Opinión

La izquierda ¡Uy, qué miedo!

[dropcap]P[/dropcap]robablemente habrán escuchado ustedes últimamente (sobre todo cuando paran el tráfico intentando parar la negra estela que el capitalismo arrastra) que el clima está deslizado hacia la derecha, de forma que en diciembre hace noviembre o incluso abril, y hasta las flores del almendro se equivocan.

Pienso a veces, fantaseando, que una tectónica de placas insidiosa pero veloz, podría hacernos creer que estamos en España y Europa, cuando a lo mejor estamos flotando sobre el Pacífico y arribando a la costa Oeste de la América paleta y salvaje de Donald Trump, patria de los rifles.

O en otro plano geoestratégico, pensar que estamos en el centro cuando nuestro predio y solar hace tiempo que se perdió en los horizontes inhóspitos de la derecha, donde hasta las rosas artificiales se marchitan.

Así que algo parecido ocurre con las coordenadas políticas, y con la brújula loca de la civilización: ¿dónde está Occidente? ¿Dónde está la izquierda, el centro, el norte y el sur, en este baile de bombas y refugiados, de derechos y estafas?

Las bombas se siembran en Siria y los refugiados se recogen en Alemania, de forma que el negocio de la guerra está cada vez menos claro. Como el clima. Las estafas se siembran en los bancos y se cosechan en los presupuestos nacionales. Aquí si hay todavía negocio redondo.

[pull_quote_left]A lo mejor no explicamos que el capitalismo está acabando con el planeta, y la plutocracia con la democracia.[/pull_quote_left]Hacemos llamamientos al consumo y cosechamos catástrofes naturales. Hacemos llamamientos a la solidaridad y levantamos alambradas. A los ecologistas los ponemos en la lista negra de los anticapitalistas. Y a los anticapitalistas en la lista negra de los antidemócratas. A lo mejor no explicamos que el capitalismo está acabando con el planeta, y la plutocracia con la democracia.

El deslizamiento de las estaciones recuerda la movilidad de las fronteras y la deriva de los continentes, que ondulan al calor de las migraciones humanas y el llanto de los niños.

Desregulados y desconvocados constitucionalmente los derechos humanos para entronizar legalmente al becerro de oro, las referencias éticas se tambalean y las palabras de antaño se evitan. Todo se mueve por debajo, y el lenguaje oficial es el que sé acuña para que el falso oro no se vea.

Cuando el PSOE se deslizó hacia la derecha (y se pasó dos pueblos), empujó al PP en el mismo sentido y dirección (hacia la derecha extrema y la extremaunción de derechos y libertades), frecuentando ambos el delito de corrupción caminaban juntos y agarraditos de la mano hacia la misma puerta giratoria, de forma que lo que quedó en el centro (derechos humanos, honestidad civil, y derechos sociales) es lo que hoy nuestro país califica de “extrema izquierda”.

En realidad se ha producido un terremoto y hemos amanecido en otro continente donde la corrupción y el delito obtienen más votos que el hambre de justicia.

Habrá que aceptarlo, pero llamándolo por su nombre. Nos queda la palabra, que lo es todo y de donde nace el futuro.

En ese sentido Cáritas o la Cruz roja, son la antesala del Gulag según la gramática alucinada que hoy propagan los medios de masas.

Los derechos humanos y el Estado de bienestar que los realiza, no son negocio, son utopía, de ahí que solo quepa calificarlos de inventos izquierdosos.

Claro que todo esto no ocurre fuera de contexto, porque la Europa que antaño fuera vieja dama socialdemócrata, hoy es marquesona rancia y resabiada que teme que los refugiados le pisen el césped y le manchen la alfombra, atrevimiento que solo consiente a su perro.

La palabra izquierda es ignorada hoy en Europa, o vestida de coco, como si se tratase de un familiar emigrado cuyas noticias preferimos no recibir.

Claro que me refiero a la izquierda de verdad, no a la de bote que se cocina en los consejos de administración de los bancos.

Algo parecido podríamos decir de los sindicatos, cuyo silencio de todos estos años parece aspirar a un descanso eterno de ultratumba. Sin duda, lo conseguirán.

[pull_quote_left]La palabra izquierda es ignorada hoy en Europa, o vestida de coco, como si se tratase de un familiar emigrado cuyas noticias preferimos no recibir[/pull_quote_left]En orden a codificar nominalmente estos deslizamientos de tierras y palabras, a los que pretenden blindar en nuestra Constitución la dignidad humana, conviene calificarlos de peligrosos leninistas. Y a los que pretenden una ley electoral más justa y representativa o ignorar el imperio del dinero, solo cabe tratarlos como a rojos radicales. Hasta el humor es marxista.

Dado este nistagmos que propende al vértigo y la mentira, para comprender el mundo que nos rodea, lean ustedes las palabras de derecha a izquierda intentando recuperar el auténtico significado de las cosas, y denle la vuelta al mensaje oficial como a un calcetín viejo. Ya no está ni para remiendos.

En realidad, “La Gran coalición” es toda una academia de la lengua que limpia, fija, y da esplendor… a los sinónimos. Flatus Vocis. Pedorreta institucionalizada.

En cuanto a la reforma constitucional, permítanme un barrunto: esta vez Lampedusa y su gato por liebre no funcionará.

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