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Opinión

Miscelánea de melancolías

El Toro de la Cruz Roja, escultura realizada con motivo de Salamanca 2002.

 

[dropcap]L[/dropcap]as miradas retrospectivas conllevan siempre una buena dosis de nostalgia. Es el tempus fugit de los clásicos, o la vida como un soplo a la que alude el libro de Job. El caso es que los años pasan inmisericordes, sin que nos demos cuenta, y para las nuevas generaciones hablar de lo que sucedió hace nada es como remontarse al Medievo.

Lo vemos en el día a día, aunque hay momentos que los ojos se abren un poco más. Sucedió antes del receso navideño, cuando por mor de alguna apreciación intrascendente me veo explicando, ante la sorpresa de los alumnos, que Salamanca fue en 2002 capital europea de la cultura y hubo exposiciones y eventos increíblemente fabulosos. Parecía un tiempo mítico. Y sin embargo, quedó indeleblemente impreso en la memoria de quienes lo disfrutamos. Quedaron unas instalaciones, hoy infrautilizadas, quedó el ansia de conseguir una ciudad referente internacional de la cultura, en sintonía con un pasado glorioso que elevó el nombre de Salamanca hasta la cumbre del humanismo. Quedaron muchas iniciativas tan solo en buenas intenciones.

El tiempo fue pasando y Salamanca perdió una gran oportunidad. Se intentó avivar los rescoldos con propuestas vinculadas a los grandes aniversarios de la Plaza Mayor (2005), la Catedral Nueva (2013) o la Universidad en su VIII centenario (2018). Hubo también una Feria Internacional de Arte, Arcale, que impulsada por Román Rollón aguantó hasta 2004. Después la Junta quiso compensar con el FACyL, que comenzó en 2005 con una fuerza increíble y muchos millones de presupuesto. Pero los años pasaron y los tijeretazos progresivos lo desvitalizaron.

Pero hubo más. La desaparición de la Obra Social de Caja Duero fue terrible. Perdimos el gran mecenas de la vida cultural de Salamanca. Se hizo tanto gracias a ella. Garcigrande, San Eloy, el teatro, el aula cultural o las bibliotecas han pasado a ser espacios desconocidos.

El Ateneo, otra institución histórica, fue sentenciado hace cinco años con el desalojo de su sede. Parecido a lo de La Malhablada, esta semana. En plena crisis sanitaria les niegan hasta la posibilidad de negociar los alquileres. Con el Centro de Estudios Salmantinos, pudo suceder algo parecido, aunque ahí la gestión de la directiva presidida por María Jesús Mancho y Rosa Lorenzo, con Jesús Málaga detrás, ha permitido salvar lo esencial de los fondos bibliográficos. El Casino, otra obra centenaria, que había reverdecido laureles con Alberto Estella, no tiene más remedio que continuar cerrado, con todo lo que supone.

La cultura, si solo miramos lo económico, no es rentable. La inversión tiene otras miras y no cotizan en bolsa. Salamanca ha sido históricamente una ciudad de cultura y saberes, como pregona la fundación municipal. Por eso no puede asistir impertérrita a la pérdida de sus signos de identidad. Las ayudas son necesarias, es cierto, pero a veces el dinero no es lo principal. La cercanía, el apoyo, la implicación a la hora de solventar obstáculos y ofrecer alternativas son también fundamentales. Y Salamanca no puede seguir perdiendo trenes, reales y metafóricos, ni instituciones, ni contemplar impasible cómo languidecen sus entidades emblemáticas. Nos va en ello el futuro de la ciudad.

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