[dropcap]D[/dropcap]icen que no tuvimos nada. ¡NADA! Pues yo, que lo viví, creo todo lo contrario. Tuvimos cariño, imaginación, amigos… Teníamos ganas de que llegase el sábado para ir al cine de sesión continua; nuestros juegos callejeros, dola o pídola, las canicas, las chapas, los cromos, el taco o el clavo, las tabas, la sempiterna peonza y el aro, los recortables. Y –para mí, lo más importante—sobre todo ello, teníamos los tebeos.
Porque yo aprendí a leer en ellos. Antes de que, a mis cuatro añitos, fuese a mi primer colegio, donde me enseñaron a escribir, ya sabía el significado de aquellas letras que aparecían en los “bocadillos” de las historietas del “Chicos”. Era ésta una publicación semanal que tenía siempre en casa y que mis hermanos Pepe, Petri y Joaquín se empeñaron en que comprendiese por mí solo. Como yo de pequeño era muy listo aprendí muy pronto y les leía los cuentos a mis amiguitos. ¿Os acordáis, Felipe, Jesús, Luis?
Y he recordado siempre aquellos tiempos del “Chicos” y del “Dumbo”, con más gratitud que nostalgia. ¿Qué decir de la publicación que dio nombre a toda esta literatura, el TBO? En mi casa no gustaba entonces y sólo algunas veces alguien nos dejaba algún número. Después vinieron “El Guerrero del Antifaz” y una lista interminable de aquellas publicaciones que animaron aquellos años que ahora llaman tristes, pero que no lo fueron.
¿Teníamos dinero para tantos tebeos? ¡Pues no! Pero en muchos estancos, piperas, cacharrerías, se intercambiaban los ya leídos por otros, por el módico precio de 5 o 10 cts.
Pero el tiempo pasa y con él, las preferencias. Se popularizaron aquellas novelas («noveluchas” diría alguien) de bolsillo, las que se vendían o se cambiaban en los quioscos. Las más famosas, las del “Coyote”. Las había del Oeste, de amor, del futuro… Todo el mundo las leía en el metro, en el autobús, por la calle…
[pull_quote_left]¡Límpiate de tus prejuicios y contémplalos como un arqueólogo sus industrias líticas! Y volverás a sentirte como entonces, niño, lleno de maravillosa inexperiencia y con los ojos abiertos a todo lo que la vida ofrece[/pull_quote_left]Y llegó la colección Pulga, cuyos números costaban 1,50, 2,50, 5 u 8 pesetas. ¡Cuánto debemos los españoles a aquél impulso editorial que nos la dio! ¡Debería hacérsele un monumento!
Pero volvamos al “Chicos” de mis primeros pasos. Hace no mucho releí algunos ejemplares. ¡Cuánto me han cambiado los gustos! Y es que ¡ha dado tantas vueltas el mundo! Parece como si aquel recuerdo tan grato fuese como una pompa de jabón que, de pronto, revienta.
Pero luego repensé y comprendí que había que mirar el pasado de otra manera. Y sus viñetas volvieron a ayudarme a revivir aquellos felices días de mi infancia, en que corría para llegar a casa y verlas, recrearme y vivir sus exóticas aventuras en el Tíbet, en el Oeste, donde fuese…
Hoy los guiones me parecen superficiales y sus dibujos, esquemáticos, salvo los del gran Emilio Freixas y el incomparable Jesús Blasco, con mi héroe favorito: Cuto. ¡Límpiate de tus prejuicios y contémplalos como un arqueólogo sus industrias líticas! Y volverás a sentirte como entonces, niño, lleno de maravillosa inexperiencia y con los ojos abiertos a todo lo que la vida ofrece.
Yo he sentido eso con aquellos tebeos. Busque cada cual sus motivos (cine, cromos, lo que sea) para recordar y revivir. ¡No los enjuicies con tus ojos de ahora! ¡Vuelve a tu infancia! ¡Y no analices ni busques aquello que la terminó! ¡Sé niño por un momento feliz!
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