Aterricé en Tenerife por estas fechas, con treinta años menos, una maleta, un equipo de fotografía y un hornazo bomba que nunca estalló, pero esta historia otro día la contaré. Fui con intención de probar fortuna, apoyado en una pareja de amigos que vivían allí y que hoy siguen vinculados a la isla. Apenas tres meses mal contados tardé en regresar a Salamanca y aquí continúo en mi ciudad treinta años después.
Puede llamaros la atención lo del hornazo bomba, que es una simple anécdota con consecuencias inesperadas y que podría equiparse a la aventura del personaje interpretado por Paco Martínez Soria, en la película La Ciudad no es para mí. Pero al recordar este periplo de mi vida, lo que de verdad me llama la atención, es que compré un equipo de fotografía antes de partir, sin tener idea de cómo usarlo.
Tal vez asocié Tenerife con vacaciones, playa, turismo y nunca concebí con claridad la idea de emprender negocio o buscar una oportunidad. Alquilé un apartamento a la semana de estar allí, me pareció que abandonar la casa de mis amigos era una declaración de intenciones, para instalarme en la isla y no ser un turista más. Pero en el fondo y en la forma fue una declaración de independencia, con piscina y vistas al mar.
En esos meses, conocí a bastantes personas y no hice amistad con nadie en particular. Todos éramos godos, sin erre, que es el apelativo que usan los nativos canarios para referirse a los peninsulares. Entre ellos, había un conductor de ambulancia, que nos contaba diversas anécdotas de su trabajo cada vez que coincidamos. El último día que lo vi, nos narró una historia que hoy todavía recuerdo con estupor.
Mientras atendía en la autopista un accidente mortal, dos turistas extranjeros pararon en el arcén y bajaron del vehículo solo para fotografiar a los cadáveres destrozados por el impacto. Fue tan macabra la forma de describir los hechos, que todavía recuerdo su mirada y nos preguntamos: ¿Qué puede llevar a alguien a querer esas fotografías? ¿Serian coleccionistas de imágenes morbosas? Nunca lo supimos. Al poco tiempo cambió de profesión.

Mil y una historias relacionan la fotografía con la muerte y hay quien hace de esta simbiosis su vida, como el mejicano Enrique Metinides: Enrique Metinides nacido en México en febrero de 1934, realizó sus primeras fotos a los 10 años. Su padre le regaló una Brownie box camera, y comenzó a fotografiar accidentes y arrestos cerca de una estación de Policía en la colonia donde vivía.
Décadas atrás, los fotógrafos minuteros ya se dedicaban a recorrer los pueblos de España retratando familias, tradiciones y oficios, pero también se prestaban a fotografiar cadáveres de niños o mayores en velatorios y a pie de tumba, para recuerdo de la familia y además documentar la costumbre o tradición de cada lugar, a la hora de despedir a sus seres queridos.
Me contó hace ya tiempo un guardia civil el caso de un compañero, que trabajó en atestados y guardaba en su casa una colección inmensa de negativos, con los casos más morbosos que se había encontrado a lo largo de su carrera. Toda una vida cara a cara con la muerte en el oscuro cuarto de revelado, horas de soledad teñidas en rojo. Bien podría ser la crónica de una obsesión.

Volviendo a nuestros días, con la pandemia del Covid en su punto más álgido, una empleada de funeraria, relataba como hubo casos de familias que llamaban pidiendo una fotografía del cadáver antes de ser incinerado, para comprobar que realmente era su familiar quien había fallecido, y así poder constatar su muerte con algo más que unos papeles certificados. Una imagen para la posteridad de quien salió de casa camino del hospital y no volvió.
Estamos acostumbrados a ver la fotografía como el arte de recrear la belleza, pero este otro lado que documenta la muerte de seres humanos, aunque no sea tan agradecido a la vista, merece ser reconocido como parte fundamental de nuestro paso por este mundo.
Este fue el fin que persiguió Francisco Boix, el fotógrafo español que aportó como prueba del genocidio nazi, más de veinte mil negativos revelados por él, en el proceso contra criminales del campo de concentración de Mauthausen-Gusen.
2 comentarios en «La fotografía y la muerte»
Antiguamente era una tradicción .
Lee la novela Anoxia..
Q bien escrito Pablo!! ??