[dropcap]U[/dropcap]n día decidí vivir más profundamente la Naturaleza, estar más dentro de ella. ¡Y compré una caravana! No para ir de camping en camping, sino de bosque en bosque. Por entonces eso se podía hacer. ¡No había el miedo que hay hoy a que te asalten! ¡Ni de que las autoridades te echen de todas partes para que tengas que pagar por dormir!
Pero, ¡eso sí!, jamás dejé un desperdicio tirado en el campo, lo que siempre me ha parecido una gran guarrería. ¡Si quieres dejar huella en lo que te rodea, en la gente, hay otros medios más perdurables, creo yo!
Estrené mi caravana cerca de un molino abandonado en el río Huebra. ¡Inolvidable el croar de las ranas en las noches de luna, el “silencio” del campo, sólo roto por ellas o por las chicharras, grillos, aves y demás cantores del monte y de la ribera! ¡Inolvidables las marchas por las bellas orillas del Huebra, el río más bonito de Salamanca, entre grandes pedregales, aquel ganado montaraz que nos veía al pasar con su mirada de extrañeza, las culebras, liebres, aves de rapiña, cangrejos, alacranes, galápagos, y las flores, las infinitas flores; el subir y bajar por peñascos, que nos dejaba rendidos, pero satisfechos! Fueron días, ¡eso!, ¡inolvidables!
Y entre aquellos recuerdos hay uno sorprendente. Una mañana nos encontramos con una “meiga”.
–¿Cómo?—diréis.
[pull_quote_left]¡Inolvidables las marchas por las bellas orillas del Huebra, el río más bonito de Salamanca, entre grandes pedregales, aquel ganado montaraz que nos veía al pasar con su mirada de extrañeza…[/pull_quote_left]¡Pues sí! Fue cerca del molino y era una mujer harapienta, toda de negro, que calzaba unas zapatillas destrozadas; muy mayor, ella.
Cuando me sobrepuse de la sorpresa quise hablarle, pero huyó. ¡Casi podríamos decir que se esfumó!
¿Sería una aparición? ¿El espectro de alguna de mis queridas meigas gallegas o de mis brujas astures, de las que nunca tuve miedo, y que querría materializarse ante mí, mensajera de algo? ¿Por qué desapareció, entonces?
¿O sería simplemente una tímida mujer del campo, buscadora de los frutos del bosque, de sus hierbas?
Han pasado muchos años, pero no el recuerdo y ¡una vez más! añoro aquellos tiempos pasados, porque no volverán, ni la caravana, ni las “meigas”, ni aquel canto de las ranas del Huebra, ni ¡ay! aquella edad que tenía entonces…
Pero no nos pongamos melancólicos; cada etapa de la vida tiene sus alegrías y sus tristezas. Lo que hay que ver es el pasado con la satisfacción de haberlo vivido y no con la pena de que terminara.
¿Qué habrá sido de aquella caravana? Quizás la felicidad que nos proporcionó a los que en ella disfrutamos de aquellas noches de lluvia y truenos, de aquellos desayunos contemplando el bosque, incluso de aquellos insoportables mosquitos trompeteros, haya fructificado, después de la inevitable muerte en el desguace, y haya llegado a un lugar en el paraíso de los habitáculos.
¡Quizás sea hoy el hogar de algunos ángeles, allá, en los eternos bosques celestiales!
— oOo —
4 comentarios en «La caravana»
Precioso relato con el que además me identifico porque también soy «caravanista» desde que me llevaban mis padres de pequeño. Me has conmovido. Gracias, querido amigo. Un abrazo
Querido amigo Armando: Cada día me identifico más contigo. Mis veraneos en la caravana fueron los mejores de mi vida. ¡Nunca dormí tan bien! Y mis hijos se unieron muy fuertemente en ella, compartiendo todo. Sin duda alguna mi mejor inversión.
Un abrazo
Emiliano
Hola Emiliano. Yo tuve una caravana y nos fuimos (para estrenarla¡¡) a Londres. Eramos entonces seis personas :padres y cuatro hijos. Paramos en Paris para comprar puré de patata, jamon york leche etc. Mi hijo pequeño tenia solo un año y medio. El pobre acabó odiando el puré. Toda una experiencia. Todas y cada una de las caravanas «llevan» historias singulares que jamás se olvidan. Gracias por tus recuerdos. Un abrazo
Querida Dolores: te admiro por haber planificado llegar a Londres en caravana. ¡Debió ser épico! ¿Verdad que tengo razón y que debe haber un paraiso lleno de caravanas? Un abrazo.