Charlar con Paco Cañamero es adentrarse con tranquilidad y elegancia en el mundo del toro; es conocer a los personajes que pueblan los cosos y a las personas que hay tras el traje de luces. Paco Cañamero es el cronista de Salamanca, el contador de las historias que hay detrás de Capea y Robles, como antes lo fue de Vicente del Bosque, de El Viti y de los acontecimientos que hicieron que Salamanca fuera portada informativa.
Paco, ¿tenemos en la Salamanca de hoy figuras que llevan su nombre como lo hicieron Robles y Capea?
Sí. Fuera del ámbito del toreo tenemos a Vicente del Bosque, campeón del Mundo. También, aquí tenemos a eminencias de las Letras, de las Ciencias que han surgido de la Universidad de Salamanca y son un foco cultural que lleva el nombre de Salamanca a todos los rincones del mundo.
¿Le damos la importancia que se merecen?
En Salamanca cuesta mucho ser profeta, es casi un milagro. Desgraciadamente, en muchos casos, le damos la importancia que tienen, cuando ya han muerto. En Salamanca es muy difícil triunfar. Lo estamos viendo con el Centro de Investigación del Cáncer, donde hay grandes investigadores, a los que no se les está reconociendo su mérito, y son eminencias mundiales. Incluso, están cerca de conseguir el Premio Nobel de Investigación.
Jugando con el argot taurino. ¿Salamanca es una plaza difícil de lidiar?
La más difícil del mundo.
¿Qué significaron para Salamanca Robles y Capea?
Fue el complemento del arte y el querer; de la ambición por superar una pobreza; de la consolidación, por ser un espejo con el que siempre has soñado,… Dos estilos muy diferentes, pero se complementaron para hacer grande un arte y una feria taurina. Ellos lograron dividir apasionadamente a la afición salmantina durante los años setenta y ochenta cuando estas dos figuras están en su esplendor. Solo cabía la posibilidad de ser ‘Capista’ o ‘Roblista’, no había término medio. Era una rivalidad tremenda.
¿Qué repercusión tuvo?
En 1971, cuando torean por primera vez un mano a mano, ambos siendo novilleros, había cuatro festejos en la Feria de Salamanca. En 1981, vuelven a torear juntos y había 10 festejos en la Feria de Salamanca. Eso supuso ‘el completo’ en los hoteles, restaurantes, riqueza en la ciudad,… Esos años, en los que la feria vive una época gloriosa, en esos días de septiembre, Salamanca era el centro del universo taurino.
¿Ellos se crecían fuera de los ruedos?
Se motivaban. En 1988 cuando torean juntos la última tarde, Julio Robles le brinda un toro al El Niño de la Capea y le dice que gracias a él, a su rivalidad, esto le sirvió para motivarse y para llegar a ser lo que era en el mundo del toro. Capea aupó a Robles a ser uno de los grandes.
Sus vidas personales fueron muy diferentes. ¿Cómo se comportaban fuera de los ruedos?
Julio Robles tuvo unas grandísimas condiciones artísticas. Al final era una gran figura. Capea tenía un gran sentido del temple y mucho poderío. Sus vidas fueron muy diferentes. El Niño de la Capea siempre tuvo una vida muy organizada. Él cuenta que sale de la pobreza, del barrio de Chamberí, en aquella Salamanca del otro lado del río. Enseguida tiene claro que aquella vida no la quiere. De niño descubre los grandes coches de los toreros que pasaban cerca de su casa camino de las fincas en invierno. En su casa, su madre iba a lavar al Tormes, los días de invierno tenía que romper el hielo, para evitar los sabañones se echaba una crema, El Niño de la Capea dice que el olor de esa crema fue siempre el de la pobreza. Cuando tenía un momento de duda, recordaba aquella crema y así se motivaba. De hecho, los primeros dineros que gana, los invierte en comprarle una lavadora a su madre.
El sentido que más memoria tiene es el del olfato.
Sí, totalmente.
¿Háblanos de Robles?
Era muy buena persona y un vividor. Se preocupa mucho de vivir. En invierno, muchos años en lugar de ir a América, se queda aquí disfrutando de sus aficiones. Era una personas muy alegre, muy querida,… hasta que pasan los años, ve como el Niño de la Capea está catapultado en una gran figura del toreo y él es un torero de exquisiteces, pero no está en el sitio que debe estar. Entonces hace el esfuerzo de centrarse al cien por cien en la profesión y se convierte en una gran figura del toreo. El oficio de toreo es muy grande. Robles tuvo unas condiciones innatas.
Robles es nuestro Messi.
Sí, efectivamente. Fueron nuestro Messi y Cristiano Ronaldo. A Cristiano le tocó luchar con Dios y superar incluso sus números y cifras, pero a base de entrega, de luchar mucho, de entrega,… sería El Niño de la Capea y la genialidad de Messi la tendría Robles. Había mucha rivalidad, en Salamanca se representaba a través de ellos las dos ‘Españas’. Había bares de Capea y de Robles con sus clientes habituales y los salmantinos se pegaba en la calle defendiendo los intereses de uno y otros.
¡En serio!
Sí. En aquellos años setenta, los aficionados se pegaban en la Feria.
Paco, ¿crees que la generación de Robles y Capea fueron los últimos que tuvieron el halo de misterio que rodea a los toreros?
Sí. Aquella generación le tocó solventar muchas dificultades. Ellos llegaron después de El Viti, Camino, Diego Puertas, Romero,… una serie de toreros impresionante. Quizá una de las épocas más bonitas del toreo. Ellos, los nuevos, tenían que sobreponerse a estas grandes figuras y otros handicap, como era la sociedad de esos años, el final del Franquismo, donde había un público crispado. Había muchas dudas y eso se reflejaba en las plazas de los toros. Además, la crítica era durísima. A estos toreros le dieron ‘leña’ por todos los lados. Se sobrepusieron y hoy la historia les ha dado un sitio de honor en la tauromaquia. Robles y Capea fueron dos pilares fundamentales.
Una curiosidad, sabiendo que los conoce muy bien. ¿Le ha sorprendido algo al escribir el libro?
A mí me da mucha pena que Salamanca fuera tan cruel con El Niño de la Capea.
¿A qué se refiere?
Algunas tardes, después de haber triunfado en la plaza, de haber cortado dos orejas, era despedido con una lluvia de almohadillas. El Niño de la Capea tenía que hacer en Salamanca un esfuerzo sobrenatural. De hecho, sufrió aquí dos de las cornadas más graves de su vida. Sin embargo, con Julio Robles fueron más contemplativos. El Capea era el pobre que había conseguido sus fincas y Robles era un buen torero que apuntaba y no disparaba. Nunca he entendido como Salamanca fue tan cruel con El Niño de la Capea, que era un torerazo de una categoría tremenda a nivel nacional.
¿Hay muchas luces y sombras debajo del traje de luces?
Sí. Es una cosa que engolosina mucho, que llama mucho la atención. Un torero joven, que teóricamente gana dinero, que tienen una proyección social alta,… se le arriman muchos vividores, a su alcoba se sienten atraídas muchas mujeres,… La verdad es que las luces del vestido de torear son muy golosas…
Y las sombras…
Muchas veces en los toros hay muchas cosas que no se corresponden con la realidad. Hay un estereotipo que está alrededor del torero que no siempre es real.