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Las fuentes del Nilo

[dropcap]E[/dropcap]n el siglo XIX se recuperó el afán por resolver uno de los viejos problemas que había preocupado a egipcios y griegos y luego fue abandonado: el descubrimiento de las fuentes del Nilo.
Yo estoy seguro de que si las inquietudes de España no se hubiesen desviado a los horizontes lejanos del Nuevo Mundo y del Pacífico ese enigma secular se habría solucionado 400 años antes y hoy puede que todo el continente negro hablase español y portugués… ¿Qué se parlaría hoy en América?

stanley-y-livingstone-23635Pero ¡en fin! dejemos la historia-ficción y vayamos al grano. ¿Habéis leído las peripecias de aquellos esforzados exploradores franceses, alemanes, suizos, británicos, y algunos españoles también, empeñados en ampliar los conocimientos sobre aquellos paisajes y paisanajes fascinantes, llenos de leyendas de ciudades perdidas, pero también de peligros desconocidos, de la agresividad de nativos y animales y de terribles enfermedades? ¡Dejad a un lado el famoso episodio de Stanley al encontrar a Livingstone y adentraos en las aventuras de Burton y de Speke, de tantos otros que dejaron buena parte de su salud y de su vida en el continente que amaron!

¡Adentraos! ¡No hagáis como si estuvieseis contemplando la fachada plateresca de nuestra Universidad de Salamanca y no buscaseis más que la dichosa rana!

Y esto me da pie para relataros algo que me sorprendió hace muchos años, al recibir una separata de un colega paleoqueloniólogo sudafricano.

Resulta que entre aquellos exploradores del África Oriental, en pleno siglo XIX, hubo una mujer que compartió con su compañero aquellos años de duras luchas maravillosas. Estoy hablando del matrimonio Baker. Más de 100 años después de aquellos acontecimientos que vivieron tan intensamente, se encontró en los sótanos del museo de Nairobi una caja que contenía una tortuga fósil ¡con anotaciones sobre el lugar y circunstancias de su hallazgo, firmadas por aquella insigne mujer, Florence Baker!

¿Qué os parece? En aquellas durísimas condiciones, viajando por tierras salvajes, inhóspitas, se preocupaban de preservar unos fósiles para que alguien –sabe Dios cuando– los pudiese estudiar. Considero esta actitud tan heroica e inmortal como la victoria de Cortés en Otumba o la del Gran Capitán en Ceriñola! ¡O quizás más, por ser fruto de una vida y no de un día de gloria!

¡Qué ejemplo a seguir! ¡Y qué poco se sigue! ¿Hay algo parecido en España! ¡Pues sí! ¡Sí lo hay! Ante el coleccionismo estéril en el que se quiere sumergir a los niños de hoy -Hombres del futuro-, hay que destacar la generosidad y espíritu científico de estas beneméritas personas, sin las que la Paleontología no existiría.

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En 1906 se publicó un hallazgo de gran interés científico: M. Miquel menciona unos dientes fósiles que se encontraron en la «Aceña de la Fuentes», en San Morales (Salamanca), y que sirvieron para definir el «Ludiense» (nombre que se daba por entonces al Eoceno medio) de la cuenca del Duero. En 1921 visitó Madrid el paleontólogo francés Frederic Roman, que pudo contemplar y redefinir unos dientes de perisodáctilos que habían sido entregados en Zamora al Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Pero de esto os hablaré en otra ocasión ¡Es otra historia que os va a sorprender!

Bien. Pues el caso es que este eminente investigador francés, acompañado de José Royo Gómez, que iniciaba entonces su brillante palmarés paleontológico, vinieron a Salamanca y visitaron San Morales.

Resultó que el dueño de la Aceña de la Fuente, sacerdote, había sido destinado a la Catedral de Sevilla, llevándose sus pertenencias. En la primera ocasión que tuvo, Royo Gómez se desplazó a la capital hispalense y al preguntar por aquel sacerdote le informaron que había fallecido y su colección de fósiles desaparecido…

¡Hicieron falta 63 años para que apareciese algo más en San Morales! Mucha gente pasó por allí, con resultados negativos. Por cierto, hay una anécdota que tengo que contar haciendo referencia a lo escrito en 1946 por el gran arqueólogo agustino César Morán. Decía -dice- que al preguntar a la guardesa de la aceña por aquellos huesos, ésta le contestó que eran «de antes del fin del mundo».

Quiero hacer hincapié, al relatar esta historia, en que si aquel clérigo hubiese hecho lo que debía, lo que hizo la Sra. Baker en el muy salvaje África Oriental, es decir, preocuparse de entregarlos a un museo, se hubiese resuelto mucho antes un gran problema científico. Pero aquel hombre coleccionaba fósiles -supongo- a los que amaba, como otros -yo, sin ir más lejos- amamos los libros u otras cosas.

Aquellos fósiles no se los pudo llevar físicamente a la otra vida. Su esencia supongo que le acompañará en la eternidad, pero su presencia se perdió en los basureros de Sevilla, dejándonos a todos huérfanos de aquel conocimiento. ¡Y menos mal que Manuel Miquel los vio y relató, aunque sin dibujos ni fotografías, hace 109 años! ¡De tantas cosas no sabremos nunca ni eso…!

2 comentarios en «Las fuentes del Nilo»

  1. Querido Emiliano,

    Hablando hoy de amigos de los vertebrados fósiles te voy a dejar un enlace en el que verás una foto en la que puedes reconocer a algunos amigos.

    larioja.com/comarcas/arnedo/201503/15/museo-ciencias-naturales-arnedo-20150315005245-v.html

    La foto está tomada en el Museo de Ciencias Naturales de Arnedo el sábado 14 de marzo de 2015.

    Un abrazo y a ver si nos vemos pronto,

    Hasta luego

    Emilio

    Responder
  2. Muchas gracias, quasitocayo. Celebro que la reunión para publicar el libro de Villarroya, al que escribí el prólogo, haya sido un éxito. También celebro que la película que rodé cuando la excavación haya gustado tanto. ¡VILLARROYA! ¡Cuántos recuerdos de aquella aventura y de aquellos amigos! ¡Qué tiempos más llenos de ilusiones! ¡Qué yacimiento, del que algún día hablaré en este periódico!
    Un abrazo, Emilio.

    Responder

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