[dropcap]U[/dropcap]na de las penas que conlleva la jubilación es tener que vaciar el despacho que tantos años se ocupó.
¡Cuántas cosas que se guardaron –por si hacían falta—se tiran! Otras, no se sabe donde guardarlas. Y otras, alguien las hereda.
Entre estas últimas están los muebles, y de entre ellos, sobresalía mi mesa
¿Mi mesa…? ¡Pero si no era mía! Yo la heredé y la usé durante 45 años.
¿Queréis saber de quién fue antes?
Pues fue de Julio Rodríguez Martínez.
[quote_box_left]Era un hombre impulsivo y muy enérgico y de ahí esa leyenda que le colgaron. Pero no me imagino a un ministro haciendo esas cosas[/quote_box_left]¿Que quién fue este personaje? Pues ni más ni menos que el ministro de Educación más revolucionario del siglo XX; el que cambió el calendario académico adaptándolo al anual. Lo llamaron el Calendario Juliano en su honor. Afortunadamente sólo funcionó durante tres meses, muriendo al mismo tiempo que el Presidente del Gobierno Carrero Blanco.
Dicen de él – yo no lo creo—que ante aquel magnicidio corrió a una comisaría para pedir un arma, suponiendo que se iba a armar la de San Quintín. Era un hombre impulsivo y muy enérgico y de ahí esa leyenda que le colgaron. Pero no me imagino a un ministro haciendo esas cosas.
Julio Rodríguez Martínez fue catedrático de Geología de la Universidad de Salamanca hasta 1965. Pero nunca explicó Geología; sólo Cristalografía, la única materia geológica que sabía. Recuerdo que una vez un antiguo alumno suyo me preguntó que qué iba a explicar ese día. “Volcanes” –le contesté. Y él dijo, todo extrañado, “Pero ¿eso se da en Geología?”.
En 1965 ocupó la cátedra vacante de Geología un verdadero geólogo: Antonio Arribas Moreno, que heredó el grandilocuente despacho y me trajo a mí a Salamanca, como su profesor adjunto.
Y en 1969, al inaugurarse el nuevo edificio de la Facultad de Ciencias, yo heredé la mesa.
¿Comprendéis ahora por qué he encabezado esta crónica con el nombre de Mesa Juliana? ¿Es que no merece ese nombre en honor del paradójico personaje que la adquirió y que dio el suyo a un esperpéntico calendario? Otro día os contaré anécdotas de los tres meses que duró.
La mesa juliana, durante los 45 años en que la disfruté, fue la envidia de muchos. No sé cómo, porque no se la veía, de tan ocupada como la tenía, oculta, llena de libros, papeles y hasta –en ocasiones—de tortugas fósiles, que tuvieron allí su restauración.
¿Qué será de ti ahora, mesa querida? ¿Quién te gozará? ¡¡¡Quiera Dios que seas apreciada por lo que vales, por tu belleza y por tu historia!!!
La mesa ‘Juliana’
5 comentarios en «La mesa juliana»
Me gusta leerte Emiliano. Tu agudeza intelectual, tu prodigiosa memoria y tu humanidad se ven reflejadas en tus escritos. Seguiré atentamente tus escritos para mi solaz y mi ilustración.
Una mesa con solera que echará de menos, sin duda, a su ilustre último usuario. Bonita historia, amigo. Un abrazo y mucha suerte con esta columna que seguiremos puntualmente.
Por favor: una foto de la tal mesa homónima de una sopa.
Un abrazo
Es curioso, he tenido como profesor a D. A. Arribas, y no recuerdo esta anécdota, yo hice la tesina en su departamento, además al terminar mis estudios me concede un puesto de profesor y por circunstancias especiales tuve que volver a Marruecos, y consiguientemente devolví los pagos que me habían ingresado en el Banco Bilbao, a la cátedra . He tenido buenos recuerdos de la profesora Purificación Fenol, y en especial el investigador Saavedra. Un recuerdo para todos a los que son de este mundo y los del otro.
La verdad, la mesa es muy bonita, con esos tres cajones con llave y ese listón de madera abajo, en el que uno puede poner los pies para estar más cómodo (aunque se deteriore un poco la madera). Entran ganas de trabajar en ella. Ya no se hacen mesas así, tan auténticas y con madera de verdad.
Un texto muy ameno e interesante.
¡Un abrazo!