Diferentes científicos y expertos de diferentes épocas llevan denunciando desde 1827 la razón sobre la crisis a la que se enfrenta la Tierra. Se trata de los efectos nocivos para el planeta de la quema de combustibles fósiles. Muchas corporaciones han tratado de silenciar estas teorías para defender sus intereses económicos y empresariales.
La quema de combustibles fósiles y la consiguiente concentración de CO2 en la atmósfera llevan preocupando a los científicos desde hace casi 200 años. Desde 1827 la ciencia trata de alertar de las consecuencias que suponen sobre el cambio climático y el calentamiento global de la quema la liberación de CO2 a la atmósfera y la quema de combustibles fósiles.
El primer experto en esbozar unas ideas iniciales sobre esta cuestión fue Jean-Baptiste Fourier. Este matemático las plasmó en 1827 en su “Memoria sobre las Temperaturas del Globo Terrestre y Espacios Planetarios. Tras él, John Tydall publicó en 1859 y tras varias investigaciones, que algunos gases como el dióxido de carbono, el metano o el vapor de agua bloquean la radiación infrarroja. De esta manera, indicó que el incremento del CO2 en la atmósfera provocaría importantes variaciones climáticas. Tres años antes que Tydall, Eunice Newton (descendiente de Isaac Newton) fue la primera en determinar que el CO2 es un gas de efecto invernadero.
Ya en el siglo XX se publicaron miles de artículos científicos sobre el papel de los gases de efecto invernadero sobre el calentamiento global. Uno de ellos fue el trabajo de Roger Revelle y Hans Suess, en 1956, que determinó que el mar absorbía al menos la mitad del CO2 emitido por la quema de combustibles fósiles. Este gas, tras su absorción por los mares, se convierte en ácido carbónico, lo que supone serios problemas. El otro más importante es el desarrollado por Charles David Keeling, que acabó dando lugar a la llamada curva de Keeling. Esta consiste en una gráfica que muestra los cambios en la concentración de CO2 en la atmósfera desde 1958. En ese año, había 315 partes por millón (ppm), mientras que a principios de 2022 se situaba en 418,19 ppm.
Finalmente, otra de las evidencias científicas es el registro del CO2 atmosférico durante los últimos 500.000 años. Gracias a las muestras tomadas en la Antártida, que contienen aire atrapado en el hielo, se ha podido comprobar la evolución de los gases atmosféricos durante el último medio millón de años. Así pues, se ha probado que la concentración de dióxido de carbono fluctuó entre 270 y 280 ppm durante siglos. Sin embargo, en los últimos 200 años, se han alcanzado cifras como la anteriormente citada, a principios del presente año.