iniciaba un viaje, para llegar en ella hasta Lugo. Ambos terminaron hartos del mal estado de la carretera y la escasa suspensión del vehículo. Molidos por el tremendo traqueteo reposaron dos jornadas en una fonda y reemprendieron la ruta hacia  Mondoñedo.

A poco de salir de Lugo, coincidieron con la carreta de un arriero, que por su indumentaria no podía ser otra cosa que maragato. Se le habían roto varios radios de una rueda y estaba descargando a tierra unos sacos.

– ¿Necesita ayuda? -preguntó Catorcena.

 – ¡Hombre! ¡Venís como lluvia de mayo! Ayudadme a descargar la carreta para poder luego levantarla y poner la calza para reparar la rueda…

 – ¡No hace falta descargarla! ¡Yo la levantaré con peso y tara!

 – ¡Eso, habrá que verlo para creerlo!

Y vio y creyó. En un santiamén la fuerza de catorce hombres de nuestro héroe dejó al arriero boquiabierto.

 – ¡Si no lo veo no lo creo! ¿Y a donde os dirigís, si puede saberse?

«¿A Mondoñedo? ¡Qué casualidad! ¡Yo también voy allí, a llevar este encargo al Seminario! ¿Queréis que vayamos juntos?

«Me llamo Senén, para serviros. Mi casa está en Val de San Lorenzo, muy cerca de Astorga…

 «¿Eres segador? Entonces conocerás el Santuario de Tuiza, en Lubián. ¡En ese pueblo nací yo! En su romería conocí a mi Jesusa, una guapa maragata que me arrastró a su tierra, y a poco de casarnos heredé el negocio de sus padres, arrieros de toda la vida. ¡Y aquí me tenéis, recorriendo los caminos de nuestra España del alma!

– ¿Y este perro tan grande, es para defenderse de los lobos?

– Bueno, sí. Y de los muchos ladrones nocturnos que hay por todas partes. De los lobos no tengo miedo; no suelen atacar a los viajeros. Son los pastores quienes deben temerles. En Lubián, como había muchos, hicieron un «cortello dos lobos» que dio muy buen resultado. En una batida en la que se les empujó por el pasillo, cazaron nada menos que cinco de una vez. Desde entonces parece ser que no son tan abundantes.

– ¿Y qué cuentas de la Maragatería? He oído hablar algo de Las Médulas…

– Eso está, más bien, en el Bierzo. ¿Queréis que os cuente la leyenda del lago?

-¡Hombre, otro lago con leyenda! ¿No inundaría una ciudad?

– No. No. Veréis. Hace muchos siglos los celtas ya sacaban oro de esas tierras, así que los romanos quisieron apoderarse de ellas. Un general se había enamorado de la hija del jefe celta, Médulo o Medulio, pero ella, Borania, le rechazó. Al estallar la guerra, las mujeres se confinaron en los bosques y cuevas; hubo una batalla desastrosa para los nativos y después, con engaños, el general convenció a Borania de que se había firmado la paz y ella cedió. Pero al llegar a su poblado y ver la enorme devastación, lloró tanto que sus lágrimas formaron el lago de Carucedo, y ella se transformó en una ondina que, desde entonces, suele salir del agua para peinarse y cantar en las noches de San Juan…

– ¡Caramba! ¡Pues sí es diferente este lago; sí! ¿Pero eso que tiene que ver con Las Médulas, salvo el nombre del jefe celta?

– Eso tiene otra leyenda, la de los mouros

– ¿Los moros también hicieron de las suyas por aquí?

– No. No. ¡Mouros, no moros! Eran seres gigantescos, que vivían en cuevas y extraían el oro y otros minerales de las entrañas de la tierra. Tenían –como tú– una portentosa fuerza y poderes mágicos, haciendo unas fabulosas pirámides con los escombros.

«Dicen que no es bueno acercarse a esos parajes misteriosos, hogar de trasgos y aparecidos. A mí, al menos, no se me ha ocurrido. Donde sí fui en una ocasión es al lago de Carucedo, a ver si tenía la suerte de encontrar la espada de Roldán

– ¿De Roldán, el de Roncesvalles?

– Sí. ¡El mismo! Cuentan que para que no cayese su espada, la famosa Durandarte, en manos de los feroces vascos, la arrojó a este lago…

 «¡Pues sí que tuvo fuerza para arrojarla tan lejos! ¿No sería mejor decir que en sus viajes por las tierras musulmanas se vio en apuros e hizo eso? ¡Y una mano sublime, de un hada, o de la ondina que decías antes, o algo parecido, la cogió antes de llegar al agua y, verticalmente, se sumergieron, como pasó –cuentan– con Excalibur, la espada del rey Arturo y la Dama del Lago! ¿No queda mejor así?

– ¡Pues sí que mejora, sí! Pero antes de ocurrir eso, Roldán quiso destruir su Durandarte y la golpeó contra una peña, pero en vez de romperse, produjo un tremendo tajo. Y por eso decidió arrojarla al lago…

– ¿Y dónde está ese gran tajo?

– El sitio se lo disputan varios pueblos; incluso hay uno cerca de Zamora…

– ¡Pues podía haberla incrustado en la roca, como a Excalibur, esperando que alguien mereciese su uso…! Y hablando de las peripecias de Roldán, cuentan que llegó a un paraje a unas diez leguas al sur de Salamanca, y sedientos él y su caballo, clavó su lanza, surgiendo allí mismo unas aguas sulfurosas con fuerte olor. Para beber, su caballo dobló las patas, dejando las huellas de sus rodillas impresas en la roca…

– ¡Caramba! ¿Y cómo sabes esa historia?

– Me la contaron a mi paso por Salamanca. Esa y otras muchas cosas, que ya os contaré. Porque ahora se me ha abierto el apetito. ¿Qué os parece si paramos a comer en la próxima venta?

– De acuerdo, pero yo os invito…

Deja un comentario

No dejes ni tu nombre ni el correo. Deja tu comentario como 'Anónimo' o un alias.

Te recomendamos

Buscar
Servicios