Opinión

Itinerario artístico-sentimental por el barrio Garrido (I)

La iglesia de Fátima. Fotografía. Pablo de la Peña.

A Claudia y Cristina,
instigadoras de esta boutade

[dropcap]S[/dropcap]er de barrio imprime carácter. Más en una ciudad monumental cuyo casco viejo es patrimonio de la humanidad y los barrios quedan en una marginalidad que supera lo geográfico. El centro debería ser un barrio más, si cabe la terminología, de los treinta o cuarenta que hay en Salamanca, pues el número varía según los criterios utilizados al subdividir. Sucede, sin embargo, que en algunos no existe conciencia de pertenencia. Vivir en Pizarrales, Chamberí o el Rollo, barrios humildes, es algo que se lleva a gala. Pero ninguna de estas experiencias es equiparable a la de ser de Garrido, la barriada popular por antonomasia.

El barrio surge hace cien años, por iniciativa de Manuel Garrido y Santiago Bermejo, que promueven la construcción de viviendas unifamiliares más allá de la vía del tren. Con el cuartel de caballería se da un impulso a la zona y el éxodo rural lo llena de casas y población. La parte más antigua es un despropósito urbanístico. Así se hacían las cosas entonces. Primero construían donde Dios daba a entender; después ya llegarían los servicios. Pero con el tiempo y el crecimiento de la ciudad Garrido dejó de ser periferia y, al menos para la zona sur, la plaza ya no quedaba tan lejos.

Dicho esto, nos preguntamos si en Garrido hay algo que justifique una visita con inquietudes culturales. La respuesta es afirmativa. Obviamente, nunca figurará en las guías turísticas, pero el salmantino culto sí debería saber que en este anodino barrio hay unas cuantas cosas que merecen la pena. Ya en el límite, al llegar desde el centro, la iglesia historicista de María Auxiliadora, con la imagen de la fachada realizada por Fernando Mayoral, el viacrucis de Damián Villar y las pinturas de Carlos Moreu, se convierte en el anticipo de lo que se puede ver.

La iglesia de Garrido, artísticamente hablando, es la de Fátima. De las otras mejor no hablar. Las obras se iniciaron en 1955 bajo la dirección del toledano José María de la Vega y Samper, iniciado como arquitecto con el edificio de la Telefónica en Madrid. Para esta empresa construyó después otras centrales, entre ellas la de Salamanca en Torres Villarroel. Sus propuestas fluctúan entre el racionalismo y el historicismo, con un retorno final al Estilo Internacional.

El edificio, debido al bajo presupuesto, se construye con hormigón y ladrillo y se hace una apuesta por la renovación, buscando la funcionalidad sin perder la referencia del templo tradicional, muy en la línea de los edificios religiosos que a finales de los cincuenta se construían en las periferias urbanas. Los detalles se cuidaron y para la ornamentación se acudió a Damián Villar, que talla el relieve con la aparición de la Virgen en la fachada y, en el muro del presbiterio, la imagen titular con los seis ángeles. Núñez Solé recibió el encargo de realizar en hormigón el gigantesco viacrucis de los laterales y ahí dejó una de sus mejores obras. Con posterioridad, al templo llega el Cristo de la Caridad, una imagen barroca procedente de la Casa de las Viejas, hoy Filmoteca Regional, y Francisco Orejudo realiza las pinturas murales sobre las puertas de las capillas bautismal y penitencial.

Por último, a la puerta de la iglesia, en la urbanización de 2012, se colocaron dos esculturas alegóricas de palomas en la línea picassiana, diseñadas en hierro y granito por la artista Ana Belén Sánchez.

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