La posmodernidad avanza hacia lo «antediluviano», por poner un nombre sonoro y casi geológico al retroceso que estamos viviendo. No nos referimos, claro está, al orden tecnológico, que va como un cohete (o si lo prefieren, como un misil balístico), sino al orden moral.
Estos días se discute con fogosidad y pasión el «enigma Trump». Todos se tiran los trastos a la cabeza en busca de responsables de este hito. Desde los admiradores de Ayuso y Abascal, que se consideran inocentes del auge del trumpismo, hasta los que se estiman directamente perjudicados por él, y que ya advirtieron sobre la llegada de los monstruos.
Paradojas del discurso: quienes apoyan el trumpismo nacional, representado por Ayuso y Abascal, reniegan del trumpismo yanqui (demasiado bruto) que Abascal y Ayuso elogian. Y no solo lo elogian sino que aspiran a imitarlo.
Pero el «enigma Trump» permanece.
¿De qué extraño agujero del subsuelo ha salido este personaje y su éxito electoral? ¿Se confirma -como temía Goya- que el sueño de la razón produce monstruos? ¿La posmodernidad y su telebasura han matado definitivamente a la Ilustración y sus logros? ¿Las pulsiones más oscuras del inconsciente colectivo pueden tomar forma política? ¿Se trata una vez más de la clásica y repetida atracción del abismo? ¿El instinto de Tánatos se impone de nuevo al vivificante de Eros? ¿Estamos ante la evidencia más notoria de cómo el dominio de los bulos y las redes sociales se resuelve fácilmente en éxito electoral? ¿La desesperación humana en busca de soluciones a problemas acumulados (y se acumulan por la desidia en resolverlos, pero también por los rumbos errados), puede desencadenar esperpentos?
¿Será en definitiva el éxito electoral de Trump parte del antropoceno que amenaza con destruir nuestro planeta?
De todas las hipótesis que intentan explicar el triunfo electoral de Trump, la más floja y absurda es, con mucha diferencia, la que lo achaca a lo «woke», sea lo que sea esto.
“En 1940, se consideraba “woke” a una persona que era consciente de las injusticias en la sociedad y que actuaba en consecuencia”.
La inmensa mayoría de los cabreados con el «sistema» (neoliberal) y sus efectos (que son muchos), no tienen ni idea de qué es lo «woke». Lo que nadie discute es que la corriente ideológica y cultural que ha dominado Occidente durante las últimas décadas, determinando su curso y sus repetidas crisis, incluidas estafas financieras cuyas secuelas aún nos afectan, ha sido el neoliberalismo.
La estafa financiera de 2008, con origen en la desregulación que auspicia como dogma el neoliberalismo, y el austericidio aplicado como solución fallida, han producido una desesperación y una incertidumbre mantenida en la población. Un estrés que no cede y se hace crónico no es bueno para la salud, ni física ni mental.
Después vinieron otras crisis, como la pandemia, que pilló a nuestros servicios públicos saqueados por el neoliberalismo en boga. Más drama, más incertidumbre, más desesperación. O incluso ciudadanos abandonados a su suerte.
Esa desesperación, constituida en «nueva normalidad», está en la raíz de nuestro presente, configurado en torno a la precariedad laboral, las dificultades de acceso a la vivienda, la pérdida de derechos conquistados, y el saqueo de los servicios públicos. Todo eso es producto del esquema operativo del neoliberalismo.
La responsabilidad culpable y determinante de lo “woke” en nuestro presente desesperado, es un invento de ultimísima hora que no se sostiene en pie. Parece claro que esta relación causa-efecto tan increíble y tan a traspié, está patrocinada por los defensores, abogados, y sobre todo beneficiados, del sistema neoliberal, que intentan así mantener la responsabilidad de este catecismo dogmático, plutócrata y criminal, fuera del foco.
Valorando adecuadamente -para evitar engaños- la frase de Pepe Mujica, según la cual «el término populismo vale para un barrido y un fregado», debemos considerar a Trump como la evolución natural del neoliberalismo y la plutocracia. De hecho han sido plutócratas los que le han dado el último empujón hacia el poder financiando su campaña generosamente.
Hace muy poco, el «coco» de estos amigos de la plutocracia, eran los «bolcheviques». Coco invisible y más extinguido que el lobo de Tasmania.
Un poco después, el puesto de «coco» de esta corriente dogmática, fue adjudicado al «buenismo».
Nunca han explicado suficientemente los publicistas de la plutocracia, por qué es preferible como alternativa a las buenas inclinaciones que aspiran al bien común, el «malismo» y el «matonismo» actual que representan Trump, Putin, Ayuso, o Milei, tan malos-malos de película distópica que han tomado como símbolo de sus fechorías la motosierra, y se dedican básicamente a destruir servicios públicos y destrozar la vida de la gente más vulnerable, incluidos ancianos.
Obviamente les cuadra más como símbolo de su movida la motosierra que no la paloma de la paz. Era innecesario que se agenciaran como símbolo de su ideología delirante un instrumento con dientes. Ya habíamos caído en la cuenta.
El hecho de que testigos directos y cercanos de las fechorías de Trump, como Richard Gere, Robert De Niro, y Bruce Springsteen (entre otros muchos), hayan calificado a Trump de «matón», «gánster», y otros adjetivos ajustados a la realidad de los hechos (de hecho es un delincuente condenado por la justicia), los sitúan a ellos automáticamente en las filas «buenistas». Bienvenida sea esa resistencia en vuelo de la paloma de la paz.
Ahora el puesto de «coco» (todo va muy deprisa en la adjudicación de etiquetas culpables) ha pasado a ocuparlo lo «woke», signifique esto lo que signifique. Sería lo «woke» el gran culpable directo de la «ola reaccionaria», y recaería sobre el reconocimiento de la dignidad humana de homosexuales y transexuales (una exigencia democrática y de los derechos humanos) la responsabilidad de la actual ola reaccionaria y de que Elon Musk, multimillonario plenipotenciario, y otros plutócratas, puedan imponer al mundo entero el cumplimiento de sus deseos más disparatados.
Mientras la gente se entretiene intentando averiguar qué es esto de lo «woke», los neoliberales, «libertarios», y plutócratas, aglutinados en «ola reaccionaria» con los neonazis renacidos, siguen avanzando en su faena de quedarse con la pasta, anexionarse los territorios ajenos y las tierras raras (a repartir), implementar nuevas estafas -ahora con criptomonedas- y aplastar a los que se opongan, que seguramente serán «buenistas» o “zurdos”.
La posmodernidad neoliberal y «libertaria» nos ha traído a un estafador en la Casa Blanca, y a otro en la Casa Rosada (vamos bien servidos), que ha jugado -este último- un papel fundamental en una reciente estafa con criptomonedas.
Milei… ¡Un genio! Participa en una estafa de criptomonedas como gancho y luego, allá te las apañes.
En realidad, el neoliberalismo «libertario» consiste en esto: en poner al personal de un casino global en la presidencia de los países, a decidir por las bravas el destino de los incautos.
Nuestras democracias van siendo sustituidas progresivamente por ruletas rusas.
Que haya bajas humanas, probablemente numerosas, como resultado de su política delirante y violenta, no les importa demasiado, porque gracias a la inteligencia artificial están fabricando en sus hangares tecnócratas, un incontable ejercito de robots, dóciles (de momento) a sus órdenes.
Si hay una nueva pandemia y la manejan ellos, se abriría una magnífica oportunidad estratégica para el «Gran reemplazo»: los humanos, imperfectos por su propia naturaleza, diezmados por la pandemia, serían sustituidos rápidamente por robots obedientes, de última generación y más baratos. Sin derechos laborales, resistentes a la enfermedad, y sin jubilación ni pago de pensiones.
Articulando y publicitando adecuadamente aquella otra teoría del «Gran reemplazo» que pone el foco en los emigrantes como chivo expiatorio (teoría conspiranoica de la extrema derecha), esta otra teoría del «Gran reemplazo» que sustituye a los humanos (imperfectos) por robots (obedientes), pasa más desapercibida y se puede implementar más rápido.
Así como observamos que los humanos pueden ser declarados fácilmente como «ilegales», estos robots que los sustituyan estarán siempre del lado de la Ley (del más fuerte).
Todo esto -y no es poco- no parece ciertamente achacable a lo «woke», sino más bien a la evolución natural del neoliberalismo salvaje y de la plutocracia anexa, que poniendo todo su empeño en suprimir el Estado del bienestar, han puesto la alfombra roja a Trump y personajes similares, como Ayuso, Milei, Putin, o Abascal: la “ola reaccionaria”.
¿Quieren frenar el trumpismo? Recuperen el Estado del bienestar.