[dropcap]E[/dropcap]lvira despertó en la penumbra de una choza. Intentó incorporarse pero estaba muy débil. Gritó y acudió una joven.
– ¿Dónde estoy? ¿Quién eres? – musitó.
No comprendió la respuesta. Algunas palabras sí, pero con una dicción muy rara… Algo parecido a “duermo” y “ardura”. Tratando de entender volvió a caer en el sopor…
Cuando de nuevo volvió en sí se acercó una mujer muy vieja con un caldo humeante. Elvira no entendió lo que le decía, ni falta que hacía. Dejó que el sabroso brebaje la fortaleciese. Al intentar incorporarse la anciana la sujetó con fuerza por los hombros y le dijo algo, que supuso quería decir que descansase. Y mirándola se durmió…
Al despertar se encontró mucho mejor; se levantó y, aunque penosamente, se acercó a la puerta. El poblado que vio no se parecía en nada a lo que había visto: eran unas chozas de madera con techo de ramas cubierto todo de barro cocido. Al verla levantada, la anciana de antes, que estaba sentada en un banco, la invitó a su lado.
– ¿Qué pueblo es éste? ¿Quién me trajo aquí?
Pero siguió sin entender nada. Recordó que muchos judíos hablaban entre sí en su lengua. ¿O serían moros?
La anciana llamó a otra mujer más joven, que se acercó.
– Salaam –dijo – ¿Estáis mejor tú?
– Sí. Sí. ¿Quiénes sois? ¿Sois moros o judíos?
– No. No. Somos berber. No rumis, no quaisi, no yemenís. Berber.
La sorpresa iba en aumento…
– ¿Por qué me habéis ayudado?
– Tú mal. Ramín y Torcual te encontró. Traer. Cuido. Tú discansa ya.
– Pero… ¿qué me vais a hacer ahora?
– ¿Haceer? Na. Tú discansa ya. Discansa.
Bueno. Pues a descansar.
En los siguientes días Elvira convivió en la aldea con tres mujeres de mediana edad –Jasmín, Almina y Josúa-, la anciana –Alcuar- y siete niños y niñas. Los hombres, cuatro, llegaron más tarde, con lo que habían cazado.
La aldea, con sus huertos, se encontraba totalmente rodeada por el bosque de encinas, al pie de un mogote vertical de difícil subida, al que llamaban Meser, que en su extraña lengua significa columna. Según explicaron, todo estaba rodeado por un anillo irregular de espinos. Tenían gallinas, conejos y algunas cabras. La harina era de bellotas
Pero… ¿Cómo vivían allí? ¿Quiénes eran?
Un día, el más viejo, Jachín, contó en una noche clara, al fuego, su historia:
-“Los Benimachines éramos una tribu berber, qui vivemos en las montañas Altis, qui los rumis llaman Atlas, al otro lado del mare. Fuimos grandes guerrear, temidos por rumis y moraib, que nos dejaban in pacem.
“Mais un día llegaron yemeníes y quaisíes, con su Dios, Alah, el Único, el Sabio, y su profeta Mahomed. Vivir difícil. Hubo gran hambruna en África y nos dijeron a este lado del mare grandes riquezas, buenas terras, buenos uadis. Aquí nos vinimos muchos, con Abh al Tarik y Ben Mussa. Grandes luchas. Vencimos Hispania Gothorum.
“Pero quaisíes y yemeníes, arabb, quedaron con terras ricas y nos mandaron a norte, interior Hispania, terras paubres.
“Hartos de su altanería y prepotencia e impuestos malos por no creer en Alah, guerrean contra emires y nos perdían sempre, coger como esclavos para guerrear para ellos.
“Nuestra tribu, los Benimachines, vivimos en Cauca, junto con rumis, un cadí y tropas yemeníes, pocas. Non vivimos mal. Pacen. Mais era frecuente pasar soldada de Córduva y Emérita que ir luchar reinos godos, bárbaros. Llevarse jóvenes. Volvían mal si volver, rotos o feridos.
«Una vez, gran derrota en Zamora. Día triste para islamitas. Nosotros también perdir mocha gente allí. Rey godo Idefonso correr tras arabb, muchos mortos…
“Cansados de ser gleba del califa, ayudamos a los godos. Vencen en Simancas a Abd-al-Rahman al Nassir”
“Todo iba bien cuando luego, muy después, llegó Al-Mansur, terrible hombre, que arruinó Cauca y todo sitio donde pasado. Benimachines huimos a bosque, siempre nuestro amigo. Al-Mansur murió y nuova pacen rota por mochas razzias. Un día pensan que basta de ser ovejas de unos y otros y marchar, marchar. Buscar sitio novo hasta encontrar aquí. Pasa mochas primaveras mais.
-¿Y cuántos eran al llegar aquí?
– Doce manos al salir de Cauca
– ¿Y cómo encontrasteis este sitio, todo rodeado de espinos?
-No. No. Nosotros lo cerrar. Llenamos grandes huecos y dejar sólo entrada muy oculta. Aquí no molestiamos ni nos molestian. Hay agua, horta, ganado, caza. Tranquilos estoi.
– Pero ¿Sois mahometanos? ¿Noo?
– No. No. No son mahometanos, ni rumis, ni jedish. Somos bussi.
-¿Y cómo es bussi?
– Bussi es trueno, lluvia, agua, árbol. Berber huimos de glebas muslines y rumis. Hartos de impuestos, de ser engaños sempre, cargos de diezmos y más diezmos. Nosotros son guerreros hartos de luchar por otros dioses no nuestros creer y no recibir soldada. Sólo engaños…
La gente que Elvira había conocido antes no era como aquellos berber. No comprendía lo que eran las glebas que decían sufrir. Eso no se conocía en los poblados del Tormes, Almenara, Valverdón, Zorita, San Pelayo, Torresmenudas… La lucha con el moro ya no era por aquellas tierras. Pero por más que así lo proclamó no la creyeron… Era toda una vida de esconderse durante generaciones en aquel su mundo, rodeado de espinos…
A menudo los hombres salían del recinto espinoso –previo examen desde lo alto de la Peña Meser, por si acaso– para cazar. A veces se acercaban cautelosamente al río, cerca de unas fuentes de agua caliente, y pescaban. Las mujeres recolectaban hierbas, pero no podían competir con la experiencia de Elvira, que, por ello, se ganó la confianza y el aprecio de todos. Por ello y por el cariño con que trataba a los niños, jugando, contándoles cuentos…
Poco a poco en el alma de Elvira penetró la dormida vocación que llenaría su vida a partir de entonces: convertir a la fe de Cristo a aquella comunidad berber cuya creencia remota era su amor a la Naturaleza. Y les enseñó a los niños, día a día, mil cosas que ella aprendió de sus mayores…
Allí, en aquel lugar escondido, Elvira encontró la paz tan buscada…