[dropcap]M[/dropcap]is queridos amigos Luis Ángel Alonso Matilla y José María Perea me han enviado simultáneamente desde Valencia y Madrid una preciosa información sobre los Esconjuraderos pirenaicos.
¿Que qué son los Esconjuraderos? Son construcciones muy sencillas, generalmente de base cuadrada, tejado en pirámide y puertas abiertas a los cuatro puntos cardinales. Son típicos del antiguo Reino de Aragón, a ambos lados del Pirineo, y se suelen ubicar exentos a ermitas, en lugares con amplio panorama.
¿Para qué se construyeron? ¿Para guarecerse durante las tormentas? También, pero su función principal era espantarlas con conjuros. De ahí su nombre. Se les supone un origen remotísimo, precristiano. Los que hemos vivido esos terribles meteoros pirenaicos sabemos del temor a que te caiga un rayo, sobrecogidos de espanto ante el continuo tronar del cielo, que parece que se te va a caer encima.
Pero ¿y en la Meseta? ¿Es qué no hay tormentas pavorosas? Quizás no tanto como en Huesca o Lérida, pero el común miedo a perder la cosecha debió afectar tan profundamente a las primitivas tribus vacceas, agricultoras, como en el Pirineo a sus antiguos pobladores. Y seguro estoy que también tendrían sus propios rituales tribales.
[pull_quote_left]Todo fue barrido, primero por la concentración parcelaria y sus nuevos caminos, y luego por la explotación agraria, en aras del progreso y la especulación…[/pull_quote_left]La cristianización asimiló estas costumbres y se afincó en los lugares donde se practicaban las ancestrales ceremonias, poniéndolas bajo la advocación de la Virgen, a la que apellidaban con preciosísimos nombres.
Todo esto se me ocurre recordando una antigua ermita, hoy desaparecida, aislada en medio de La Armuña: San Andrés, en Espino-Arcillo, en término de Tardáguila.
Me contaba el gran arqueólogo que fue don Francisco Jordá que hay lugares en los que se percibe una gran espiritualidad, que se ha mantenido a lo largo de los siglos desde la más remota antigüedad. Y ponía como ejemplo Las Batuecas, donde las muestras de religiosidad están presentes desde la Prehistoria.
Yo capté algo así cuando me tropecé con esta ermita, allá por el año 67, haciendo el mapa geológico para el Ioato. ¡Aquel paisaje solitario, con sus caminitos de tierra, sus arroyos cristalinos en los que nadaban los sencillos pececillos, sus sabrosos cangrejos, sus pequeños bosques con suelos cubiertos de margaritas… su silencio…! Todo fue barrido, primero por la concentración parcelaria y sus nuevos caminos, y luego por la explotación agraria, en aras del progreso y la especulación… Pero esto ya lo cantó magistralmente aquello de “Por el camino verde, camino verde, que va a la ermita…”
Y como en la canción, la fuente se ha secado, los bosquecillos desaparecieron y ¡hasta la campana de la ermita fue robada, junto al escudo que estaba colocado en la casita aledaña!
¿Habrá desaparecido también la espiritualidad del lugar? ¿O estará latente, enquistada, a la espera de que el hombre la necesite de nuevo?
Soñemos. Viajemos en el tiempo e imaginémonos el lugar rodeado de poblados vacceos. Se acercan los negros nubarrones primaverales. Y a Espino-Arcillo, o como se llamase en la lengua vernácula, se encaminarían los aldeanos, a rogar al dios de la lluvia –¿cuál sería su nombre?— que les protegiese del rayo y del granizo. ¿Qué ritual seguirían? ¿Qué sacrificios? ¿Harían, como en el Pirineo, construcciones sencillas, quizás con la efigie del dios, para propiciar su amparo?[quote_box_right]¿No sería conveniente –muy conveniente– erigir uno, enorme, gigantesco, en la Plaza Mayor de Salamanca e invocar, conjurar, para que no nos aplasten las terribles tormentas que nos acosan por todas partes y que parece que nos van a ahogar?[/quote_box_right]
¿Qué pasaría después? Las costumbres se cristianizarían, pero fueron barridas por la despoblación en tiempos de la dominación musulmana. Con la repoblación posterior, la espiritualidad del lugar y puede que el descubrimiento de alguna imagen oculta, se reabrió el culto local, en dura competencia con otras manifestaciones marianas. No hace muchos años las imágenes se llevaron a otro lugar y se dejó de celebrar la romería. En el viejo y abandonado recinto ermitaño yo vi, en cierta ocasión, los grandes cohetes para ahuyentar la granizada. ¡Hay que ver lo que es el progreso! ¡Se sustituyeron los rezos por petardazos! ¡Y, a lo peor, ahora, basta con apretar un botón, Dios sabe donde! ¿Peor…? ¡Sí! Porque aquella ermita, aquel paisaje, aquella poesía campestre… ¡Todo se perdió!
Pero volvamos a los Esconjuraderos y a su motivación. ¿No sería conveniente –muy conveniente– erigir uno, enorme, gigantesco, en la Plaza Mayor de Salamanca e invocar, conjurar, para que no nos aplasten las terribles tormentas que nos acosan por todas partes y que parece que nos van a ahogar? ¡No me refiero a las meteóricas, no! ¡A las otras, a las que todos, seguro que sí, tanto tememos!
¡Vade Retro!
4 comentarios en «Esconjuraderos salmantinos»
Esconjuradero para desviar, porque desaparecer no van a desaparecer, de plagas y tormentas.
Amén.
Gracias, Carlos. ¡Y que lo digas! Ni de las OTRAS, tampoco. Un abrazo.
Un bonito recorrido con la imaginación de un tiempo que has recreado con gran maestría ¡Enhorabuena! Un abrazo