[dropcap]P[/dropcap]arece lógico que después de haberme referido a las salmantinas calles de la Babia y de la Maragatería hiciese lo mismo con la del Bierzo. Con esta idea me di un paseo por ella, aunque con cierta prevención, dado que… Pero no adelantemos acontecimientos. Como en ocasiones anteriores, no voy a hacer una descripción de esta región leonesa, famosa por tantas cosas y productos («Galicia es la huerta y Ponferrada la puerta«), pues para eso ya están las guías turísticas, sino mis impresiones sobre ella…
Es curioso, pero esas impresiones están relacionadas con los sucesivos vehículos que tuve. Los dos primeros, el 2CV y el R12 tuvieron en el Bierzo su último viaje largo.
¡Mi 2CV! Me dice un amigo, hoy, que cómo es posible que con aquel trasto se pudiesen hacer viajes tan largos. ¡Ni que hubiese ido hasta Pequín! ¡Lo que eran es lentos! Y es que ahora parece que no se puede ir a menos de 120 km/h. ¡Pues sí, con mi 2CV iba donde quería! Despacio, pero llegaba. Y, además, disfrutando de todo el recorrido, porque esa velocidad, 60 km/h –todo lo más 90 en cuesta abajo–, te permitía vivir el paisaje por donde transitabas, y no sentir, como pasa ahora, que esos lugares son, simplemente, lo que hay entre los puntos de origen y de destino.
Mi primer veraneo en el Norte lo disfrute con el 2CV. ¡Pobrecito! ¡Cómo sufrió la humedad de la costa! Todas las mañanas amanecía completamente empapado por la niebla. ¡Creo que aquello fue para él como la gripe para un anciano! Resistió pocos meses más, pero hubo que jubilarlo. ¡No te olvidaré nunca, mi querido 2CV!
Su último viaje fue volviendo a Salamanca, pasando por Ponferrada. Y la anécdota de aquella parada en la capital berciana es que allí mi hijo Pedro, de 2 añitos entonces, se negó a comer su potito Bledine para saborear por primera vez algo «de mayores»: ¡una suculenta ración de pulpo! ¡Sólo así pudimos conseguir que se callara!
Con el sucesor del 2CV –¡un opulento R12!– se podía ir más deprisa, pero no tanto como ahora, de modo que seguí disfrutando plenamente de mis viajes. Y previa colocación de un enganche y unos buenos amortiguadores, le pude acoplar una caravana de tamaño medio, de 4 plazas. ¡Cuánto la disfrutamos toda la familia! En el 77, a la vuelta del veraneo volvimos por el Bierzo y pasamos una noche en un bosque, a unos 15 km al norte de Ponferrada. Recuerdo que oíamos el silbato y traqueteo del tren minero de vía estrecha que pasaba muy cerca.
Dejando nuestra «vivienda móvil» escondida entre los castaños y encinas de aquel bosque, en Cabañas de la Dornilla, exploramos la zona, circunvalando ampliamente el embalse de Bárcena, en el río Sil. Pasamos por Toreno, San Román, Bembibre y Congosto.
¡Bembibre! ¡Cómo no parar en este lugar, donde Enrique Gil y Carrasco sitúa su famosa obra, cumbre de la novela histórica del Romanticismo español! La verdad es que la población me decepcionó un poco, pues no se conserva ningún resto de su pasado medieval.
¿No habéis leído «El Señor de Bembibre«? Pues os la recomiendo. Sí, ya sé que el Romanticismo decimonónico nos empalaga a veces con sus parrafadas, pero las descripciones en esta novela son extraordinarias. Además se sitúa en el momento de la desaparición de los templarios, que si en otras naciones supuso un saqueo de sus bienes y exterminio de sus personajes, en España y Portugal fue una asimilación de sus monjes-soldado a otras Órdenes Militares, teniendo como objetivo la lucha contra el musulmán, nuestra Reconquista.
Se ha dicho muchas veces que « El Señor de Bembibre » es un calco de las obras de Walter Scott, especialmente de «La novia de Lammermoor«. Yo creo que puede que Enrique Gil y Carrasco se inspirase en esas fuentes, pero, desde luego, las supera con creces.
En Ponferrada, el castillo estaba en un estado muy lamentable. Se podía entrar y andar entre sus ruinas, pero con sumo cuidado. Fue lo único que vimos de la ciudad en esta ocasión.
Y llegó el 93. Habíamos ido, Pili y yo, a dar una vuelta por la Maragatería y decidimos continuar por el Bierzo, para visitar las famosas Médulas. Pasamos la noche en Ponferrada y a la mañana siguiente tuvimos un siniestro, afortunadamente sin daños personales, que fue el fin de aquel vehículo tan bueno, que nunca me dio ningún problema. Con el motor renqueante pudimos llegar a Salamanca, donde pasó al desguace, dado que salía más rentable adquirir uno nuevo: un Opel Astra.
¡Ponferrada, la antigua Pons Ferrata, puente de hierro o fortificado, capital del Bierzo! Parece como si me hubiesen lanzado un maleficio en relación con esta hermosa y fértil región leonesa. ¿Sería verdad, coincidencia o aprensión? Dejándome de cuentos, volví de nuevo por allá, pero eso… ya os lo contaré otro día.