Opinión

La Casa de Correos de Madrid, capital de la vergüenza

Casa de Correos, de Madrid.

Si la Casa de Correos de Madrid es ‘la esencia de la madrileñidad’, como dice extasiada Esperanza Aguirre, y si, según la presidenta Díaz Ayuso, «Madrid es España dentro de España” y “todo el mundo pasa por aquí”, ese edificio de la Puerta del Sol vendría a ser el epicentro de la Nación Española, el eje en torno al cual giran todas las órbitas de la vida pública en este país y más allá.

Madrid, rompeolas de todas las Españas, al decir de Machado, «capital europea del español», «gran ciudad, al menos una ciudad grande” (Umbral). No habría más que decir, sino «de Madrid al cielo…», un slogan muy conocido del literato Antonio de Trueba, que no se suele citar completo: «… porque es notorio que allí va quien sale del Purgatorio».  Pues no todos los españoles ven con tan buenos ojos la capital, ni a la actual inquilina de la casa de Correos, que para más de uno fue un infierno.

Ocurre ahora que el movimiento memorialista, respaldado por el Gobierno, pretende añadir a las muchas notas histórico-artísticas de la Casa de Correos su carácter de lugar de memoria, poniendo una placa en su fachada (ya hay tres) en recuerdo de cuantos pasaron por la Dirección General de Seguridad, donde muchos fueron torturados o asesinados por la policía franquista a lo largo de cuatro décadas. Ayuso ya ha recurrido el expediente ante el Tribunal Constitucional, mientras que sus palmeros, entre los que están el ex-socialista Joaquín Leguina, el equidistante Trapiello y el encantado de haberse conocido Savater, contraatacan con un panfleto visual intitulado «La real casa de Correos, sede del corazón de la verdad histórica de España”.

La derecha profunda vuelve con él a su visión mutilada de la historia, a un relato de oropel donde no cabe la memoria de la II República; donde se rememora a las víctimas de la Covid (sin indicar quién fue responsable de buena parte de las muertes), pero no a las de la dictadura franquista; donde vale ensalzar al pueblo que se enfrentó al invasor francés, pero no al que luchó contra el fascismo exterior y “nacional”. Pero eso significa desfigurar la historia de España e insultar la memoria de muchos hombres y mujeres que en otros tiempos hicieron de la Villa y Corte la capital mundial de la resistencia frente al fascismo y que luego se jugaron la vida luchando contra la dictadura y por las libertades, desafiando a la represión aún en los momentos más difíciles. No es ese el tratamiento memorial que dan los países democráticos a los centros represivos de las dictaduras anteriores.

El ejemplo de las víctimas del franquismo es ahora más necesario que nunca, cuando la bestia parda vuelve a mostrar sus garras y su cortejo de odio, violencia y mentira. Por ello exigimos que se materialice simbólicamente su recuerdo en la fachada de la Casa de Correos, pero también el de la II República española, proclamada ante el pueblo de Madrid y de España desde sus balcones; un régimen que, como afirmó una ley aprobada por Congreso con motivo de su 75º aniversario (2006), “constituyó el antecedente más inmediato y la más importante experiencia democrática que podemos contemplar al mirar nuestro pasado”.

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