Quería ser abogado, pero cambió la toga y los juzgados, por el traje y los locales de moda. Su planta, su exquisita educación, su saber estar lo han convertido en uno de los mejores relaciones públicas de nuestro país. Confidente de futbolistas, actores, presentadores, cantantes,… En esto radica el secreto de su éxito, que sabe guardar sus secretos, o quizá no… Es un torbellino
Héctor Lacasia Pérez es argentino, de la provincia de Córdoba. Llego a Salamanca en 1987 para estudiar Derecho. Tuvo la posibilidad, la gracia y suerte de conseguir un trabajo en la ciudad, en el Camelot, y ahí empezó su carrera imparable, bonita y con mucho agradecimiento tanto a Salamanca, porque ama esta ciudad, porque se lo dio todo, y la dejó para irse a Madrid junto a Jaqueline de la Vega, la familia Lozano y un jeque árabe… “He vuelto 18 años después. Aunque nunca me fue del todo, porque aquí, en Salamanca, está mi familia adoptiva, la García Martín. Me encanta Salamanca”.
Por aquellos años, finales de los ochenta, le hacen al padre de Héctor Lacasia un reportaje en Canal+, porque su padre, Carlos –Lalo- Lacasia jugó en Independientes y con la selección argentina de fútbol. Los compañeros de Derecho lo vieron y comenzaron a preguntarle si tenía algo que ver con el futbolista argentino. “Sí, es mi papá, y me decían, entonces eres famoso. Yo contestaba no, el famoso es él, yo no. El día que sea famoso, lo diré”, recuerda riendo.
Casi por esta anécdota, comienza a trabajar en el Camelot. “Paco, de Camelot, me ofreció la posibilidad de trabajar como relaciones públicas y yo le dije: ¿Qué es eso? Estar con la gente, me contestó. Eso lo podía hacer, porque me gustaba”. (Risas)
¡Eráis unos niños!
Sí, acaba de abrir Cámelot. Todavía estaba coleando el tema de las monjas, que se iba a abrir allí una guardería,…
¡Fue una gran publicidad! Una curiosidad más, parece que usted está asociado a proyectos de hostelería que cuesta mucho abrir en Salamanca.
(Carcajada) Sí. Es casualidad. El Camelot comenzó así, con que si se abría o las monjas no se lo dejaban. Fue uno de los locales más rompedores. Era como un convento, con la celosía… Y con una insonorización espectacular.
¡Qué bonitos eran los bares en esa época en Salamanca!
Sí. El dueño se implicaba mucho. Hacían bares, pero con temática. Se utilizaba mucho la piedra de Villamayor, porque es el emblema de Salamanca. Ahora se busca otro tipo de cosas.
El Camelot fue el último de los grandes. Estaba El Moderno, el Submarino, El Puerto de Chus, El Callejón,…
Puede ser. Se combinaban muy bien.
Salamanca le debe mucho a Ángel Bajo…
¿El decorador? Muy artista. Ahora está en A Coruña… Tuve la suerte de conocerlo, una excelente persona y un gran profesional. Era muy hábil en los negocios. De los últimos bares que decoró en Salamanca es La Posada de las Almas, que a mí me encanta. Eran pequeños museos.
Volviendo a aquellos años dorados de la movida en Salamanca, Héctor Lacasia recuerda que frente al Camelot estaba el Colegio de España. Entre las estudiantes holandesa que vinieron en aquella época a Salamanca, había una periodista que lo observaba todos los días desempeñar su trabajo en la entrada del Camelot. Un día le pidió una entrevista que se publicó en la revista de Iberia. “De repente, estaba en todos los aviones contando cómo empezaba la noche en Salamanca. En esa época lo pasábamos muy bien en esta ciudad. El cliente se divertía. El Camelot era el referente de los otros bares, si teníamos gente, la había en los demás”, recuerda.
Del Camelot saltó a Garamond con la familia Cambronel Sánchez. «Excelente familia. Fue otro boom. Garamond se hace otro emblema, porque comienzan a venir todos los futbolistas. En esa época Salamanca sube a 1ª División, con Lillo, y se hace una fiesta. Eso fue la bomba”.
Comienza a ir toda la élite del deporte y el famoso. La primera famosa que trata Héctor Lacasia es Eugenia Martínez de Irujo, vecina de calle, porque la duquesa de Montoro frecuentaba por aquel entonces su Palacio de Monterrey. “Venía Francisco Rivera a verla, aún no se habían casado. También Cayetano, el hermano de Eugenia, venían por Garamond”.
Los dueños de Garamond se van a Ibiza a descansar y al volver a Salamanca le anuncian que quieren abrir un Garamond en Madrid, en Claudio Coello, 10. Lo decoran con la piedra de Villamayor y con herrería. “Muy bonito. Además, todo lo hicieron personas y profesionales de Salamanca”.
Empieza a funcionar Garamond en la capital. Héctor tiene muy buena relación con los futbolistas del Real Madrid y del Atlético. Habla de Raúl González, de Mijatovic, de Guti, de Arancha de Benito…
Guti es de origen Salamantino…
Sí. Lo llamamos, pero nos pidió que antes de estar en la inauguración, lo quería ver. Le encantó. Vinieron y explota. Los galácticos comenzaron a ir. El entrenador era Valdano, argentino como yo. A mí se me ocurrió entregarle un trofeo a Raúl, al número 7, que en aquella época era lo más. Empiezan a venir modelos, actrices, actores, cantantes,… Terelú Campos, que hoy por hoy es mi amiga, su madre, nos hemos ido juntos de vacaciones.
¿Terelu Campos es simpática?
Sí. Es estupenda. Creo que como todos los famosos, se envuelven en un caparazón donde está el personaje que es el que enseñan al público, pero en la intimidad cambian. Es muy cercana con las personas que quieren. Yo siempre protegía al famoso para que no fuera invadido por el público en general. Cuidaba mucho a las personas populares, sé cosas de ellos, pero quedan para mí y ellos lo saben.
Garamond fue el primer local en el que trabajó Hector Lacasia en Madrid, pero no el único. El siguiente destino fue Buda. Aquí conoció a David Beckham, a su mujer, Victoria,…
¿Victoria era tan estirada?
No. Sí. (Carcajada) Era muy, muy estirada. Se creía una estrella porque había pertenecido a las Spice Girls, pero en realidad, en esa época, la estrella era su marido David Beckham, por lo buen futbolista, lo guapo, lo estiloso,… Beckham me dijo una vez: ‘Es mi mujer, la madre de mis hijos, pero siempre habrá esas rivalidad de que ella quiere ser una estrella y yo lo soy’. Cuando venía solo Beckham, lo abrazaba y besaba y cuando venía con Victoria le daba la mano como a un gentleman.
¿Le organizó alguna fiesta a David Beckham?
Sí, su cumpleaños. En esa fiesta Victoria fue terrible, le ponía pegas a todo…
No diría que le olía a ajo…
(Carcajada) ¡Con lo bueno que es! Así la recordamos en España por aquella frase, cuando dijo que España olía a ajo. Yo como ajo todos los días de mi vida…
¡Por eso no le caías bien!
(Carcajada)
Asegura que le encanta el humor y reírse de sí mismo. Quizá por ello, conecta tan bien con el público, el famoso y el anónimo. Fue el confidente de muchos de ellos. “Jamás lo contaré. Nunca lo utilicé, porque lo que pasaba en el local, se quedaba allí. El ser humano necesita que lo escuchas, sea conocido o no”.
Fue un poco psicólogo, como buen argentino…
(Risas) Sí. Los argentinos traemos la carrera de psicólogos desde que nacemos.
Hablando de carreras. ¿Terminó la carrera de Derecho?
No.
¿Es su asignatura pendiente?
Sí, me puse a trabajar y era incompatible la noche y las clases en la facultad por la mañana. Hoy me arrepiento, pero la vida me dio otras cosas. Esto me encanta y hoy por hoy, me ha traído mi profesión de nuevo a Salamanca.
El Camelot tiene una leyenda y ahora está en un sitio con leyenda, La Increíble… También le ha costado abrir sus puertas.
(Risas) Las monjas estaban encantadas de cobrar su alquiler y sabían que iba a ser un bar, no una guardería. En La Increíble, cuando estaban haciendo la cocina y excavando surgieron una serie de ruinas que van a poder ser visitadas por las personas que se acerquen a La Increíble. Estoy adelantando una primicia, pero hasta aquí, no puedo decir de qué se trata.
¿Qué han hecho en la casa de Doña Gonzaga?
Va a ser un hotel de cinco estrellas, con gastronomía internacional y catorce habitaciones con una decoración distinta las unas de las otras.
¿Se apostará por profesionales y artistas salmantinos?
Por supuesto. Salamanca tiene grandes artistas y profesionales y muy buen gusto. Está la Universidad, que es tan versátil, y hay mucha gente que se queda y son adoptados, como yo, y hacemos nuestra vida. Creo que hay muy buen potencial.
El público tiene acceso a la terraza, al restaurante, a los espectáculos,… “Todos los sábados hay actuaciones, unos días es jazz, otros flamenco,… acorde con el público que tiene Salamanca. El concierto empieza a las 17.00 horas y dura hasta las 19.00, justo en el intervalo de la comida y la cena. Es gratuito, hay que reservar y disfrutar”.
¿Le está gustando la experiencia?
Sí, es nueva.
Y de día
(Risas) Sí. Es más saludable.
La Increíble es de José Pascual, del Bambú, son dos conceptos diferentes. “El nombre del proyecto es en honor a su abuela Unise, que era amiga de doña Gonzaga. Es la ‘Pollita de Oro’ la que le vende todas las propiedades, incluida la casa”.
¿Usted conocía antes a José Pascual?
Sí. Conocí a la abuela cuando trabajaba en el Camelot. Ella pasaba por delante de la puerta y me decía que tenía que probar las patatas meneas que hacía. Eran muy ricas. Por aquellos años, a finales de los ochenta, en uno de mis cumpleaños me hizo una cazuela de patatas meneas y desde entonces soy amigo de la familia.