– ¿Y por vuestra tierra no hay lobishomes?
– Pues no –contestó Catorcena–. Parece que de esos desgraciados sólo se habla en Galicia. Hay canes rabiosos, aunque no son muy frecuentes, gracias a Dios. En cuanto se ve babear a un perro, se le sacrifica, por si acaso.
– He oído que en Francia hay un médico que ha encontrado el remedio contra la rabia y otras enfermedades…
– ¿Ah, síi? Pues a ver si nos llega pronto ese remedio, que no hay cosa más triste que ver como tienen que sujetar a estos peligrosos enfermos incurables.
– Sí. Mientras tanto… ¡que la Virgen de Valdejimena nos proteja!
– En mi pueblo, en Casavieja, se dice aquello de «Virgen de Valdejimena, de los perros rabiosos, aléjanos cien pasos«. Algunos acuden en romería a la fiesta de esta Virgen, que se celebra por la Pascua en un pueblo de Salamanca. ¡Hay tanto miedo a esta mala plaga!
– ¿Y tenéis lobos en tu pueblo?
– Pues sí. Hay muchos en la sierra de Gredos, donde tenemos uno de los pinares más extensos de España. En las noches de invierno, e incluso en algunos veranos, se oyen sus aullidos… Alguna vez han atacado a los paisanos. Por ello se suele encerrar al ganado en pajares y cercados inaccesibles. Pero los lobos son muy listos y buscan la manera de llegar a ellos.
«Una noche de otoño un paisano, tío Santos, se entretuvo mucho encerrando sus vacas. De pronto sintió que los lobos estaban muy cerca y corrió con toda su alma para llegar al pueblo. No le dio tiempo y se encerró en un pajar con un gran patio que tenía en Los Cercaones, en las afueras. Hasta allí le persiguieron los lobos, enloquecidos por el hambre. Empezaron a excavar para pasar por debajo de la puerta.
«Pero el portal tenía un zócalo de piedra y pronto desistieron, afanándose entonces en arañar furiosamente la madera. Durante toda la noche, aterrorizado y rezando a la Virgen de Valdejimena, tío Santos estuvo oyendo el risrrás de las garras y los gruñidos y jadeos ansiosos de las alimañas. Por fin llegó el alba y los predadores abandonaron la caza, retirándose a lo profundo del bosque.
«Mucho tardó tío Santos en sosegarse y achicar el pánico que sufrió durante toda aquella noche; cuando, ya con el Sol bien alto, se atrevió a salir del pajar, corrió a la iglesia y se humilló ante el altar, dando gracias al Señor por haberle librado de la atroz muerte entre las fauces de los lobos. Tuvo que guardar cama durante algunos días.
– ¿Y en el pueblo no se organizaron batidas?
– ¡Claro que se hicieron! Pero los lobos debieron irse lejos, porque no se supo de ellos en algún tiempo… Lo intrincado del bosque y su enorme extensión las hacía inútiles. Se ponían cepos y alguno caía de vez en cuando…
– Hace años yo estuve de secretario en el ayuntamiento de Tábara, en Zamora… — intervino Román, un vecino de Augas Santas.
– ¡Hombre! Eso está por la sierra de la Culebra. ¿Te acuerdas, Catorcena, de que allí es donde nos cazaste aquel jabalí, de una pedrada? Pero perdona, Román. ¿Qué ibas a decir?
– Pues que más hacia Portugal los lobos abundan mucho y para proteger al ganado se hacen unos pequeños recintos de paredes y techos muy fuertes, cubiertos con cuelmo, cerrando las puertas con grandes losas. Los llaman los chiviteros. En algunos sitios muy atacados se construyen unos «corrales de lobos» o loberas. Son como un gran anillo de piedras, en los que las últimas hileras sobresalen hacia dentro, de modo que si los lobos entran en el recinto no pueden salir de él. Dentro del corral se pone como cebo algún cordero o cabrito enfermo
– ¿Se cazan muchos?
– ¡Ya lo creo! ¡Es que por allá, en las Tierras de Alba y Aliste, y más a poniente, son muy abundantes!
– Pues en mi tierra, en Viveiró –no lo confundáis con Viveiro en la costa lucense; mi pueblo está hacia el interior-, también se construyen cercas así, que llamamos «curro o cortello dos lobos«, pero lo que hacemos es organizar batidas y empujamos a los lobos por un pasillo de arbustos y empalizadas cada vez más estrecho hasta su extremo, donde son abatidos sin compasión. Hay curros de estos por toda Galicia, además de por Zamora y León…
– Cuando lleguéis a Santiago –intervino don Rosendo— quizás alarguéis el Camino hasta Finisterre, como hacen algunos. Tened cuidado con el «vákner«, un monstruo que dicen que hay por allá.
– ¿Un monstruo? ¿Qué aspecto tiene?
– No se sabe con seguridad. Unos dicen que es un lobishome… Otros, que un can negro gigantesco, con ojos de fuego… En realidad nadie lo ha visto, pero todos tienen miedo y nunca van solos por la fronda.
– ¿Y de dónde han sacado ese nombre tan raro? ¡Porque gallego no es!
– Parece ser que se lo puso un peregrino que venía de tierras muy lejanas y escribió algo así como una crónica del viaje… Más o menos cuando el Descubrimiento del Nuevo Mundo.
«Según dicen los sabios, estos mitos son muy antiguos, propios de lo que se dado en llamar «cultura del lobo»–siguió don Rosendo–. Debieron nacer en tiempos de los celtas, o quizás antes, cuando los cánidos debían ser mucho más numerosos y sus pieles y colmillos eran ornato de cazadores y hechiceros… Su tétrica presencia se ha mantenido en el alma gallega, y parece ser que también en los descendientes de los celtíberos, es decir, en gran parte de España… Algunos médicos dicen que puede ser un problema mental heredado de tiempos muy lejanos…
– Sí -concluyó Catorcena-. En Casavieja y su entorno se habla del Can de Pedro Botero, un perro gigantesco, gris, de pelo hirsuto, babeante y de mirada feroz, que aúlla más fuerte que los lobos. Nadie lo ve, pero cuando se oye su grito lúgubre en la noche, anuncia la próxima muerte de alguien…
– ¡A ver si contamos algo más alegre, que no vamos a poder dormir esta noche!
Estimulados por este consejo y animados por unas copitas de buen aguardiente gallego todos comenzaron a cantar añorando las fiestas de sus pueblos…