[dropcap]S[/dropcap]iempre es difícil despedir a un ser querido. No te hemos conocido, pero sí hemos sabido de ti gracias a la persona que más te quería, tu mujer, mi abuela, Encarna, que nos hizo saber que eras un buen padre, un buen hijo y un buen marido». Así homenajeaba su nieta Elizabeth a su abuelo Ramón Haro Gómez, que desde este 3 de junio descansa en Salamanca. Por fin, más de 80 años después regresa junto a su mujer Encarna, que esperó todos los días de su vida a que se abriera la puerta y por ella entrara su marido.
Encarna ya ha muerto, al igual que su hija, pero «el pequeño jilguerito», apodo con el que nombraba Ramón a su hijo en las cartas que enviaba a su mujer cuando estaba preso en el Fuerte de San Cristóbal, una fortaleza con funciones de penal que aún corona la cima del monte Ezkaba, Pamplona,
al que no llegó a conocer. Pero, sí que estaba este jueves para recoger los restos de su padre. «No te hemos olvidado y por fin te hemos encontrado».
Ramón Haro Gómez tenía 25 años cuando fue detenido. Su delito: ser jornalero. Era un hombre humilde y comprometido con la sociedad que le tocó vivir. Fue detenido junto a su hermano Hilario y cinco vecinos más de Encinas de Abajo en agosto de 1937.
Ramón fue uno de los que protagonizó la fuga del penal. «Se escaparon por hambre, como decía en sus cartas», contó su nieta Piedad.
Ramón casi consigue llegar a la frontera con Francia, le faltó poco, pero fue detenido y asesinado junto a dos compañeros de fuga un 24 de mayo y enterrado en el Monte Ezkaba, en Navarra.
José Miguel García, secretario general de la Consejería de Transparencia, hizo un reconocimiento público al Gobierno de Navarra y a la Generalitat Catalana, porque gracias a su trabajo un salmantino «injustamente asesinado» regresa a casa.
La Generalitat de Cataluña dispone de un banco de ADN. La familia de Ramón Haro Gómez siempre quiso saber qué había ocurrido con los restos del padre y abuelo. Se pusieron en contacto con la Generalitat y el hijo de Ramón entregó una muestra de su ADN.
El Gobierno de Navarra procedió a la exhumación de tumbas en el Monte Ezkaba y al contrastar el ADN de los restos con las muestras del banco de la Generalitat, hubo una coincidencia. Este 3 de junio en el Centro Documental de la Memoria Histórica en un acto sencillo y cargado de emociones, el hijo recoge los restos del padre, un padre al que no conoció, pero que sí ha llorado, no solo este jueves, sino muchos días a lo largo de sus 83 años de vida.
Cantaba Jarcha que cuentan los viejos que en este país hubo una Guerra… después vino una dictadura y muchas hombres y mujeres, al igual que Ramón Haro Gómez, fueron injustamente asesinados.
Manuel Azaña, el último presidente de la II República, concluía su último discurso: Paz, piedad, perdón, en el Ayuntamiento de Barcelona un 18 de Julio de 1938:
(…) No tengo el optimismo de un pangloss ni voy a aplicar a este drama español la simplísima doctrina del adagio, de que «no hay mal que por bien no venga». No es verdad, no es verdad. Pero es obligación moral, sobre todos los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, de sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que le hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón».