Opinión

Torreón de Monterrey

El interior de la Torre con la Pontificia al fondo.

La economía de Salamanca tiene dos motores, la Universidad y el turismo, ambos ligados a su historia. Cualquier iniciativa para potenciarlos debe ser siempre bienvenida, porque esta ciudad retrocede a pasos agigantados y necesita frenar como sea la regresión demográfica que la desangra, la más acusada de Castilla y León. En los últimos treinta años ha perdido veinte mil habitantes, que se dice pronto. Y no vale responder que el alfoz ha crecido, que en otras provincias también lo hizo sin que la capital se haya resentido tanto. Desgraciadamente, la mayor parte de quienes salieron, casi todos jóvenes, emigraron a otras regiones o al extranjero.

Soluciones maravillosas no existen. Ya padecimos la sonrojante experiencia de los jeques inversores. Las iniciativas deben ser factibles y surgir de los propios salmantinos. El maná nunca llega de fuera ni por ensalmo. El parque científico de Villamayor o el Centro Internacional del Español, promovidos por la Universidad de Salamanca, sí son realidades. Si surgieran más propuestas parecidas y se llevaran a la práctica, la ciudad fijaría servicios y población vinculados a su trayectoria más gloriosa, la del saber.

En la línea de la cultura y el turismo también se hacen cosillas, aunque la divulgación exterior no haya dado aún los resultados deseados. Hace dos meses abría el museo diocesano, que se unió a las visitas de la catedral, y desde hace unos años se han convertido en espacios visitables edificios o lugares que siempre habían permanecido cerrados. Todo comenzó en 2002, el año de la capitalidad cultural europea, con la apertura al público de las torres de la catedral y la exposición Ieronimus. En años sucesivos se ampliaron los espacios visitables y luego se propusieron las visitas nocturnas, que están teniendo muy buena aceptación. La Clerecía inauguró en 2012 su Scala Coeli, para poder subir a sus torres barrocas y contemplar en altura, desde los balcones, el interior del templo. Los dominicos, en San Esteban, hicieron algo parecido y hace cuatro años abrieron la terraza sobre la fachada del convento.

Estas novedades han llegado desde varias instituciones eclesiales, que son privadas. Y está muy bien que la iniciativa particular asuma retos para poner en valor el pasado cultural de la ciudad, atraer visitantes y crear, aunque sean pocos, algunos puestos de trabajo directos. Las repercusiones indirectas suelen ser mayores. En esta línea hemos de considerar también la apertura, ya con normalidad y no como algo extraordinario, del palacio de Monterrey, que es propiedad de la Casa de Alba.

El actual duque, Carlos Fitz-James Stuart, abogó desde que heredó el título, por permitir las visitas a las propiedades familiares que tienen algo que mostrar desde el punto de vista histórico-artístico. Y el Monterrey tiene mucho que enseñar. Más si uno tiene la suerte de recorrer el edificio junto a Jennifer de Castro, la responsable cultural del palacio, que conoce de memoria y relata con entusiasmo sus cinco siglos de historia. Arquitectura, escultura, pintura española y flamenca, artes decorativas… Hay tanto que ver y que admirar entre esas dependencias por donde pasaron reyes, duques, cardenales y embajadores. Y al final, en el torreón, otra vez las vistas de esa Salamanca eterna que brilla entre los dorados de sus piedras y se resiste a languidecer ante la incapacidad de quienes la rigen aquí, allá y acullá.

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