-¿Por qué no salimos de Os Muíños y vamos hacia el centro de Mondoñedo, a ver qué pasa en el espejo? -propuso Catorcena.
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– ¡Santo Deus! ¡O Seminario non está aquí! E a torre da Catedral non está rematada!
– ¡A ver! ¡Es cierto! ¡No hay más que huertos y vallas! Pero mira.. Por allí vienen unas mujeres…
A Catorcena le llamaron la atención los ropajes que llevaban. Aunque no eran muy diferentes, se notaba algo peculiar, extraño…
Al acercarse observaron que no se oía nada del parloteo femenil. Debía ser que el sonido no atravesaba el espejo.
Lucinda, que llevaba en ese momento el Yelmo con el Espéculo puesto, probó a tocar la superficie del espejo. ¡Y la atravesó!
– ¡A lo mejor, si meto la cabeza puedo oír lo que dicen! ¡Vamos a ver!
Y lo hizo. ¡Catorcena no oía nada, ni veía de Lucinda más que el CUERPO SIN CABEZA con las manos agarrando el marco del espejo!
Al cabo de un rato, la cabeza volvió del vacío en que se había sumergido, riendo a carcajadas.
– ¡Qué pasa! ¡Qué pasa!
– Pues que me puse detrás de ellas sin que se diesen cuenta. Cuando metí la cabeza por el espejo oí todo lo que estaban diciendo. ¡Hablaban gallego, pero de un modo raro…! En esto que una se volvió, me vio y soltó un enorme alarido. ¡Tenías que haber visto lo deprisa que corrían, con las faldas recogidas, chillando despavoridas! ¡Era para partirse de risa!
Continuaron andando, intercambiándose el Yelmo, hasta la plaza de la Catedral. Dentro del espejo, el portador veía todo distinto. En la fachada del templo había unos andamios. En medio de la plaza estaba colocado un cadalso con el rollo de Justicia…
Así estaban cuando Lucinda se detuvo…
– Volvamos a casa… Tengo que enseñarte otro manuscrito del que me acabo de acordar…
Al llegar se puso a revolver en un cofre donde guardaba los documentos, hasta que encontró el que buscaba. Como estaba escrito con letra difícil de entender, lo leyó a Catorcena:
«Yo, Lucinda, llamada «La Gallega«, por mi ya larga permanencia en Luarca, quiero dejar constancia de los hechos que me trajeron a las Asturias, junto a mi hermanastro Conrado.«
«Mi madre fue Lucinda la Mariscala, que vivió en Mondoñedo, como mi abuela Lucinda La Anduriña y como la madre de ésta y todas sus antepasadas, ejerciendo siempre el oficio de curandeiras, que nos transmitíamos de madres a hijas. Nuestro conocimiento antiguo de todo tipo de hierbas y sus poderes lo usamos siempre para el bien, ayudando también a hacer filtros y sahumerios que todos suponían mágicos, pero que nosotras sabíamos inútiles… Sin embargo los prescribíamos para aliviar las angustias del espíritu.»
«Lo que sí era mágico era el Yelmo del Cielo, que poseía mi familia desde los más remotos tiempos, pero que nunca se utilizaba.»
«Mi madre, la Mariscala, se enamoró del conde Pedro Pardo de Cela, y le contó el secreto del Yelmo. Éste lo usó con malos fines, pero al final le fue mal y le costó la vida. Mi hermanastro, Conrado, lo recuperó una noche aplicando su fuerza portentosa, sin que nadie se diese cuenta.»
«Poco después de la decapitación del Mariscal, mi madre le dijo que presentía, por las torvas miradas del vecindario, que se estaba preparando algo malo para ella y le ordenó que escondiese el Yelmo en un lugar muy secreto, pero que se quedase con el Espéculo que le hacía mágico y con un documento que acababa de escribir.»
«Una vez ocultado el Yelmo en lo profundo de una cueva, al volver a casa de nuestra madre, la encontró vacía y todo revuelto. Una vecina, que me había recogido, le contó lo que había sucedido: fueron a por ella los cuadrilleros con una acusación de brujería negra. Sabiendo que bajo tormento revelaría el secreto del Yelmo, tomó una pócima venenosa que la mató sin darle tiempo a decir ni ay. Su cadáver fue quemado en una gran hoguera que levantaron en las afueras.»
«La acusación la habían hecho unas mujeres del pueblo, que unos días antes se vieron sorprendidas en la calle por la cabeza de la Mariscala, ¡¡¡SIN CUERPO!!!, coronada con un casquete metálico, que vociferaba y se reía a carcajadas. Una de ellas se volvió mientras corría y vio como la cabeza desapareció de pronto»
«Ante estos hechos Conrado recogió lo que pudo y, conmigo, huyó de Mondoñedo sin decir nada a nadie, rehaciendo nuestra vida en Luarca. Cuándo me hice mayor ejercí el saber de mi madre, que he transmitido, a mi vez, a mi hija, inculcándola mi deseo perenne de volver a mi tierra mindoniense»
«Firmado en Luarca, a 30 de mayo de 1542»
– ¿Te das cuenta, Catorcena? ¡Yo, Lucinda la Faladoira, fui la causante de la muerte de Lucinda la Mariscala, mi antepasada! ¡Que Dios me lo perdone!