– Me han contado una cerdada que ocurrió hace mucho tiempo en un centro docente.
[dropcap]H[/dropcap]ace unos días cayó en mis manos un libro de Emilio Salgari que no conocía: «Mis memorias«. En aquel tiempo que viví entre la infancia y la adolescencia leí –¡cómo no!– varias novelas de este prolífico autor. ¿Quién, de los mayores de 40 años, no conoce a Sandokán y sus Tigres de Mompracem? Salgari llevaba a sus héroes no sólo a los mares de Malasia; también al Caribe, al Far West, a las selvas africanas y hasta a las regiones polares. Pero no conocía esta faceta suya, que se supone autobiográfica por su título, ni sabía nada de los grandes apuros económicos que padeció. Él, que había enriquecido a sus editores al ser el autor de mayor tirada de su tiempo.
[dropcap]E[/dropcap]n 1993, Pili yo descubrimos otro paraíso más de esta bendita España. Me estoy refiriendo al Norte Palentino, maravilloso por sus monumentos románicos y rupestres, por sus impresionantes paisajes, por la paz que se respira y, por qué no decirlo, por el goloso olor a galletas que impregna el ambiente en Aguilar de Campoo. A partir de entonces buscamos muchas ocasiones para pasar unos días allí, programando infinidad de andaduras, alguna de ellas repetida con gusto.
[dropcap]U[/dropcap]n amigo me ha sugerido que escriba sobre canciones que yo recuerde de mi infancia. La idea me ha hecho estrujar mi cerebro para llegar a aquellos lejanos días felices en que vivir es soñar. Creo que hay que distinguir dos tipos de recuerdos: por un lado aquellos que son producto de lo que me contaron mis hermanos de cuando yo era niño; y por otro los que me han surgido por mí mismo, sin ayuda. En ambos casos soy consciente de la deformidad propia del tiempo transcurrido.
[dropcap]O[/dropcap]cho siglos contempla a nuestra Universidad y desde entonces millones de estudiantes han pasado por sus aulas, en la serie ‘Ilustres de la Usal’ queremos rescatar la vida y trayectoria profesional de algunos de estos alumnos con notoriedad mundial que se formaron en Salamanca.
[dropcap]E[/dropcap]ra yo muy pequeño cuando un día me operaron de anginas. Tenía 6 años y, como es lógico, recuerdo pocas cosas de entonces. Pero sí de aquel momento terrible en que me dijeron «Abre la boca, que te vamos a dar un caramelo«; y yo, pobre de mí, obedecí. Me colocaron una mordaza de metal y al momento sentí un gran dolor, y sangre, mucha sangre.
[dropcap]V[/dropcap]olviendo a hurgar en el baúl de los recuerdos he encontrado una vieja carpeta en la que estaba mi «Manual del Acampado» que tengo desde 1956.