[dropcap]A[/dropcap]l irse el rapaziño, Catorcena, Pepiño y Senén quedaron impacientes por saber que tenía que decir Lucinda. Así que nada más terminar el ágape corrieron a la casucha de la sanadora. Pero ella se empeñó en hablar a solas con Catorcena, de modo que únicamente entró él. Una vela sobre la mesa y la lumbre que calentaba un caldero eran toda la iluminación del lóbrego cuchitril.
-Has de saber, Catorcena, que no te quise decir la verdad sobre el Yelmo del Mariscal. ¡Ni a ti, ni a nadie! Pero tu exhibición de fuerza en la Plaza de la Catedral, que corre de boca en boca por todo Mondoñedo, me ha desvelado que tú eres el predestinado para recuperarlo…¡Y hasta puede que seamos parientes lejanos! ¡Pero no quiero que se desvele de mala manera el secreto que hemos mantenido en mi familia durante siglos! ¡Sólo tú puedes conocerlo!
Se sentaron a la mesa y Lucinda sacó pan y vino.
«Lo que te voy a contar, Catorcena, ha sido transmitido de madres a hijas a lo largo del tiempo. Todas nos hemos llamado Lucinda y heredamos la sabiduría curandera y el secreto del Yelmo, que vas a conocer…
– Pero… ¿lo tienes tú?
-¡Calma, que todo llegará! El Yelmo tiene poderes mágicos siempre que se cumplan ciertos requisitos. Su origen es mucho más antiguo que la llegada de los romanos a estas tierras. Se hizo con una piedra caída del cielo y sólo tiene un adorno… No sé el nombre del herrero celta que lo hizo y hechizó para dárselo a su hija, la primera de las Lucindas, sin que se enterasen de ello los venerables y temidos druidas, que se hubiesen querido apoderar de él… Después vinieron los romanos, los suevos y godos, incluso los moros… Galicia fue un reino parejo de Asturias, León y Castilla… En todos los tiempos el secreto continuó oculto, siempre…
«Pero, allá por el siglo XV, la Lucinda de entonces se enamoró perdidamente de aquel noble tan levantisco que fue don Pedro Pardo de Cela y cometió el gran error, o pecado, de revelarle el secreto. ¡Líbrenos Dios de las pasiones amorosas!
«El caso es que el terrible conde, luego Mariscal de Castilla, aprovechó el Yelmo para sus aviesas correrías, pues con él conseguía escapar siempre que se veía en apuros. Salvo cuando se refugió por última vez en su castillo de A Frouxeira.
«Ya preso, fue conducido a Mondoñedo. Todas sus propiedades fueron confiscadas y entre los trofeos, como uno más, estaba el Yelmo, sin que nadie conociese su valor ni lo que representaba. Pero Lucinda, mi antepasada, sí lo sabía y envío a su hijo, Conrado, que también lo era del Mariscal, para que se apoderase de él.
«Todo el decomiso estaba encerrado en una habitación del Obispado, detrás de una muy gruesa puerta con dos cerrojos. Pero una mañana encontraron la puerta arrancada de sus goznes, de cuajo, con toda la cerrajería intacta. No pudieron explicarse como se había forzado pues para ello era precisa una gigantesca fuerza y en la noche anterior todo fue silencio…Y más sorprendidos quedaron los fiscales al comprobar que solo faltaba el Yelmo del Mariscal, despreciando dineros y joyas….
«Lo que no sabían aquellos cuadrilleros de la Hermandad es que Conrado poseía la fuerza de muchos hombres. Algo así como tú, Catorcena, que puede que seas descendiente suyo. Fue él el que se apoderó del Yelmo para llevárselo a su madre.
«El caso es que todos pensaron en algo mágico, que se podría combatir con plegarias en el templo. Pero quedó la leyenda del misterioso Yelmo desaparecido, que nadie volvió a ver y que quedó en Mondoñedo como típico de algo que se busca y nunca se encuentra… Mientras estuvo preso oyeron al Mariscal gritar en sueños reclamando siempre su Yelmo… Y todavía subiendo al cadalso, aún se le oyó decir «Si yo tuviese mi Yelmo…»
– Y entonces… ¿no se sabe nada de dónde está?
– ¡Calma! Ahora te voy a mostrar un viejo manuscrito que hemos poseído las Lucindas, una tras otra, legándolo siempre a la siguiente generación. Está en gallego gótico y no lo vas a entender, de modo que lo leeré yo. Fue escrito por la madre de Conrado y amante del Mariscal, Lucinda la Mariscala, poco tiempo después de la decapitación. Dice así:
«Yo, Lucinda, sanadora, conocida como «la Mariscala«, escribo para dejar testimonio de los hechos que acontecieron con motivo de la muerte del Mariscal Pedro Pardo de Cela y del lugar donde se encuentra el Yelmo del Cielo, que impropiamente le adjudican. Este Yelmo fue siempre patrimonio de mi familia y tiene grandes poderes mágicos. Como sé que lo están buscando por todas partes, y como no lo puedo destruir, lo he mandado esconder donde nadie lo encuentre.»
«Para ello he encargado a mi hijo Conrado, que tiene el don de una fuerza sobrehumana, que lo lleve a lo más profundo de una cueva que está como a dos leguas de aquí, en la parroquia de Argomoso, en la que no penetra nunca nadie por tener fama de que en ella habitan las fuerzas infernales.»
«El Yelmo tiene un adorno en forma de anillo o rosca, en donde se encaja una pieza con un espejito metálico dentro. Yo me he quedado con esta pieza, que será guardada por mí y por mis herederas a partir de ahora.»
«Los poderes del Yelmo del Cielo sólo pueden manifestarse cuando se ensambla esta pieza en él. Pero antes tiene que mojarse con una gota de sangre de la sanadora que me suceda y otra del poseedor del Yelmo. Sólo entonces tendrá esos poderes misteriosos. Si no se cumplen estos requisitos no servirá sino como sombrero»
– Aquí termina lo que dice La Mariscala, pero hay una anotación al margen, que dice lo siguiente:
«Yo, Conrado, hijo de Lucinda «la Mariscala» (que en Gloria esté), he dejado el Yelmo del Cielo en lo profundo de la cova de Argomoso, en una sala que hay al final de un pasillo, casi cegado por escombros, en un hueco que hice en la pared, que cerré con un enorme bloque en el que grabé una cruz sesgada»
– Esto es lo que dice este manuscrito de mi antepasada. ¡Y creo que tú, Catorcena, eres la persona predestinada para recuperar el Yelmo!
¡Caramba! ¡Pues habrá que ir a esa cueva! ¿No será la del Rey Cintolo, por la que hemos pasado cerca anteayer?
-¡La misma, sí! Se dice que en ella está enterrado el país de Bría. ¡Muy útil para alejar a visitantes no deseados! Pero puedes ir sin miedo. No hay en ella seres diabólicos ni nada parecido. La única precaución es llevar cuelmo para alumbrarse, cuerdas para bajar, algo que vaya señalando el camino para no perderse y alimentos por si se alarga la búsqueda.
«Para ayudarte, lleva sólo a una persona que no sea de por aquí. ¡No conviene, de ningún modo, que se sepa lo que tú y yo nos traemos entre manos! ¡Y cuando encuentres el Yelmo, lo envuelves bien para que nadie lo vea y me lo traes aquí! ¡Entonces probaremos sus poderes! ¿De acuerdo?
– ¡De acuerdo!