– ¿Sabe que seguí su recomendación y leí «Un puente sobre el Drina»?
– ¿Y qué le pareció?
– ¡Extraordinario! ¡Desde luego, Ivo Andric se mereció el Nobel! Es espeluznante como describe la ejecución por empalamiento. Y expresa muy bien la angustia cuando las tropas austrohúngaras volaron el puente en 1915, en su retirada de Bosnia…
– Es lo más frecuente que haya sido así a lo largo de los siglos. Cuando los ejércitos se ven perdidos y acosados destruyen todo lo que pueda favorecer el golpe de los enemigos. Y lo primero es acabar con los puentes…
– ¡Desde luego! No siempre ha habido la caballerosidad del rey Alfonso V de Portugal, que ante el empuje de las tropas castellanas de los Reyes Católicos, envió un emisario para decirles que no se retiraría por el Puente de Alcántara para que éste no sufriese daños.
– ¡El Puente de Alcántara! ¡Qué belleza!
– ¡Ya lo creo! Con razón los musulmanes lo llamaron «Al-Qantarat», es decir «El Puente», sin más. Es uno de los lugares donde sentí una emoción especial, deslumbrado ante tanta grandiosidad…
– Es que Roma alcanzó un altísimo nivel en la ingeniería. Como ejemplo yo pondría el puente que ordenó construir Julio César sobre el Rin, todo en madera. Uno se imagina la ingente labor de los legionarios talando los bosques y la pericia de los ingenieros militares ante la dificultad del asentamiento de los pilares contra las fuertes corrientes del río. Y el asombro de los bárbaros germanos de la otra orilla, que veían crecer más y más aquella impresionante obra. Tan grande fue su respeto que no presentaron batalla y se retiraron sin luchar hacia el interior del país. Las legiones pasaron, vieron y se volvieron.»Veni, vidi, rediit«. Y para evitar invasiones inesperadas desarmaron el puente.
– ¿Y qué me dice de los acueductos?
– ¡Qué le voy a contar! Es suficiente contemplar la belleza de los de Segovia y de Nimes para descubrirse ante aquella civilización portentosa. ¡Sólo el tiempo ha podido con ellos! Y no siempre, porque el de Segovia puede verse completo y hasta se podría volver a activar.
– Si le parece, dejamos los acueductos para otra ocasión y volvemos a los puentes. Si tuviésemos que citar los que han sido destruidos por la retirada de ejércitos no tendríamos papel suficiente… Aunque también se han cortado por causas naturales. Sin ir más lejos tenemos el caso del de Salamanca, que sólo es romano en su mitad norte. Se rompió en varias ocasiones, pero la más famosa fue por la «Riada de San Policarpo» acaecida el 26 de enero de 1626, considerada entre las diez más catastróficas de España. En la entrada sur del puente puede verse la fecha de su reapertura, construida la parte nueva en estilo barroco con «piedra de Salamanca» –que no hay que confundir con la «de Villamayor»–, en oposición a la fábrica granítica romana.
-Sí. Y también tenemos los que han sido anegados por el agua de los embalses…
– ¡Efectivamente! También son muchos. Por ejemplo… en 1966 hice, con Antonio Arribas, un estudio geológico de la provincia de Zamora. Yendo en un coche que nos cedió el Ministerio de Agricultura, cuyo conductor recuerdo que se llamaba Sisinio, tomamos una carretera que iba desde Monleras, en Salamanca, a Carbellino de Sayago, en Zamora. Al llegar al río Tormes, no nos atrevimos a cruzarlo por un puente muy deteriorado que lo atravesaba, y tuvimos que dar una gran vuelta por Ledesma. Poco después las aguas del pantano de Almendra, el más alto de España, cubrieron todo aquel paisaje.
«Muchos años después volví por aquellos parajes desde Monleras, estando el embalse en un nivel bajo, pero no pude llegar al puente. Lo que si descubrí entonces fue una fuente de aspecto romano. Dicen que desde Carbellino se puede llegar al puente en épocas de gran sequía, pero yo no lo he comprobado.
– Yo sé de otro caso parecido. ¿Conoce la iglesia de San Pedro de la Nave, en Zamora?
– ¡Cómo no! Allí nos dieron, a Pili y a mí, las vieiras y bandas de peregrinos de Santiago.
– Entonces sabe que la iglesia, obra maestra del arte visigodo, fue trasladada, piedra a piedra, hasta su actual emplazamiento, porque el antiguo iba a ser cubierto por las aguas del embalse de Ricobayo, en el río Esla.
– Sí. Eso lo sabe todo el mundo. Incluso vi un reportaje de cuando lo hicieron, al principio de los años 30.
– Pero lo que ignora, seguramente, es que las aguas cubrieron un puente, dicen que romano, al que en muy raras ocasiones se ha vuelto a ver…
– Pues no. Eso no lo sabía. Pero… ¿cuándo me va a contar la leyenda del puente de Porqueriza?
– ¿A ver? ¡Pero si se ha hecho muy tarde! Mejor lo dejamos para otro día…